La iluminación espiritual

Delincuencia juvenil

EL CULPABLE 

No solo es culpable el sistema…

Quienes desean magnificar el poder del Sistema dicen: Si un pobre se suicida, es una víctima del sistema; si atraca un banco o defrauda a Hacienda es una víctima del sistema, etc..No quiere esto decir que en parte no lo sea, pero lo mismo se podría decir de los ricos, poderosos y famosos.

En el día a día informativo, las noticias sobre gentes que cometen diversos tipos de delitos, repudian a quienes los cometen, los apoyan con su silencio o su justificación, o se saltan los códigos normales de la convivencia saltan desde las pantallas o las páginas de los diarios con tal abundancia que abruma. Delitos como violencia doméstica, callejera, guerras asesinas, robos, secuestros, fraudes financieros; delitos contra personas y entre personas; delitos de abusos a menores, a empleados, a pacientes, a clientes; delitos contra las normas de tráfico que producen muertes diarias a propios y terceros, delitos por tráfico de drogas o de personas, delitos contra animales y la Naturaleza... La lista de infracciones de todos los tamaños no cesa de engrosar los volúmenes de los códigos penales, las mesas de jueces y tribunales y la lista de reos.

En mis estudios de Sociología nunca acababa de comprender el origen profundo del comportamiento social cuando este se convertía en lo contrario de lo que debería ser. Profesores y diversos intelectuales liberales y de la llamada izquierda algunos muy conocidos por sus opiniones en la prensa correspondiente participan de esa especie de axioma que les ha caracterizado y se resisten a abandonar: el capitalismo como sistema de producción se ha adueñado de los gobiernos y es responsable de cuanto mal acontece a los trabajadores y ciudadanos.

Una parte de eso es verdad: el capitalismo es agresivo e inmoral por su propia naturaleza. Cada capitalista es un competidor de los otros que tiende a engañar, expropiar, dominar, excluir y explotar a quien cae bajo su influencia. Esto es verdad, pero defender a ultranza el pensamiento de la culpabilidad absoluta del sistema es sin embargo, peligroso, porque exime a los ciudadanos de toda responsabilidad en los males sociales, y si se piensa bien, es conceder muy poco valor a su independencia moral y a su libertad de elección. Pues ¿no es cierto que los ciudadanos aceptan al mismo sistema que les perjudica y que las mayorías quisieran medrar en él? Viendo cómo suelen actuar los llamados representantes de los ciudadanos, los que alcanzan cierta influencia sobre otros y los llamados nuevos ricos, estamos obligados a preguntarnos: ¿Es tan culpable el sistema como ellos mismos? ¿No es cierto que muchos que critican al capitalismo lo hacen por estar resentidos y frustrados en ese su deseo de triunfar y que la gente corriente juega a la lotería porque aspira a ser rica? Semivictimas y semicómplices, no nos engañemos.

Para quienes desean magnificar la fuerza que tiene el Sistema sobre los individuos es normal pensar que cuando un pobre comete un delito es una víctima del sistema, pero lo es tanto como de sí mismo debido a su apetencia de tener por encima de su necesidad moral de SER y evolucionar. Prefieren su promoción social antes que su promoción espiritual y por ello tienen una forma errónea de enfrentarse a la vida. Quienes desean magnificar el poder del Sistema dicen: Si un pobre se suicida, es una víctima del sistema; si atraca un banco o defrauda a Hacienda es una víctima, etc..No quiere esto decir que en parte no lo sea, pero lo mismo se podría decir de los ricos y famosos ¿acaso no se suicidan también? ¿no son también los ricos víctimas de su propio sistema cuando se desploma la Bolsa y se hunden sus empresas o negocios mientras hasta ese momento a vez explotan a los que pueden? De nuevo: Semivictimas y semicómplices.

Sin embargo, todos podemos elegir, que para eso está el libre albedrío, la voluntad y la razón, las creencias espirituales, y tantos otros argumentos de los cuales echar mano según las posibilidades personales, y la actitud ante la vida independientemente de la clase social y del sistema dominante.

GRANDES DELITOS, GRANDES DELINCUENTES

Hoy en día el fenómeno transgresor en las altas esferas de las finanzas, la política, la Iglesia y las fuerzas militares internacionales, alcanza cotas nunca vistas, y afecta a capas de población muy diversas y a países de todas las latitudes. Los ricos y poderosos, en la medida de su poder y de su capacidad de actuar, corromper o violentar, actúan a menudo contra las leyes que con su propio consentimiento, en ocasiones con su asesoramiento y muchas veces por su intervención directa, han sido aprobadas en muchos casos por sus propios amigos, conocidos o subvencionados del poder legislativo, al que incluso pueden pertenecer haciendo leyes a su medida. Mayor sarcasmo y cinismo no caben. Así, montan fácilmente negocios sucios, eluden impuestos, blanquean dinero producto de delitos mafiosos, venden y compran armas, organizan guerras y otros conflictos que supongan beneficios, expolian recursos naturales destrozando el medio ambiente, desinforman, trafican ilegalmente con materias primas procedentes de países infradesarrollados, o les obligan por diversos medios a suministrarles esos recursos (presiones políticas, industriales, comerciales, financieras, bélicas, y otras ). Por si no fuera bastante controlan y manipulan la información a través de medios propios o comprados y mienten a la opinión pública para hacer aparecer como virtudes un sinnúmero de actuaciones que cualquier niño con uso de razón identificaría inmediatamente como canalladas.

Quien se atreve a desenmascararles venciendo miles de obstáculos personales, familiares, sociales y laborales, queda expuesto a riesgos que pocas veces trascienden a la opinión pública por lo que se ha mencionado de que los medios de información pertenecen en la mayoría de casos a los mismos a quienes se pretende desenmascarar o a algunos miembros de su círculo de relaciones. Y los que trascienden, porque es imposible ocultarlos, son expuestos de tal modo a la ciudadanía que aparecen como sospechosos e injustos los mismos que pretenden acabar con la mentira y la injusticia.

Entre los mecanismos defensivos de estos tan impecables como implacables ciudadanos miembros del gran Club transgresor se halla en primer plano su fachada social, representada por la pulcra representación teatral con el attrezzo correspondiente en todo ceremonial social, religioso, y hasta deportivo. Gastan un enorme y bien cuidado aparato propagandístico para que los veamos identificarse con la bonhomía, la modernidad, los buenos propósitos de todo tipo, máscaras útiles todas ellas para aparecer como responsables fiables del timón del mundo. Todos ellos forman lo que podemos llamar un Gran Club de muertos espirituales envueltos en oro, momias en sarcófagos con formas de levita, uniforme con estrellas o brillantes sotanas purpuradas, pero tras esta fachada dorada para consumo de ingenuos, flamea el estilo chulesco, alcapónico, y mefistofélico.

Para quien se interpone en su camino, y según la gravedad de lo que está en juego, aguarda inexorablemente el descrédito personal y social, el ninguneo, el ostracismo, el secuestro, la tortura, y otros crímenes hábilmente combinados y dosificados según el peligro que supongan para los muertos espirituales.

Las principales víctimas suelen ser los que piensan por sí mismos y los testigos directos de crímenes que difícilmente van a ser juzgados porque el autor está bien protegido por su Club. Así, numerosos periodistas y defensores de derechos humanos son encarcelados, torturados o eliminados cada año, como denuncian sus familiares, sus amigos, sus abogados y las asociaciones de derechos humanos sin que tales cosas produzcan más efecto sobre el Club que la pequeña ola que se produce en un tranquilo lago al caer sobre el agua la hoja de un árbol.

Tan pobre resultado no resulta sorprendente cuando se sabe quiénes son los altos representantes de los poderes políticos, militares, financieros y mediáticos, siempre tan coordinados para que sobre el tranquilo lago de la mente colectiva caiga, a lo más, aquella ligera hoja otoñal y no un pesado meteorito productor de tsunamis que salpican. Especialmente si salpican de sangre.

(Podríamos hacer ahora un rápido ejercicio de memoria sobre víctimas que conozcamos. Es bueno para la salud personal y social ejercitar la memoria, sin odio, sin rencor, pero con exactitud; sin revanchismo, pero con justicia, amor y- si uno es creyente- con una oración a su favor, porque el olvido del crimen, en este mundo, lo convierte en perfecto. En el otro, ya es otra cosa debido a ley de siembra y cosecha)

LOS DESHEREDADOS Y SUS TRANSGRESIONES

En el lado opuesto del río de la abundancia nadan las innumerables tribus de los pobres y desheredados. Nacidos en el sur de todos los mundos y de todas las ciudades, apenas si consiguieron nacer o murieron al poco, y resulta increíble el escaso tiempo de vida media de que disponen (variable según la proximidad o lejanía a la llamada civilización) para cumplir el propósito de vivir y acaso de mejorar su alma, con el que vinieron a este mundo. Carecen de tantos recursos como de conciencia carecen los opulentos de la orilla contraria, y la suma de todas sus preocupaciones se dirigen al mismo punto: la supervivencia. En esto se convierten en auténticos profesionales. Y pese al número de los que se ven obligados a huir de sus casas, aldeas y países de origen a causa del hambre, la sequía, las guerras, las violaciones de derechos humanos, el cambio climático, la falta de trabajo, las deslocalizaciones y cierres de empresas, las enfermedades, y toda clase de calamidades que conducen al túnel de la muerte, provocadas directa o indirectamente por los opulentos de la orilla confortable del río de la vida, la inmensa mayoría consigue sobrevivir, y millones de ellos, emigrar y establecerse con sus familias en barriadas del sur oscuro de todas las ciudades del mundo rico, si es que antes no son deportados o encarcelados, o perecen ahogados o asesinados por las guardias fronterizas. Los afortunados, podrán ver jugar a sus hijos en las mismas calles de los desheredados autóctonos mientras esperan su turno para pasar antes o después, -como sucedió con los bárbaros del Imperio romano- a esa Historia que hasta ahora solo han tenido que sufrir con amargura.

Aunque la cultura general, la cultura social y, desde luego, el conocimiento sobre cómo enfrentarse al mundo del crimen organizado por los parásitos sociales y sus amigos, no caracteriza a los pobres, los inmigrantes, y todas las demás tribus de los desheredados, resulta evidente para ellos que el blanco-blanco, habitante privilegiado del mundo, es un valor en declive, pues se reproduce en escaso número por las dificultades económicas que acompañan al querer tener hijos con un nivel de confort semejante al de los ascendientes, añadido a la creciente infertilidad de la raza blanca.

El resultado final, y es a lo que se refiere esta reflexión cuando se habla de incorporación de los pobres a la Historia, no puede ser más que un mestizaje progresivo junto a la progresiva desaparición de la raza dominante según las estrictas leyes genéticas descubiertas por Méndel. El continente europeo y el americano se van a ver profundamente afectados por esta situación. Dentro de un número de años no muy elevado y perfectamente previsible, el color blanco en la Europa que conocemos habrá casi desaparecido. Lo mismo sucederá con toda probabilidad en todo el continente americano: el mestizaje se extenderá pacientemente, y eso dará un vuelco a la historia de las relaciones humanas donde hasta ahora el ser blanco pura sangre, se consideraba de índole superior y con derecho a dominar al resto.

Entre tanto, los habitantes de todos los guetos de pobreza de los suburbios, carentes de recursos tanto como deslumbrados por los que los tienen en exceso, trapichean con la vida. Muchos de ellos delinquen, igual que hacen aquellos a los que admiran tan a menudo, y hasta les votan en tantas ocasiones – cuando pueden votar- que uno se asombra de que no pierdan la fe en los sistemas de engaño de aquellos mismos que le llevan a ese sin vivir, lo que hace sospechar esa cierta complicidad en el modo de entender la vida que puede resumirse en: primero yo, después yo y luego el caos. Como es natural, no quiere esto decir que ser pobre y delincuente es algo común no cotidiano comparado con los ricos. Mientras es fácil ser rico y delinquir con gran frecuencia, ser pobre y honrado es lo normal, tanto que puede llegar a sorprender que gentes en situaciones límite de supervivencia actúen noblemente. De lo contrario, si los pobres se rebelaran y perdieran esas cualidades, el mundo se pondría patas arriba y los ricos boca abajo.

¿Acaso no se les dio a los ricos la oportunidad de ser administradores y no vampiros de la energía ajena? De ello tendrán que dar cuentas, porque actúan contra las leyes divinas y las leyes de la naturaleza, pues ¿qué derechos les asisten por ambos conceptos? El Planeta carece de parcelas, pero lo han parcelado a su favor los ricos poderosos y violentos, condenando al resto a la escasez, la miseria y la muerte.

EL MODELO SOCIAL DEL MUNDO ES UN MODELO ERRADO

El desconocimiento de la historia social y de los mecanismos ideológicos y embaucadores del capitalismo, la falta de imaginación, de trabajo, de ganas de trabajar, el trabajar en precario, el haberse convencido de que trabajar en precario y jugándose a veces la vida en los andamios y otros lugares de peonaje con riesgos jamás les permitirá vivir bien, el odiar a los ricos tanto como les admiran, el intentar imitarles, el no encontrar sentido a la vida en estas condiciones, el que son invisibles y necesitan que se les vea, o porque están contra el Sistema; porque pasan hambre, porque no pueden pagarse la droga a la que están enganchados ni la clínica cara que les desengancharía, y por un sin fin de razones más, muchos de los pobres del mundo se convierten en elementos socialmente inestables, en previsibles delincuentes pero nunca en la medida y en el alcance que aquellos que se encuentran a cubierto y con guardaespaldas personales o militares en el lado opulento del río de la vida, en sus amuralladas haciendas, o en sus protegidas mansiones y palacios.

Los excluidos, cuando no pueden más, se convierten, sí, en transgresores: queman coches, extorsionan, roban comercios, asaltan bancos, se convierten en okupas, en camellos, en chulos, en matones por encargo, en violadores, en secuestradores-exprés, en asaltantes de domicilios, y en tantas y tantas formas de mostrar su grito de guerra y desesperación o enajenación a este mundo al que culpan de sus desgracias o del que quieren aprovecharse para vivir con ventaja, pues la casuística del abanico criminal es enormemente amplia y compleja, y el malo de esta película de pobres malos actúa solo o en pandillas; sistemática o puntualmente; por frustración o por pura maldad y deseos de vivir como ricos siendo pobres, pues los ricos les han convencido del modelo. No quiero justificar la maldad, sea quien sea el que la practique, pero el caso es que las cárceles están repletas, se siguen construyendo nuevas, y siempre para pobres; no dan abasto los jueces, y siempre hay miles de asuntos pendientes de resolver y nuevos proyectos de prisiones. (¿Cuál es el límite?)

Hemos observado que existen transgresores extremadamente ricos y extremadamente pobres; extremadamente poderosos y socialmente invisibles. Cada uno de los actos con que se oponen al bien común revelan algo, quieren decir algo, son síntomas de que algo no está funcionando bien, y que ese mal funcionamiento conduce a catástrofes personales y sociales tanto como a catástrofes ecológicas. El modelo social del mundo es un modelo equivocado y perverso que conduce a enormes crisis personales y humanitarias.

¿Son correctas las fórmulas aplicadas para evitar semejante crisis humanitaria a nivel mundial? Si lo fueran, no se habrían producido. Luego, no lo son: qué fácil resulta concluir esto. ¿Y por qué no lo son? Ojalá fuera igual de sencillo contestar esta pregunta, porque para poder hacerlo necesitamos conocer los mecanismos profundos del pensamiento social dominante; es decir, necesitamos conocer el modo en que el sistema del mundo se enfrenta al análisis de la realidad. Y ¿cuáles son esas bases de análisis? Primera, la identificación y persecución del síntoma: el sistema precisa defenderse de un modo eficaz = visible al exterior de toda desviación de la norma. La norma es el Derecho, que no la Justicia. Esto se traduce en la persecución a todo tipo de acto que ponga en peligro los patrones conceptualizados como válidos por el propio sistema, los cuales – a su entender- no solo representan a la realidad como debe ser entendida, sino que son la propia Realidad con mayúsculas. Cualquier contestación a esa realidad con mayúsculas se convierte en algo sospechoso, perverso, peligroso, y, por tanto, necesita eliminarse para asegurar la estabilidad del Sistema y blindar su amenazada continuidad. Es así cómo concluye el proceso: con la eliminación del síntoma. Por ejemplo, el pobre que roba es rápidamente condenado, sin que el Sistema y sus jueces se cuestionen por qué es pobre y roba, por ejemplo, para que no mueran de hambre sus hijos.

Simplificando el lenguaje, se trata de acabar con el síntoma, pero obviando o despreciando la causa. Por otro lado quienes actúan contra el síntoma no lo hacen desde la imparcialidad neutral, sino que tienen intereses directos o una determinada relación con la manifestación de esos síntomas. Por ejemplo, atesoran con malas artes y llevan a otros a la pobreza. Por otro lado, quien juzga el pecado no está nunca libre de pecado. Para el juzgador social del sistema, la causa que produce efectos perversos no tiene importancia más que a nivel exterior. Se trata de suprimir el efecto perverso o quitar de en medio a quien lo produce. Otra cosa es que esta norma oficial se aplique a todos los delincuentes con independencia de su capacidad económica o su influencia social, porque en este aspecto, el juzgador hace muchos distingos como vemos a diario.

LA PERSECUCIÓN DEL SÍNTOMA

El síntoma no es la enfermedad, sino su carta de presentación escrita por el alma: un simple testigo que advierte de algo que sucede en lo más íntimo, y que no está en orden.

En el terreno de la medicina convencional, que es la alopática oficial, la enfermedad se manifiesta de diversos modos: los síntomas o testigos son fiebre, o manchas en la piel, o dolor, por ejemplo. Un millón de síntomas definen a un millón de enfermos. Considerados perversos en sí mismos, se tratan para ser eliminados por medio de remedios que anulen su presencia. Entonces se da por curado al enfermo. Tal curación no existe: tan solo se ha eliminado al testigo, pero no la causa. Del mismo modo percibimos cómo existe un pensamiento social dominante tendente a tapar el malestar, a retrasar su aparición, a reprimirlo cuando aparece. En definitiva, el pensamiento dominante del Poder trata de evitar la causa, confundiéndola, interesadamente, con el efecto.

Si nos acercamos al campo de la psiquiatría, se actúa del mismo modo: ¿hay depresión? Usemos euforizantes. ¿Insomnio o nerviosismo? Utilicemos relajantes o hipnóticos. Hasta cuando hablamos de psicoterapia, se trata de suprimir las conductas indeseables con diversas estrategias tendentes a eliminar la conducta indeseable como hace la psicología conductista tan extendida en todo el mundo. Igual sucede en el campo de la pedagogía tradicional cuando un alumno presenta problemas de disciplina o desinterés y en cualquier campo que usted, inquieto lector, se preocupe de investigar: siempre la supresión del efecto pretende acabar con la causa. Y así nos va, porque lo que se reprime, se esconde más adentro y siempre vuelve más fuerte y difícil de controlar aunque no sea con la misma carta de presentación.

PERO esta es la filosofía del Sistema: la supresión del síntoma. Y esta especie de filosofía del absurdo se halla tan extendida, que hasta existen curanderos que lo practican. Su arte y sus remedios pueden conseguir volver a esconder en su origen (siempre el alma) el mal del que ha enfermado. Pero ahí está de nuevo, agazapado y esperando su momento para volver a aparecer mientras el enfermo no vaya a la raíz espiritual de sus problemas y las sane.

Con esta filosofía de esconder el síntoma se trata de hacer invisible el rostro feo de la realidad. Si, por ejemplo, existe malestar social y se producen desórdenes públicos, pues se saca a la calle a la policía y listo, sin que ningún juez ni legislador cuestione si es legítimo que sean tan pocos los que poseen tanto y tantos los desheredados por la fuerza y el engaño, pues esa sería la raíz social de la revuelta-síntoma.

Si existiese un sistema de pensamiento activo mayoritariamente asumido basado en los cinco pilares del desarrollo de la conciencia o sea: libertad, igualdad, fraternidad, unidad y justicia, el mundo sería asintomático, y no existiría enfermedad, ni delincuencia, ni problema psicológico alguno, ni fracaso social o escolar. Pero no es así, a pesar de infinitos remedios correctores y cuantiosas inversiones de todo tipo para lograr resultados combatiendo síntomas negativos. Entonces sucede que los enfermos no se curan y /o aparecen otros síntomas nuevos, los delincuentes reinciden, los depresivos van de un conflicto a otro, los estudiantes repiten cursos, etc. El mundo, entre tanto, acumula más y más síntomas negativos que crecen día a día e influyen también en el campo electromagnético terrestre. Estamos equivocados. Este modelo es perverso y pervierte.

Cuando en los años sesenta y setenta algunos siquiatras ingleses e italianos se rebelaron contra las tapias de los manicomios y propugnaron el estudio de las causas profundas que llevan a la enfermedad se dieron de bruces contra las acorazadas tapias sociales y prejuicios tradicionales- como el patriarcado o la acción represora- asumidos por los dirigentes y sus abducidos con los que el Sistema se protege a través de la familia, la propiedad y el Estado, la ideología religiosa falsamente espiritual y falsamente moral y todos los condicionamientos pedagógicos y rituales varios con que el propio Sistema se blinda para proteger su maldad.

El estudio de las causas de la esquizofrenia a partir de sus síntomas llevó a algunos lúcidos siquiatras ingleses, como Laing o Cooper, o a italianos como Roger Gentis, a poner en evidencia que existían dos tipos de elementos desencadenantes: el primero, el sistema social dominante y su nefasta influencia en la familia y en la salud emocional de la población. El segundo aspecto, más sutil todavía, venía a descubrir la existencia de ciertos elementos espirituales y genéticos aparentemente preexistentes en los individuos esquizofrénicos. Tales conclusiones llevaron por un lado a culpar al capitalismo y a su doble moral de una parte importante del componente esquizofrénico, pero a la vez evidenciaba la existencia de elementos perversos individuales favorecedores de la enfermedad síquica. Ambas conclusiones llevaron a algunos siquiatras, como Laing, a renegar de su trabajo institucional y a marcharse a los Himalayas en busca de respuestas más profundas sobre el alma humana y sus complejidades.

Estas experiencias llevaron también a muchos pensadores de la izquierda política y contracultural a descubrir que el Estado y la ideología dominante de las clases dominantes no determinan pero sí influyen poderosamente en la conducta de los pueblos.

Podrán favorecer o suprimir de mil maneras movimientos de respuesta que pongan en peligro su blindaje, pero la ideología y la presión del Sistema dominante no puede alterar la totalidad de la personalidad y la conducta- y no es que no lo intente- pero el ser humano es mucho más complejo: puede ser víctima social tanto como víctima de sí mismo; víctima del Sistema o víctima de familiares, amigos, conocidos, amantes, compañeros de trabajo, etc. De todo cuanto nos rodea tenemos que cuidarnos a la vez para evitar ser manipulados, atados, despersonalizados y convertidos en víctimas y servidores. Pero cualquiera de nosotros tiene en sí la fuerza suficiente como para evitar ser convertido en víctima. Para ello contamos con la inestimable ayuda de las leyes espirituales resumidas en el código mosaico y en el Sermón del Monte de Jesús. El cumplimiento de tales leyes aseguran el tránsito hacia un mundo donde prevalezcan los mencionados cinco grandes principios a los que aspira el corazón humano más despierto: libertad, igualdad, fraternidad, unidad y justicia. La lucha de los mejores de la humanidad es un combate diario para vivir según esos principios cuya aplicación acabaría con cualquier forma de delincuencia y abren las puertas para el ingreso de una nueva humanidad más justa, más libre y más feliz, que al fin y al cabo es la humanidad a la que todos aspiramos.

CONFLICTO ESPIRITUAL Y JUSTICIA

Ahora podemos saber finalmente de dónde surge el conflicto que provoca el síntoma y cómo aprovechar la información del síntoma en lugar de eliminarlo para ir hasta la raíz de aquello que lo provoca. Imaginemos un árbol enfermo. Observamos que las flores que produce no son sanas: está alterado su color, sus pétalos carecen de energía, etc. ¿Cómo procedemos? ¿Cortando las flores? ¿Eliminando así justamente el mensaje del árbol sobre su estado de salud? ¿No nos convendría sanar el árbol para que produjera nuevas flores sanas? Apliquemos esto al mensaje llamado síntoma.

El alma actúa enviando mensajes cuando existe un conflicto del que al principio no son conscientes la mente ni el cuerpo, pues surgen del subconsciente y se manifiestan primero en el consciente como conflicto de ideas, emociones, conductas: una desarmonía fácilmente evidenciada como desasosiego, inquietud. Estos primeros síntomas se agravan y van desembocando en otros si no se pone uno a sanar la causa que los produce. Insomnio, nerviosismo, falta de apetito o todo lo contrario, malhumor, agresividad, etc. Son manifestaciones del conflicto interno que si no se atiende poco a poco va minando la salud física, mental y emocional. Todo el cuerpo se convierte en síntoma. Aplicando el paralelismo del árbol, el árbol está enfermo y de nada vale cortar las flores que manifiestan la enfermedad: hay que sanar la raíz. La raíz es el alma.

El alma, emisora del mensaje llamado conflicto que traslada -vía emoción-
a la mente y al pensamiento cuando estos se desarmonizan con ella, es la clave.
¿Está en armonía con las leyes de la naturaleza?
¿Cumple las leyes espirituales de amor a Dios y al prójimo?
¿Perdona y pide perdón?
¿Hace a los demás lo que desea recibir de ellos?
¿Evita hacer daño porque no quiere ser dañado?

Estas preguntas son claves para comenzar cualquier proceso de regeneración personal capaz de poner orden en los conflictos y eliminar – de pasada- los síntomas, a cualquier nivel que estos se produzcan. Esta es la clave de la auto sanación que los cristianos realizan pidiendo perdón y perdonando con la ayuda de Cristo, y sin ella no existe curación posible por más vueltas que demos a la mente, por más hospitales que visitemos, por más medicinas que tomemos, o por más votantes a su favor que pudiera tener un gobierno. Nada evitará la enfermedad ni la delincuencia o el malestar a cualquier nivel mientras no hagamos conscientes los mensajes del subconsciente, los aceptemos con agradecimiento y trabajemos para eliminar el conflicto que nos trasmiten armonizándonos con la naturaleza, cumpliendo con las leyes espirituales, perdonando y pidiendo perdón, y haciendo a los demás lo que deseamos que estos nos hagan, o evitando hacer a otros el daño que no deseamos recibir de nadie.

De nada sirve perseguir síntomas si no hay realización espiritual. No sana el árbol si no sana su raíz. Un árbol enfermo siempre produce flores enfermas. Lo que enferma el tejido celular de un organismo es su tejido emocional. Ahí es donde hay que mirar con lupa.

EL TEJIDO EMOCIONAL Y EL CAMINO EVOLUTIVO

Existen por lo menos una docena de acepciones de la palabra tejido. En el caso de nuestro cuerpo, al tejido celular, linfático, sanguíneo, óseo, nervioso etc. Pero existen otras acepciones. Así, podemos hablar del tejido industrial, del tejido social, comercial, etc. Cada uno de los tejidos tiene un nexo profundo con el significado de tejer, que es unir unidades para formar una complejidad; formar una gran unidad enlazando unidades más pequeñas según ciertas reglas que hacen posible su entrelazamiento. Si pensamos en el tejido industrial, inmediatamente nos vienen a la mente fábricas, talleres, etc. de diversos tipos que forman la red industrial. Si pensamos en el tejido social acuden conceptos como clases sociales, asociaciones, etc. Cada una de estas redes a su vez derivan en otras con las que existen conexiones de diversa consideración: ideológicas, financieras, comerciales... Así sucede siempre con cualquier acepción de la palabra tejido que hayamos elegido. Lo natural es que cada unidad de una naturaleza determinada contribuya a formar un tejido pertinente, a incluirse en un gran todo del que forma parte por derecho propio. La mayor perversidad a que nos conduce el pensamiento dominante de todas las épocas, pero especialmente en la nuestra, es a intentar aislarnos en individualidades separadas a la vez que pretende convertirnos en gregarios, en rebaños de dóciles consumidores, trabajadores explotados y pagadores de impuestos.

En este punto surge la siguiente pregunta:
¿Existe un tejido emocional?
¿Puede utilizarse la expresión tejido emocional en el sentido estructural
que damos a las otras categorías mencionadas?

Si un tejido industrial lo componen fábricas, talleres, etc. o internet una red cibernética con unidades de ordenadores conectados a ella y entre sí, por ejemplo, ¿qué es lo que puede determinar la existencia de un tejido emocional si no son, precisamente ciertas unidades emocionales? ¿Y cuáles son estas? A poco que pensemos nos encontramos con unidades de pensamientos, sensaciones, sentimientos. De cada una de estas unidades y de las relaciones existentes entre ellas y con los actos derivados de cada una, surgen nuevas redes que configuran tejidos incluso neuronales. Así, podemos hablar de la existencia de un tejido nervioso personalizado, pues todos los pensamientos personales acaban siendo también mundiales, ya que son energía que conforma la red mundial energética del pensamiento colectivo que da lugar a la existencia de diferentes culturas, ideologías, y últimamente –a raíz de la extensión de la televisión y de internet en todo el planeta- podemos hablar de videología, palabra tan inexistente oficialmente como certera realmente, pues aúna dos conceptos de extraordinaria importancia para la extensión de esto que se ha llamado globalización: transmitir ideología apoyada en la imagen, o viceversa. Así es como se ha ido configurado gran parte la red mental actual.

Pero también hemos hablado de sensaciones y sentimientos. Individualmente consideramos que cada uno, lo mismo que es un emisor de pensamientos que interactúan con los pensamientos de los demás humanos, también es por ello receptor de otros por esa razón, lo que permite el intercambio cultural. Y refiriéndonos exclusivamente a los sentimientos y sensaciones, vemos que sucede exactamente lo mismo. Estos dos campos, sin embargo, aunque seguimos siendo emisores tanto hacia el interior de nuestros organismos y de nuestra propia conciencia como hacia el mundo que nos rodea, no son tan evidentes. Y el menor de todos es el de las sensaciones. Solo las personas dotadas de agudeza espiritual perciben estos campos y son capaces de valorarlos con exactitud. Esto no es obstáculo para que cada persona emita de continuo tanto un tipo determinado de pensamientos como que experimente un tipo determinado de sensaciones y sentimientos que van a determinar aquellos tanto como van a determinar su propio bienestar físico y emocional, pues cada una de esas unidades de red tiene una determinada vibración, una frecuencia, una longitud de onda precisa, como corresponde a toda energía. Frecuencia vibratoria y longitud de onda personal conectan a su vez con frecuencias y longitudes de onda de otras personas que emiten en esa sintonía, tanto en el mundo visible como en el invisible, pues ninguna energía se pierde. Por ello somos capaces de comunicarnos a niveles más sutiles que el lenguaje hablado, lo que determina la cualidad de las relaciones personales y también su calidad. Se puede conectar desde el amor, o se puede conectar desde el odio, por ejemplo. Así se forman redes mundiales de energía de ambos tipos de sentimientos, pero no solo de estos, sino de muchos más que corresponden a individuos o grupos humanos. Se forma, pues, una inmensa red mundial de pensamientos, sentimientos, actos (que son energía viva resultante) a partir de cada unidad de estos pensamientos sentimiento y actos. Esto lo define el cristianismo originario como Crónica Atmosférica, que es la atmósfera energética del Planeta. Pero como ninguna energía se pierde, y la de los pensamientos es una energía sutil, por la ley de semejanza busca en el cosmos la que es igual o parecida. Lo que uno emite, tanto si es positivo como negativo, se graba en el consciente de uno mismo, en su subconsciente, en sus células y en el macrocosmos material (la crónica atmosférica). Además, como energía sutil que es, se dirige en el Cosmos al correspondiente planeta de ese tipo de energía. Y ese es el que nos llamará cuando, como energía que somos, dejemos en este mundo nuestro cuerpo físico en lo que llamamos muerte.

En esta humanidad prevalecen los pensamientos y sentimientos negativos, de desunión, y hay muchos crímenes en forma de guerras y violencia interpersonal. El olvido de la negatividad que emitimos o de los crímenes humanos no quiere decir que se pierdan sus consecuencias, pues, como venimos diciendo, ninguna energía se pierde. Cuando somos víctimas, el perdonar nos libera, pero la conciencia de quien actúa contra su prójimo no le dejará en paz antes o después, porque es el testigo de cargo principal. Que no esperen que su conciencia se olvide de quien actúa contra las leyes divinas porque antes o después cada uno se encuentra frente a sí mismo y juzga su propia conducta con arreglo a las leyes de la conciencia a las que no engaña ningún abogado. Entonces tendrá que reconocerse, pedir perdón, perdonar, y reparar, tal como enseña Cristo, porque este es el camino de la purificación del Hijo Pródigo de toda la vida, este es el camino de la evolución, y no hay otro.