La gallina de corral
Cuento zen con moraleja
El niño programado es un niño que ha perdido su identidad. Hay cosas implicadas que lo estás destruyendo completamente. Se hará viejo, pero no crecerá.
Cuento zen sobre la identidad
Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba ¿Qué es eso?, preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él. De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.
MORALEJA
El niño programado es un niño que ha perdido su identidad, es como la gallina de corral. Hay tantas cosas implicadas que lo estás destruyendo completamente. Se hará viejo, pero no crecerá. Se hará viejo, pero no florecerá ni tampoco dará fruto. Vivirá, pero su vida no será una danza, no será una canción, no será un disfrute. Has destruido la posibilidad básica de todo aquello que le convierte en un individuo, auténtico, sincero, de todo lo que le da cierta integridad.
La programación te deja inválido, no puedes decir no, tienes que decir sí. Pero cuando una persona es incapaz de decir no, su sí no significa nada; está funcionando como una máquina. Le has convertido en un robot.
Las religiones han hecho vivir al ser humano sin florecimiento y sin fragancia; en realidad cada individuo tiene la capacidad de ser un Sócrates, de ser un Pitágoras, de ser un Heráclito, de ser un Buda, de ser un Jesús. Cada individuo tiene el potencial, pero este potencial no es alimentado suficientemente. Sigue siendo un potencial... hasta que el hombre muere, con lo que nunca llega a realizarse.
Todos los esfuerzos de la sociedad deberían estar dirigidos a dar a cada individuo oportunidades de desarrollar su potencial, sea el que sea. Nadie debería malgastar su vida, nadie tiene derecho a hacerlo. Y entonces podremos tener un mundo que sea verdaderamente un jardín de seres humanos. Ahora mismo vivimos en el infierno.