La máquina de Kennedy

Cuento zen con moraleja

La espiritualidad no es programación ni un mecanismo. Es, por el contrario, un desafío: Dios desafía al hombre gritándole una y otra vez: ¡Interiorízate!

Imagen del cuento: La máquina de Kennedy

Cuento zen sobre la programación religiosa

Se cuenta que el Presidente Kennedy tenía que firmar tantas cartas, autógrafos y retratos personales que inventaron un pequeño mecanismo para él. La máquina firmaba por él, y la firma era tan perfecta que ningún experto era capaz de distinguir la mecánica de la verdadera, ni siquiera el mismo Presidente Kennedy era capaz de distinguir la falsa de la verdadera.

Malcolm Muggeridge afirma que cuando Kennedy fue asesinado, olvidaron desconectar la máquina, y esta siguió funcionando. El Presidente siguió firmando cartas personalizadas aún después de muerto.

MORALEJA

Un mecanismo es un mecanismo.

Te conviertes en un cristiano: te transformas entonces en un mecanismo religioso. Te comportas como si realmente amaras a Cristo, pero ese «como si» debe recordarse. Te haces budista: te transformas entonces en un mecanismo religioso. Te comportas como si siguieras a Buda, pero no debieras olvidar ese «como si». Tu firma puede ser perfecta, pero surge de un mecanismo muerto.

La espiritualidad no es conformidad. La conformidad ocurre entre el individuo y el pasado, y la espiritualidad es algo entre el individuo y el presente, entre el individuo y el ahora, entre el individuo y la vida. La conformidad significa conformarte con aquello que ya no es, que está muerto. Conformarte ahora con el pasado es conformarte con una cosa muerta; te estás conformando con el pasado. Si te relacionas con el presente, es totalmente diferente. Te revoluciona; te hace renacer.

La conformidad es algo que ocurre entre el individuo y la sociedad. La espiritualidad es algo que sucede entre el individuo y la existencia misma.

La espiritualidad es algo que sucede entre la existencia concreta y tú. No tiene nada que ver con ficciones. Y la espiritualidad no es tradición. La tradición pertenece al tiempo, la espiritualidad pertenece a la eternidad. Para incursionar en la espiritualidad, tienes que moverte en el ahora eterno. La espiritualidad no tiene historia.

Las mal llamadas religiones, las religiones organizadas, son consuelos. Te consuelan, esconden tus heridas. No te agitan, no te llaman y no te invocan. No te piden que seas aventurero, no te piden que seas atrevido, no te atraen hacia una vida peligrosa. Son mecanismos creadores de zonas de confort bastante bien elaboradas.

La espiritualidad no es una consolación y mucho menos un mecanismo. Es, por el contrario, un desafío: Dios desafía al hombre, Dios ronda al hombre, Dios grita una y otra vez: ¡Retorna! ¡Interiorízate! No te dejará tranquilo. Seguirá tocando a tus puertas; seguirá creando tormentas en tu ser, en tu espíritu; te seguirá agitando. No dejará que te conformes con menos. A menos que obtengas lo supremo, no se te permitirá descansar. La espiritualidad es un desafío, es una gran tormenta. Es un ahora vibrante; no es una consolación.