La iluminación espiritual

Bienaventuranza # 1

LA POBREZA

Bienaventurados en el espíritu los pobres, porque suyo es el Reino de los Cielos.

Con las palabras, los pobres, no se hace referencia a la pobreza material. No es ésta la que trae la bienaventuranza en el espíritu, sino la entrega a Dios, desde la cual el hombre cumple lo que es voluntad de Dios. Esa entrega es riqueza interna.

Con las palabras, los pobres, se hace referencia a todos aquellos que no ambicionan pertenencias propias y no acumulan bienes. En sus pensamientos y aspiraciones cuenta la vida comunitaria, en la que administran legítimamente los bienes que Dios ha regalado a todos. No dirigen sus esfuerzos y afanes a lo mundano. Sirven al bien común y extienden sus brazos hacia Dios y recorren conscientemente el camino a la vida interna. Su meta es el Reino de Dios en su interior, que quieren anunciar y llevar a todos los hombres de buena voluntad. Su riqueza interna es la vida en Dios, para Dios y para su prójimo. Ellos viven el mandamiento ora y trabaja.

Aspiran al espíritu de Dios y reciben de Dios lo que necesitan para su vida terrenal, y más aún. Estos son los bienaventurados en el espíritu de Dios.

Yo, Cristo, explico, rectifico y profundizo la palabra:

¡Ay de vosotros los ricos!, porque habéis recibido en esta vida vuestro consuelo.

Los hombres que consideran sus riquezas como propiedad suya, son pobres en el espíritu. A muchos de los ricos en bienes materiales, se les dio desde la cuna la tarea espiritual, para su vida terrenal, de ser un ejemplo para aquellos ricos que se atan a sus riquezas con un corazón obstinado e intransigente y cuyos únicos pensamientos y aspiraciones son aumentarlas para sí mismos. Un hombre que es rico en bienes terrenales, que ha comprendido que su riqueza es un don que tan solo ha recibido de Dios para aportarlo a la gran totalidad para el bien de todos, y que lo administra para todos legítimamente -ése está realizando la ley de la igualdad, la libertad, la unidad y la fraternidad. El está colaborando como donante desinteresado para que los pobres no tengan que sufrir necesidades ni los ricos vivan con lujo.

De esta manera se producirá paulatinamente un equilibrio, una clase media elevada para todos los que estén dispuestos a cumplir desinteresadamente la ley ora y trabaja. Así, muy paulatinamente crecerá la verdadera humanidad de una colectividad cuyos miembros no acumularán bienes terrenales personales, sino considerarán todo como propiedad común, que les ha sido dada por Dios.

Si el rico considera el dinero y los bienes como algo propio y en razón de sus riquezas es bien visto en el mundo, vivirá en las próximas vidas terrenales -como efecto de sus causas- en países pobres, mendigando el pan que como rico en su día les negó a los pobres. Esto se dará mientras aún sean posibles encarnaciones de este tipo.

El alma de un rico tal tampoco encontrará reposo en los planos de purificación. Las almas pobres en luz, que por su causa tuvieron que soportar sufrimientos y hambre en vestido terrenal, lo reconocerán como aquel que les retuvo sin derecho lo que les habría podido ayudar a salir de los enredos del yo humano. Muchas lo acusarán, y entonces sentirá su alma misma cómo éstas sufrieron y pasaron hambre. De esta manera, un alma que como hombre en vestido terrenal fue rica y bien vista, puede sufrir grandes penas. Estas penas son más grandes que si en vestido terrenal hubiese tenido que mendigar pan.

Comprended: de acuerdo con las leyes del Eterno, a todo el que guarda desinteresadamente el mandamiento ora y trabaja le corresponde lo mismo; pues Dios da a cada cual lo que necesita y aún más. Pero mientras no todos los hombres se atengan a este mandamiento, habrá en la Tierra los llamados ricos. Su tarea es distribuir sus riquezas acumuladas y vivir como los que desinteresadamente cumplen el mandamiento ora y trabaja. Si de esta manera no piensan en su bien, sino en el bien de todos, la riqueza interna se volverá paulatinamente hacia afuera, y ningún hombre pasará hambre o necesidades.

¡Ay de vosotros, los ricos, que llamáis a vuestro dinero y vuestros bienes propiedad vuestra, y hacéis que vuestro prójimo trabaje para que vuestros bienes se incrementen! Yo os digo que no veréis el trono de Dios, sino que seguiréis viviendo allá donde están los pies de Dios -en la Tierra, una y otra vez en vestidos terrenales, mientras aún sea posible-. También si fomentáis centros y establecimientos sociales, pero sois mucho más ricos que aquellos que de ahí reciben apoyo, estáis sujetos al satanás de los sentidos, que quiere mantener las diferencias entre pobres y ricos.

Mediante estas diferencias surgen poder y servilismo, envidia y odio. De ello resultan desavenencias y guerras. Por esto los que se agarran a sus riquezas, aunque piensen de vez en cuando socialmente, están sirviendo al satanás de los sentidos y actuando contra la ley de la vida: contra la igualdad, la libertad, la unidad y la fraternidad.

Quien considera que el dinero y los bienes son propiedad suya y acapara para sí, en lugar de dejar fluir estas energías materiales, es un ladrón según la ley de la vida, ya que sin derecho está reteniendo a su prójimo una parte de la herencia espiritual de éste; pues todo es energía. Quien la ata mediante el mi y mío, está actuando contra la ley, que es energía fluente.