La iluminación espiritual

El fanatismo

Cuento Zen (85)

Tras muchos años de esfuerzos, un inventor descubrió el arte de hacer fuego. Tomó consigo sus instrumentos y se fue a las nevadas regiones del norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y en sus ventajas. La gente quedó tan encantada con semejante novedad que ni siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor, el cual desapareció de allí un buen día sin que nadie se percatara. Como era uno de esos pocos seres humanos dotados de grandeza de ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran honores; lo único que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado de su descubrimiento.

La siguiente tribu a la que llegó se mostró tan deseosa de aprender como la primera. Pero sus sacerdotes, celosos de la influencia de aquel extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha, entronizaron un retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una liturgia para honrar su nombre y mantener viva su memoria y teniendo gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera una sola rúbrica de la mencionada liturgia. Los instrumentos para hacer fuego fueron cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo correr el rumor de que curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos con fe.

El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del Inventor, la cual se convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.

Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a las generaciones futuras, mientras ellos se reservaban el poder de interpretar el sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida y muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a cualquiera que se desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la gente fanática, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por completo el arte de hacer fuego.

MORALEJA

Jesús nos enseñó a perdonar y amar, pero la gente fanática, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por completo el arte de perdonar y amar.

El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo, después de haber olvidado el fin. De hecho, el celibato de los clérigos me parece una gran idea: podría suprimir una tendencia hereditaria al fanatismo.

Recuerden, la paz interior se logra a través de la práctica meditativa, del trabajo y de la oración, realizados correcta, altruistamente y sin fanatismo ni sujeción a la letra. Pero si das un paso más allá del entusiasmo, caes en el fanatismo; otro paso más, y llegas a la locura.

La inteligencia y la sabiduría siempre van a la par, pero la inteligencia sin la sabiduría, es peor que la ignorancia y el fanatismo.