La iluminación espiritual

El anillo de Giges

Cuento Zen (58)

La historia del anillo de Giges presentada en el Libro II de la obra platónica «La república». Plantea un dilema ético bastante interesante: ¿Las personas somos buenas y justas por naturaleza o actuamos correctamente por temor a ser castigados?

Giges era un humilde pastor griego que servía al rey de Lidia. Un día, este se encontraba pastoreando con su rebaño en el campo y notó que había una grieta en la tierra de varios metros de profundidad, la cual fue causada por un terremoto.

Asombrado por lo que acababa de ver, Giges descendió por la grieta recién abierta. Allí encontró, entre otras cosas maravillosas, un caballo de bronce hueco que tenía en su interior un cadáver de talla superior a la humana.

El cadáver estaba desnudo y tenía un anillo de oro en uno de sus dedos. Giges lo tomó y se fue. Más tarde, Giges descubrió por casualidad que, si giraba la piedra preciosa del anillo hacia el lado interior del dedo, era capaz de volverse invisible. Viendo que el anillo tenía tal poder, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a rendir cuentas al rey. Al llegar a palacio, sedujo a la reina y con su ayuda se deshizo del rey, apoderándose así del trono.

MORALEJA

Dicha historia es presentada a través de una conversación entre Sócrates y Glaucón, el hermano de Platón. Allí, ambos filósofos están discutiendo sobre la noción de justicia y muestran dos posturas contrarias en torno a la misma.

Sócrates, por un lado, defiende que esta es un bien en sí mismo y que las personas justas siempre actuarán conforme a ella. En cambio, su interlocutor afirma lo contrario y asume que la justicia solo es una medida útil para garantizar la igualdad en la sociedad; por lo tanto, cualquiera que tenga la oportunidad cometer injusticias sin ser castigado, lo hará sin pensarlo.

EL ARGUMENTO DE GLAUCÓN

Con la historia del anillo de Giges, Glaucón quiere reflejar que, si todos tuviéramos la oportunidad de cometer actos injustos sin que nadie nos viera y castigue por ello, lo haríamos sin pensarlo. En este caso, podríamos cometer actos atroces, como abusar de cualquiera, matar a unos cuantos, robar… en fin, violar las leyes con toda impunidad.

Y es que el argumento de Glaucón sostiene que las personas no somos buenas por naturaleza. Al contrario, en ausencia de castigos que regulen nuestro comportamiento, buscaremos procurarnos beneficios, a pesar de que esto implique dañar o perjudicar a otros. De esta forma, es necesario y útil que existan leyes que castiguen actos injustos. Solo así podremos evitar que hagamos daño a otros para garantizar nuestro beneficio personal.

Glaucón defiende que si hubiera dos anillos con tal poder, y uno se le diera a una persona justa y el otro a una persona injusta, en nada se distinguirían. Pues la sensación de impunidad haría que ambos abusen de los demás con el fin de obtener lo que quieren.

De esta forma, Glaucón asume que nadie es justo por su propia voluntad, sino solo por necesidad. Y que ser justo no es un bien para nadie en particular, puesto que cualquier persona se vuelve injusta en cuanto puede hacerlo sin temor a ser descubierta.

Por lo tanto, la injusticia siempre será más ventajosa que la justicia. Si alguien, habiendo recibido un poder semejante, no quisiera hacer daño a nadie, todos los mirarían como la persona más desgraciada y estúpida.

EL ARGUMENTO DE PLATÓN

Cabe destacar que Platón no compartía esta visión de la Glaucón y defendía que el hombre debidamente instruido podía ser bueno y justo en sí mismo. Ya que creía que el Bien existía como una verdad y que, en la medida que el hombre la conocía, este ya no podía actuar de otra forma que no fuera acorde.

Además, Platón insiste en que siempre nos convendrá hacer lo que es justo o correcto, puesto que las malas acciones dañan nuestras almas o nuestro carácter como personas. Por su parte, más allá de las concepciones de Platón, es importante tener en cuenta que la mayoría de las personas tenemos una serie de preceptos morales que regulan nuestro comportamiento y nos impiden actuar como psicópatas si poseyéramos el anillo de Giges.

Por ejemplo, muchas personas seríamos incapaces de matar o agredir a otros, así tuviéramos tal poder en nuestras manos. De hecho, hasta podríamos suponer que muchos usarían el anillo para hacer el bien. En otras palabras, si bien no podemos negar que los seres humanos somos egoístas (unos más que otros), también es cierto que muchos se preocuparían por procurarle bien a los demás hasta cierto punto.