La iluminación espiritual

El delicado oficio de pensar de Umberto Eco

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EL ARTE DE PENSAR

Aquellos que conocen el arte de pensar no necesitan maestros.

La inteligencia es peligrosa. La inteligencia significa que comenzarás pensando por ti mismo; comenzarás a mirar alrededor por ti mismo. No creerás en ningún cuento; creerás solo en tu propia experiencia.

Los pensamientos son como nubes: van y vienen, y tú eres el cielo. Al sentir que van y vienen y que tú eres un observador, un testigo, se adquiere dominio sobre la mente. Digo simplemente que hay una forma de estar sano. Digo que te puedes librar de todo lo insano creado en tu pasado. Simplemente siendo un testigo de tus pensamientos.

Una persona que se preocupa por el qué dirán, nunca podrá ir hacia adentro, estará ocupado en exceso con lo que puedan decir los demás, con lo que puedan pensar. Por eso debes parar tu mente, si la mente se detiene no significa que no vuelvas a pensar. De hecho, solo después de esto pensaras por primera vez, habrá más energía y será más clara.

Cuando estás sin pensamiento, hay no-mente. Lo puedes llamar la iluminación, lo puedes llamar nirvana o lo que quieras. Observa tu mente. Los pensamientos, por muy sutiles que sean, están al alcance de tu observación porque el pensamiento solo sucede en tu cabeza y realmente no están en la profundidad de las raíces de tu ser; no es tu totalidad.

Veamos que nos dice Umberto Eco sobre el oficio de pensar...

EL OFICIO DE PENSAR

El delicado oficio de pensar de Umberto Eco.

Un quinceañero me preguntó hace unos días, en un momento de confidencia: Pero, perdone: ¿cómo definiría usted su oficio?. Le respondí por instinto que mi oficio era el de un filósofo, cosa admitida por la ley, ya que estoy doctorado en filosofía y honrado con libre docencia en materia filosófica. Me siento filósofo por culpa de Giacomo Marino. Este verano he ido a Pinerolo a conmemorarlo porque había sido mi profesor de filosofía en el instituto Plana de Alessandría. Marino ha demostrado que se puede ser un filósofo, es decir, un pensador, aunque se esté condenado a ser profesor de filosofía. No solo me ha enseñado filosofía cuando me explicaba a Descartes o a Kant, sino también filosofía cuando respondía a preguntas tan insensatas como éstas: ¿Quién era Freud?, ¿Qué es un leit-motiv en Wagner?, ¿Es lícito practicar el boxeo?. Así causó Giacomo Marino un gran disgusto a mi padre, que quería que yo fuera (como era inevitable en Piamonte) abogado.

Amar la filosofía y practicarla profesionalmente es un extraño oficio. Se es un pensador. A veces, me percato mientras estoy trabajando de que me abandono sobre la silla, con los ojos fijos en un punto, y dejo divagar mi mente aquí y allá. Y, como es natural, mi moralismo de ex católico se despierta: estoy perdiendo el tiempo. Luego me recompongo: ¿acaso no estoy ejerciendo la profesión de pensador? Y, por tanto, es justo que piense.

Errónea idea: un pensador piensa, pero no en los momentos dedicados al pensamiento. Piensa mientras coge una pera de un árbol, mientras cruza la calle, mientras espera que el funcionario de turno le entregue un impreso. Descartes pensaba mirando una estufa. Cito de dos textos contemporáneos (uno voluntariamente degradado y otro voluntariamente degradante): para Fleming, James Bond se sentaba en el área de salida del aeropuerto de Miami después de dos dobles de bourbon y reflexionaba sobre la vida y la muerte. Para Joyce, al final del capítulo cuarto de Ulises, Leopold Bloom está sentado en la taza (si se me permite, está cagando) y reflexiona sobre las relaciones existentes entre cuerpo y alma.

Esto es filosofar... Utilizar los intersticios de nuestro tiempo para reflexionar sobre la vida, sobre la muerte y sobre el cosmos. Deberíamos dar este consejo a los estudiantes de filosofía: no apuntéis los pensamientos que os vengan a la cabeza en el escritorio de trabajo, sino los que se os ocurran en el retrete. Pero no se lo digáis a todos, porque llegaríais a la cátedra con mucho retraso. Comprendo, por otro lado, que esta verdad pueda parecer ingrata a muchos: lo sublime no está al alcance de cualquiera.

Pero filosofar significa también pensar en los otros, especialmente aquellos que nos han precedido. Leer a Platón, Descartes, Leibniz. Y es este un arte que se aprende lentamente. ¿Qué quiere decir reflexionar sobre un filósofo del pasado? Tomar en serio todo lo que ha dicho es como para abochornarse. Ha dicho, entre otras cosas, un montón de estupideces. Honestamente: ¿hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles, Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? ¡Vamos, hombre! La grandeza de un buen profesor de filosofía está en hacernos volver a descubrir a cada uno de estos personajes como hijos de su tiempo.

Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencia desde su punto de vista. Ninguno ha dicho la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Es esto lo que hay que comprender: no si es verdad lo que ha dicho, sino si es adecuado el método con el que han tratado de responder a sus interrogantes. Y de este modo un filósofo, aunque diga cosas que hoy día nos harían reír, se convierte en un maestro.

Saber leer así a los filósofos del pasado significa saber redescubrir de improviso las fulgurantes ideas que han expresado. Un ejemplo: Bacon ha sido el filósofo de la ciencia moderna. Si hubiéramos tomado al pie de la letra lo que escribió, la ciencia moderna no existiría. Además, ha sido un personaje ambiguo como modelo ético. También ha estado en prisión, aunque no se sepa muy bien si como Gramsci o como Licio Gelli. Pobre Francisco, tratemos de ponernos en su lugar. Abro por azar su De dignitate et argumentis scientiarum, y leo que es tan erróneo sobrevalorar el pasado como sobrevalorar el presente. Pero que, a fin de cuentas, la antigüedad es la juventud del mundo, mientras que el único tiempo viejo y antiguo es aquel en el que vivimos.

¡Qué hermosa idea para un precursor de la ciencia moderna!

CUANDO PIENSA UMBERTO ECO

La mordaz lucidez de Umberto Eco para pensar.

Cuando Umberto Eco piensa sobre los libros dice:

Los libros no están hechos para que uno crea en ellos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa.

Cuando Umberto Eco piensa sobre los padres dice:

Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría.

Cuando Umberto Eco piensa sobre Dios dice:

Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo.

Cuando Umberto Eco piensa sobre el amor dice:

El amor es más sabio que la sabiduría.

Cuando Umberto Eco piensa sobre los héroes dice:

El verdadero héroe es héroe por error. Sueña con ser un cobarde honesto como todo el mundo.

Cuando Umberto Eco piensa sobre los villanos dice:

Los monstruos existen porque son parte de un plan divino y en las horribles características de esos mismos monstruos se revela el poder del creador.

Cuando Umberto Eco piensa sobre la poesía dice:

Todos los poetas escriben mala poesía. Los malos poetas la publican, los buenos poetas las queman.

Cuando Umberto Eco piensa sobre el periodismo dice:

No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia.

Cuando Umberto Eco piensa sobre internet dice:

Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel... es la invasión de los imbéciles.

Cuando Umberto Eco piensa sobre la corrupción dice:

Hoy, cuando afloran los nombres de corruptos o defraudadores y se sabe más, a la gente no le importa nada y solo van a la cárcel los ladrones de pollos albaneses.

Tal vez no soy tan sabio como me gusta pensar que soy. Umberto Eco