Dios y patria una educación para la guerra
La guerra es una pelea entre dos ladrones cobardes para luchar por sí mismos; cogen chicos y los sueltan como bestias salvajes, unos contra otros.
ALONSO ESCRIBANO
LA GUERRA
La guerra es un asunto demasiado grave para confiárselo a los militares.
Pero, ¿cómo justifican los historiadores que la guerra se convierta en objeto prioritario y ejemplarizante de los estudios históricos? ¿Para qué se convierte la guerra en estudio prioritario de historiadores? Volviendo a Herodoto, el objetivo de su obra y el plan que se propuso queda claro desde el principio de su libro cuando escribe que ésta es la exposición de las investigaciones de Herodoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los griegos como de los bárbaros, y, sobre todo, la causa por la que se hicieron la guerra. Tras Herodoto, Tucídides quien desde las primeras páginas de su libro afirma que escribió sobre la Guerra del Peloponeso por creer que fuese la mayor y más digna de ser escrita que ninguna de las anteriores y porque las guerras anteriores (...) no las tengo por muy grandes, ni por los hechos de guerra, ni en cuanto a las otras cosas. Gloria y grandeza son las motivaciones de ambos.
Tras Herodoto y Tucídides, Polibio. Sus Historias se centran en un período que comienza con la Primera Guerra Púnica y acaban a finales de la Tercera. La finalidad de su obra, explicada por él mismo, es muy clara: el tema sobre el que intentamos tratar es un único hecho y un único espectáculo, es decir, cómo, cuándo y por qué todas las partes conocidas del mundo conocido han caído bajo la dominación romana. Queda bastante claro. Podríamos continuar con Cayo Julio César, Salustio, Tito Livio o Tácito... la historiografía medieval, seguir con el Renacimiento hasta la Ilustración. El siglo XIX o nuestro pacífico siglo XX. Uno de los temas favoritos de los historiadores es la Guerra y las lecciones que nos aporta. Lecciones de las que debemos aprender. Lecciones de cómo a pesar de su horror han abierto caminos al dominio, a la grandeza, al poder...
La guerra es un asunto demasiado grave para confiárselo a los militares, decía Clemenceau. Quizá también lo sea para dejársela los historiadores que hablan de la guerra como ejemplo de grandeza de unos pueblos sobre otros, de unas civilizaciones sobre el resto, de unas naciones sobre todas las demás. Y quizá tampoco habría que dejarla en manos de los educadores que consciente o inconscientemente relacionan guerra con progreso. Progreso ligado a la grandeza de los individuos o de los pueblos. Grandeza cuyo origen es la guerra y por tanto la crueldad, el abuso o la violación.
Así, en el estudio de la historia y, por supuesto, en la educación los que peor servicio hacen a la Historia y a la Educación son aquellos historiadores y educadores que hablando de la Guerra pretenden educar para la paz, pero lo hacen de manera abstracta y superficial. Hipócrita muchas veces. Desde un pensamiento acrítico proponen la paz como alternativa para la guerra sin cuestionarse las estructuras de poder que la potencian, la alimentan y se benefician de su existencia.
Ya en su momento, el famoso historiador -y no precisamente por su progresismo- Thomas Carlyle señalaba que la guerra es una pelea entre dos ladrones demasiado cobardes para luchar por sí mismos; así que cogen a los chicos de un pueblo y otro, los meten en uniformes, los equipan con armas y los sueltan como bestias salvajes los unos contra los otros. Por ello se necesita una educación crítica que deje en evidencia las coartadas que alimentan y justifican las guerras y las tramas de poder que se apuntalan tras ellas: si no educamos contra las religiones verdaderas; si no educamos contra el orgullo nacional, contra las patrias (el último refugio de los bribones, según Samuel Johnson); si no educamos contra las diferencias culturales que separan y dividen en autóctonos y extranjeros; si no educamos contra la sumisión, contra la pasividad... no estaremos educando para la paz, aunque lo parezca.
Dios justificó la guerra durante siglos. La patria también. Lo continúan haciendo hoy en día. Aunque se les llame de otra manera. Choque de civilizaciones es la que está más en boga. Los dioses y las patrias son quienes se esconden tras los nuevos eufemismos. Los de siempre u otros nuevos. En su nombre se sigue haciendo la guerra. Esa guerra que nadie dice querer. Así, fácilmente se acaba produciendo lo que manifestaba el tristemente famoso líder nazi Goering:
Por supuesto que la gente no quiere la guerra. ¿Porqué querría cualquier palurdo de una granja arriesgar su vida en una guerra cuando lo mejor que podría obtener es volver de una pieza a su granja? Naturalmente, la gente común no quiere la guerra: ni en Rusia, ni en Inglaterra ni por supuesto en Alemania. Esto es comprensible. Pero después de todo son los líderes de los países quienes determinan la política y siempre es una simple cuestión de tiempo el que la gente se deje arrastrar, ya sea en una democracia o en una dictadura fascista, en un parlamento o en una dictadura comunista... Con voz o sin voz, a la gente siempre se la puede atraer hacia la postura de los líderes. Eso es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar la falta de patriotismo y que están exponiendo el país a graves peligros.
Simple y contundente retrato de muchas de las guerras conocidas. Terrible.
Si no somos capaces de romper con estas claves estaremos colaborando en la justificación del imperialismo. El discurso pedagógico construido alrededor de la guerra como eje de la historia se convierte en un instrumento más al servicio del poder. Así, estaremos reforzando la soberbia nacional que justifica el dominio o la exclusión de los unos sobre los otros. Estaremos, en definitiva, bendiciendo las banderas de los que preparan el camino a lo que es una guerra: un asesinato en masa. Tolstoy, en este sentido, decía que el patriotismo es el principio que justifica el entrenamiento de asesinos al por mayor. Y un crimen en masa nunca puede ser el progreso y, por tanto, tampoco puede ser la base de la Historia ni de la Educación.