La iluminación espiritual

La inocencia

Cuento Zen (66)

Correteando por la calle, un niño rapaz, al dar la vuelta a una esquina, chocó inesperadamente con un hombre.

¡Santo cielo!, dijo el hombre, ¿adónde vas con tanta prisa jovencito?

A casa, respondió el niño. Llevo prisa, porque mi madre me va a sacudir.

¿Y tantas ganas tienes de que te sacudan que vas corriendo de esa manera?, le preguntó asombrado.

No. Pero, si mi padre llega a casa antes que yo, será él quien me dé la tunda.

MORALEJA

Solo la inocencia se atreve a cometer ciertos actos de audacia. La virtud, cuando es tutora, es tan calculadora como el vicio.

Jesús dijo: «Si no te vuelves como un niño, jamás entraras en el reino de los cielos».

La inocencia es coraje y claridad, ambas cosas. Si eres inocente no necesitas tener coraje. Tampoco necesitas tener claridad, porque no hay nada tan claro y tan transparente como la inocencia. La cuestión es cómo proteger nuestra propia inocencia.

La inocencia no es algo que tengas que alcanzar. No es algo que tengas que aprender. No es un talento: pintura, música, poesía, escultura. No es ninguna de estas cosas. Es más parecido a la respiración, es algo con lo que naces.

La inocencia es la naturaleza de todo el mundo. Todo el mundo es inocente al nacer.

¿Cómo puedes nacer y no ser inocente?

El nacimiento significa que entras en el mundo como una tabla rasa, no hay nada escrito. Solo tienes futuro, no tienes pasado. Ese es el significado de inocencia. Primero intenta comprender todos los significados de inocencia.

En la inocencia no hay pasado, solo hay futuro.

El pasado te corrompe porque provoca memorias, experiencias, expectativas. Las cuales, combinadas entre sí, te vuelven listo, pero no claro. Te vuelven astuto, pero no inteligente. Pueden ayudarte a triunfar en el mundo, pero en el fondo de tu ser, serás un fracasado. Todo el éxito en el mundo no se puede comparar con el fracaso que tendrás que enfrentar finalmente, porque al final solo te quedas con tu ser interno. Se pierde todo: tu gloria, tu poder, tu nombre, tu fama... empiezan a desaparecer como si fuesen sombras.

Al final solo te queda con lo que tenías al principio. Solo te puedes llevar de este mundo lo que trajiste, nada más.

La gente inocente, ignorante, es más sincera que las personas sofisticadas y cultas. La civilización solo hace gente astuta con el solo deseo de posesionar desmedidamente. Pierden toda su inocencia, toda la fragancia de la inocencia.

Sin posesiones, sin éxito, sin fama, ¿quién eres? No lo sabes. Eres tu nombre, eres tu fama, eres tu prestigio, eres tu poder. Pero, aparte de eso, ¿quién eres? Tus posesiones se han convertido en tu identidad. Te dan un sentido de identidad falso. Eso es el ego.

No sabes quién eres, necesitas sustituirlo con otra identidad falsa. Tus posesiones te dan esa falsa identidad, y en ese instante, sabrás que la sociedad ha corrompido tu inocencia.

Pero por supuesto, puedes tener una segunda infancia...

La segunda infancia es mucho más valiosa e importante que la primera. En la primera, la inocencia se debía a la ignorancia, de modo que no era clara, tus ojos llenos de asombro, sin saber nada, sin tener nada, sin ninguna tensión, sin ninguna ansiedad. La segunda infancia es tu triunfo más grande, no le sucede a todo el mundo. La segunda infancia te hace inocente sin ignorancia, llega a través de todo tipo de experiencia, es desarrollada, centrada, madura. La segunda infancia es exactamente el significado existencial de la meditación, y a partir de ahí es el gran peregrinaje de regresar a casa, a esa casa que nunca has dejado realmente, que es imposible abandonarla, porque eres Tú.

Deberías estar contento y disfrutar de tu segunda infancia, deberías sentirte bendecido por esta experiencia, es el milagro, el auténtico milagro, volver a sentirse como un niño es una gran conversión. Permítelo, no te avergüences. Pon a un lado tu edad y tu mente. Si puedes, de repente sentirás cómo una nueva energía surge en tu cuerpo. Uno tiene que volverse nuevamente un niño y entonces la vida se completa. En la infancia comenzamos y en la infancia terminamos. Si uno muere sin convertirse en un niño, el círculo de su vida queda incompleto. Tendrá que nacer de nuevo.