Juan el testigo de Dios

Cuento zen con moraleja

Se necesita a alguien que pueda ser un testigo, que pueda dar testimonio, que pueda decir: «Sí, yo Le conozco», que pueda resonar en tus profundidades.

Imagen del cuento: Juan el testigo de Dios

Cuento zen sobre las creencias

Apareció un hombre enviado por Dios; su nombre era Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la Luz, a fin de que por medio de él todos creyesen.

Y Dios le dijo a Juan: Estoy aquí. Si puedes verme, llegarás a confiar en cosas que no habías sido capaz de darte cuenta por ti mismo. A través de mí, puedes tener una vislumbre de lo que todavía no ha sido visto.

Y desde ese momento Juan se transformó en un testigo, para dar testimonio de la Luz.

MORALEJA

Se necesita a alguien que pueda ser un testigo, que pueda dar testimonio, que pueda decir: «Sí, yo Le conozco», que pueda resonar en tus profundidades, que te pueda dar el sabor, a través de su contacto, de que «Sí, Dios existe». Dios nunca puede ser sólo una creencia, porque una creencia será impotente. Su naturaleza será intelectual, mental, pero no te transformará. Puedes acarrear la creencia durante toda tu vida: será parte de tu chatarra, no te transformará.

La confianza, la fe, son diferentes. La creencia es intelectual; la confianza es existencial Pero, ¿cómo puedes llegar a confiar si no te acercas a un hombre que pueda dar testimonio, que pueda decir desde las profundidades de su ser, «Sí, Dios es»? Si te permites ser vulnerable a él, y su ser conmociona algo dentro de ti, entonces nace la confianza.

Juan ha conocido la Luz, él viene de la Luz. Recuerda, quien conoce la Luz también sabe que viene de la Luz, porque no hay otra manera de estar aquí. Puede que no lo sepas, pero tú también vienes de la Luz. Esa es la verdadera fuente, la semilla y la fuente de toda vida.

Juan no era él la Luz, sino quien había de dar testimonio de esa Luz.