La iluminación espiritual

La biblia de los esenios

POR: AKASHICOS

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EL EVANGELIO DE LOS ESENIOS

Es una gran responsabilidad anunciar que el Nuevo Testamento actual, base de todas las iglesias cristianas, está deformado y falsificado, pero no hay religión más elevada que la verdad.

EL EVANGELIO DE LA PAZ 1

Y entonces muchos enfermos y tullidos fueron a Jesús, preguntándole: Si todo lo sabes, dinos ¿por qué sufrimos estas penosas plagas? ¿Por qué no estamos enteros como los demás hombres? Maestro, cúranos, para que nos hagamos fuertes y no tengamos que vivir por más tiempo en nuestro sufrimiento. Sabemos que en tu poder está curar todo tipo de enfermedad. Líbranos de Satán y de todos sus grandes males. Maestro, ten compasión de nosotros.

Y Jesús respondió: Felices vosotros que tenéis hambre de la verdad, pues os satisfaré con el pan de la sabiduría. Felices vosotros que llamáis, pues os abriré la puerta de la vida. Felices vosotros que rechazáis el poder de Satán, pues os conduciré al reino de los ángeles de nuestra Madre, donde el poder de Satán no puede penetrar.

Y ellos le preguntaron con desconcierto: ¿Quién es nuestra Madre y cuáles son sus ángeles? ¿Y dónde se halla su reino?

Vuestra Madre está en vosotros; y vosotros en ella. Ella os alumbró y ella os da vida. Fue ella quien dio vuestro cuerpo, y a ella se lo devolveréis de nuevo algún día. Felices vosotros cuando lleguéis a conocerla, así como a su reino; si recibís a los ángeles de vuestra Madre y cumplís sus leyes. En verdad os digo que quien haga esto nunca conocerá la enfermedad. Pues el poder de nuestra Madre está por encima de todo. Y destruye a Satán y su reino, y tiene gobierno sobre todos vuestros cuerpos y sobre todas las cosas vivas.

La sangre que en nosotros corre ha nacido de la sangre de nuestra Madre Terrenal. Su sangre cae de las nubes, brota del seno de la tierra, murmura en los arroyos de las montañas, fluye espaciosamente en los ríos de las llanuras, duerme en los lagos y se enfurece poderosa en los mares tempestuosos.

El aire que respiramos ha nacido del aliento de nuestra Madre Terrenal. Su respiración es azul celeste en las alturas de los cielos, silba en las cumbres de las montañas, susurra entre las hojas del bosque, ondea sobre los trigales, dormita en los valles profundos y abrasa en el desierto.

La dureza de nuestros huesos ha nacido de los huesos de nuestra Madre Terrenal, de las rocas y de las piedras. Se yerguen desnudas a los cielos en lo alto de las montañas, son como gigantes que yacen dormidos en las faldas de las montañas, como ídolos levantados en el desierto, y están ocultos en las profundidades de la tierra.

La delicadeza de nuestra carne ha nacido de la carne de nuestra Madre Terrenal; carne que madura amarilla y roja en los frutos de los árboles, y nos alimenta en los surcos de los campos.

Nuestros intestinos han nacido de los intestinos de nuestra Madre Terrenal, y están ocultos a nuestros ojos como las profundidades invisibles de la tierra.

La luz de nuestros ojos y el oír de nuestros oídos nacen ambos de los colores y de los sonidos de nuestra Madre Terrenal, que nos envuelve como las olas del mar al pez, o como el aire arremolinado al ave.

En verdad os digo que el Hombre es Hijo de la Madre Terrenal, y de ella recibió el Hijo del Hombre todo su cuerpo, del mismo modo que el cuerpo recién nacido nace del seno de su madre. En verdad os digo que sois uno con la Madre Terrenal; ella está en vosotros v vosotros en ella. De ella nacisteis, en ella vivís y a ella de nuevo retornaréis. Guardad por tanto Sus leves, pues nadie puede vivir mucho ni ser feliz sino aquel que honra a su Madre Terrenal y cumple Sus leyes. Pues vuestra respiración es Su respiración, vuestra sangre Su sangre, vuestros huesos Sus huesos; vuestra carne Su carne; vuestros intestinos Sus intestinos; vuestros ojos y vuestros oídos son Sus ojos y Sus oídos.

En verdad os digo que si dejaseis de cumplir una sola de todas estas leyes, si dañaseis uno solo de los miembros de todo vuestro cuerpo, os perderíais irremisiblemente en vuestra dolorosa enfermedad y sería el llorar y rechinar de dientes. Yo os digo que, a menos que sigáis las leyes de vuestra Madre, no podréis de ningún modo escapar a la muerte. Y quien abraza a las leyes de su Madre, a él abrazará su madre también. Ella curará todas sus plagas y él nunca enfermará. Ella le dará larga vida y le protegerá de todo mal; del fuego, del agua, de la mordedura de las serpientes venenosas. Pues ya que vuestra madre os alumbró, conserva la vida en vosotros. Ella os ha dado Su cuerpo, y nadie sino Ella os cura. Feliz es quien ama a su Madre y yace sosegadamente en Su regazo. Porque vuestra Madre os ama, incluso cuando le dais la espalda. Y ¿cuánto más os amará si regresáis de nuevo a Ella? En verdad os digo que muy grande es Su amor, más grande que la mayor de las montañas y más profundo que el más hondo de los mares. Y aquellos quienes aman a su Madre, Ella nunca les abandona. Así como la gallina protege a sus polluelos, como la leona a sus cachorros, como la madre a su recién nacido, así protege la Madre Terrenal al Hijo del Hombre de todo peligro y de todo mal.

Pues en verdad os digo que males y peligros innumerables esperan a los Hijos de los Hombres. Belcebú, el príncipe de todos los demonios, la fuente de todo mal, acecha en el cuerpo de todos los Hijos de los Hombres. Él es la muerte, el señor de toda plaga y, poniéndose una vestimenta agradable, tienta y seduce a los Hijos de los Hombres. Promete riqueza y poder, y espléndidos palacios, y adornos de oro y plata, y numerosos sirvientes. Promete gloria y renombre, sensualidad y fornicación, borrachera y atracón, vida desenfrenada, holgazanería y ocio. Y tienta a cada cual según aquello por lo que más se inclina su corazón. Y el día en que los Hijos de los Hombres ya se han vuelto esclavos de todas estas vanidades y abominaciones, entonces él, en pago de ello, les arrebata todas aquellas cosas que la Madre Terrenal tan

abundantemente les dio. Les arrebata su respiración, su sangre, sus huesos, su carne, sus intestinos, sus ojos y sus oídos. Y la respiración del Hijo del Hombre se vuelve corta y sofocada, trabajosa y maloliente como la de las bestias inmundas. Y su sangre se vuelve espesa y fétida, como el agua de las ciénagas; se coagula y ennegrece como la noche de la muerte. Y sus huesos se vuelven duros y nudosos; se deshacen por dentro y por fuera se resquebrajan, como una piedra cayendo sobre una roca. Y su carne se vuelve grasienta y acuosa; se corrompe y se pudre con costras y forúnculos que son una abominación. Y sus intestinos se llenan de inmundicia detestable rezumando corrientes en putrefacción, y en ellos habitan numerosos gusanos abominables. Y sus ojos se enturbian, hasta que la noche oscura los envuelve; y sus oídos se tapan, como el silencio de la tumba. Y por último, el Hijo del Hombre perderá la vida. Pues no guardó las leyes de su Madre, sino que sumó un pecado a otro. Por ello le son arrebatados todos los dones de la Madre Terrenal: la respiración, la sangre, los huesos, la carne, los intestinos, los ojos y los oídos y, por último, la vida con la que coronó su cuerpo la Madre Terrenal.

Pero si el pecador Hijo del Hombre se arrepiente de sus culpas y las repara, y regresa de nuevo a su Madre Terrenal; y si cumple las leyes de su Madre Terrenal y se libera de las garras de Satán resistiendo sus tentaciones, entonces la Madre Terrenal recibe de nuevo a su Hijo pecador con amor y le envía sus ángeles para que le sirvan. En verdad os digo que cuando el Hijo del Hombre resiste al Satán que habita en él y no hace su voluntad, en esa misma hora se hallan ahí los ángeles de la Madre para servirle con todo su poder y liberarle por entero del poder de Satán.

Pues ningún hombre puede servir a dos señores. Porque o bien sirve a Belcebú y sus demonios o sirve a nuestra Madre Terrenal y a sus ángeles. O sirve a la muerte o sirve a la vida. En verdad os digo qué felices son aquellos que cumplen las leyes de la vida y no vagan por los caminos de la muerte.

Y cuantos le rodeaban escuchaban sus palabras con asombro, pues su palabra tenía poder y enseñaba de manera bien distinta a la de los sacerdotes y escribas.

Y aunque el sol ya se había puesto, no se fueron a sus casas. Se sentaron alrededor de Jesús y le preguntaron: Maestro ¿cuáles son esas leyes de la vida? Quédate con nosotros un rato más y enséñanos. Querernos escuchar tu enseñanza para que podamos curarnos y volvernos rectos.

Y el propio Jesús se sentó en medio de ellos y dijo: En verdad os digo que nadie puede ser feliz, excepto quien cumple la Ley.

Y los demás respondieron: Todos cumplimos las leyes de Moisés, nuestro legislador, tal como están escritas en las sagradas escrituras.

Y Jesús les respondió: No busquéis la Ley en vuestras escrituras, pues la Ley es la Vida, mientras que lo escrito está muerto. En verdad os digo que Moisés no recibió de Dios sus leyes por escrito, sino a través de la palabra viva. La Ley es la Palabra Viva del Dios Vivo, dada a los profetas vivos para los hombres vivos. En dondequiera que haya vida está escrita la ley. Podéis hallarla en la hierba, en el árbol, en el río, en la montaña, en los pájaros del cielo, en los peces del mar; pero buscadla principalmente en vosotros mismos. Pues en verdad os digo que todas las cosas vivas se encuentran más cerca de Dios que la escritura que está desprovista de vida. Dios hizo la vida y todas las cosas vivas de tal modo que enseñasen al hombre, por medio de la palabra siempre viva, las leyes del Dios verdadero. Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en vuestro corazón y en vuestro espíritu. Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros huesos, en vuestra carne, en vuestros intestinos, en vuestros ojos, en vuestros oídos y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo. Están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en los rayos del sol, en las profundidades y en las alturas. Todas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del Dios Vivo. Pero vosotros cerráis vuestros ojos para no ver, y tapáis vuestros oídos para no oír. En verdad os digo que la escritura es la obra del hombre, pero la Vida y todas sus huestes son la obra de nuestro Dios. ¿Por qué no escucháis las palabras de Dios que están escritas en Sus obras? ¿Y por qué estudiáis las escrituras muertas, que son la obra de las manos del hombre?

¿Cómo podemos leer las leyes de Dios en algún lugar, de no ser en las Escrituras? ¿Dónde se hallan escritas? Léenoslas de ahí donde tú las ves, pues nosotros no conocemos más que las escrituras que hemos heredado de nuestros antepasados. Dinos las leyes de las que hablas, para que oyéndolas seamos sanados y justificados.

Jesús dijo: Vosotros no entendéis las palabras de la Vida, porque estáis en la Muerte. La oscuridad oscurece vuestros ojos, y vuestros oídos están tapados por la sordera. Pues os digo que no os aprovecha en absoluto que estudiéis las escrituras muertas si por vuestras obras negáis a quien os las ha dado. En verdad os digo que Dios y sus leyes no se encuentran en lo que vosotros hacéis. No se hallan en la glotonería ni en la borrachera, ni en una vida desenfrenada, ni en la lujuria, ni en la búsqueda de la riqueza, ni mucho menos en el odio a vuestros enemigos. Pues todas estas cosas están lejos del verdadero Dios y de sus ángeles. Todas estas cosas vienen del reino de la oscuridad y del señor de todos los males. Y todas estas cosas las lleváis en vosotros mismos; y por ello la palabra y el poder de Dios no entran en vosotros, pues en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu habitan todo tipo de males y abominaciones. Si deseáis que la palabra y el poder del Dios Vivo penetren en vosotros, no profanéis vuestro cuerpo ni vuestro espíritu; pues el cuerpo es el templo del espíritu, y el espíritu es el templo de Dios. Purificad, por tanto, el templo, para que el Señor del templo pueda habitar en él y ocupar un lugar digno de él.

Y retiraos bajo la sombra del cielo de Dios, de todas las tentaciones de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu, que vienen de Satán.

Renovaos y ayunad. Pues en verdad os digo que Satán y sus plagas solamente pueden ser expulsados por medio del ayuno y la oración. Id por vuestra cuenta y ayunad en solitario, sin descubrir vuestro ayuno a hombre alguno. El Dios Vivo lo verá y grande será vuestra recompensa. Y ayunad hasta que Belcebú y todos sus demonios os abandonen y todos los ángeles de nuestra Madre Terrenal vengan a serviros. Pues en verdad os digo que a no ser que ayunéis, nunca os libraréis del poder de Satán ni de todas las enfermedades que de Satán vienen. Ayunad y orad fervientemente, buscando el poder del Dios vivo para vuestra curación. Mientras ayunéis, evitad a los hijos de los hombres y buscad los ángeles de nuestra Madre Terrenal, pues quien busca hallará.

Buscad el aire fresco del bosque y de los campos, y en medio de ellos hallaréis el ángel del aire. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel del aire abrace vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente, para que el ángel del aire penetre en vosotros, En verdad os digo que el ángel del aire expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo profane por fuera y por dentro. Y así saldrá de vosotros toda cosa sucia y maloliente, igual que el humo del fuego asciende en forma de penacho y se pierde en el mar del aire. Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel del aire, quien limpia cuanto está sucio y confiere a las cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre que no deje pasar el ángel del aire podrá acudir ante la faz de Dios. Verdaderamente, todo debe nacer de nuevo por el aire y por la verdad, pues vuestro cuerpo respira el aire de la Madre Terrenal, y vuestro espíritu respira la verdad del Padre Celestial.

Después del ángel del aire, buscad el ángel del agua. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel del agua abrace todo vuestro cuerpo. Entregaos por entero a sus acogedores brazos y, así como el aire penetra en vuestra respiración, que el agua penetre también en vuestro cuerpo. En verdad os digo que el ángel del agua expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo mancille por fuera y por dentro. Y toda cosa sucia y maloliente fluirá fuera de vosotros, igual que la suciedad de las vestiduras, lavada en el agua, se va y se pierde en la corriente del río. En verdad os digo que sagrado es el ángel del agua que limpia cuanto está sucio, y que confiere a todas las cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre a quien no deje pasar el ángel del agua podrá acudir ante la faz de Dios. En verdad que todo debe nacer de nuevo del agua y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña en el río de la vida terrenal y vuestro espíritu se baña en el río de la vida eterna. Pues recibís vuestra sangre de nuestra Madre Terrenal y la verdad de nuestro Padre Celestial.

Pero no penséis que es suficiente que el ángel del agua os abrace solo externamente. En verdad os digo que la inmundicia interna es, con mucho, mayor que la externa. Y quien se limpia por fuera permaneciendo sucio en su interior, es corno las tumbas bellamente pintadas por fuera, pero llenas por dentro de todo tipo de inmundicias y de abominaciones horribles. Por ello, en verdad os digo, que dejéis que el ángel del agua os bautice también por dentro, para que os liberéis de todos vuestros antiguos pecados, y para que asimismo internamente seáis tan puros como la espuma del río jugueteando a la luz del sol.

Buscad, por tanto, una gran calabaza con el cuello de la longitud de un hombre; extraed su interior y llenadla con agua del río caldeada por el sol. Colgadla de la rama de un árbol, arrodillaos en el suelo ante el ángel del agua y haced que el extremo del tallo de la calabaza penetre vuestras partes ocultas, para que el agua fluya a través de todos vuestros intestinos. Luego, descansad arrodillándoos en el suelo ante el ángel del agua y orad al Dios vivo para que os perdone todos vuestros antiguos pecados; y orad también al ángel del agua para que libere vuestro cuerpo de toda inmundicia y enfermedad, Dejad entonces que el agua salga de vuestro cuerpo, para que se lleve de su interior todas las cosas sucias y fétidas de Satán. Y veréis con vuestros ojos y oleréis con vuestra nariz todas las abominaciones e inmundicias que mancillaban el templo de vuestro cuerpo; igual que todos los pecados que residían en vuestro cuerpo, atormentándoos con todo tipo de dolores, En verdad os digo que el bautismo con agua os libera de todo esto. Renovad vuestro bautismo con agua todos los días durante vuestro ayuno, hasta el día en que veáis que el agua que expulsáis es tan pura como la espuma del río. Entregad entonces vuestro cuerpo a la corriente del río y, una vez en los brazos del ángel del agua, dad gracias al Dios vivo por haberos librado de vuestros pecados. Y este bautismo sagrado por el ángel del agua es el renacimiento a la nueva vida. Pues vuestros ojos verán a partir de entonces y vuestros oídos oirán. No pequéis más, por tanto, después de vuestro bautismo, para que los ángeles del aire y del agua habiten eternamente en vosotros y os sirvan para siempre.

Y si queda después dentro de vosotros alguno de vuestros antiguos pecados e inmundicias, buscad al ángel de la luz del sol. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel de la luz del sol abrace todo vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente para que el ángel de la luz del sol os penetre. Y el ángel de la luz del sol expulsará de vuestro cuerpo toda cosa fétida y sucia que lo mancille por fuera y por dentro. Y así saldrá de vosotros toda cosa sucia y fétida, del mismo modo que la oscuridad de la noche se disipa ante la luminosidad del sol naciente. Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel de la luz del sol, quien limpia toda inmundicia y confiere a lo maloliente un olor agradable. Nadie a quien no deje pasar el ángel de la luz del sol podrá acudir ante la faz de Dios. En verdad que todo debe nacer de nuevo del sol y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña en la luz del sol de la Madre Terrenal, y vuestro espíritu se baña en la luz del sol de la verdad del Padre Celestial.

Los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol son hermanos. Les fueron entregados al Hijo del Hombre para que le sirviesen y para que él pudiera ir siempre de uno a otro.

Sagrado es, asimismo, su abrazo. Son hijos indivisibles de la Madre Terrenal, así que no separéis vosotros a aquellos a quienes la tierra y el cielo han unido. Dejad que estos tres ángeles hermanos os envuelvan cada día y habiten en vosotros durante todo vuestro ayuno.

Pues en verdad os digo que el poder de los demonios, todos los pecados e inmundicias, huirán con presteza de aquel cuerpo que sea abrazado por estos tres ángeles. Del mismo modo que los ladrones huyen de una casa abandonada al llegar el dueño de ésta, uno por la puerta, otro por la ventana y un tercero por el tejado, cada uno donde se encuentra y por donde puede, asimismo huirán de vuestros cuerpos todos los demonios del mal, todos vuestros antiguos pecados y todas las inmundicias y enfermedades que profanaban el templo de vuestros cuerpos. Cuando los ángeles de la Madre Terrenal entren en vuestros cuerpos, de modo que los señores del templo lo posean nuevamente, entonces huirán con presteza todos los malos olores a través de vuestra respiración y de vuestra piel, y las aguas corrompidas por vuestra boca y vuestra piel y por vuestras partes ocultas y secretas. Y todas estas cosas las veréis con vuestros propios ojos, las oleréis con vuestra nariz y las tocaréis con vuestras manos. Y cuando todos los pecados e inmundicias hayan abandonado vuestro cuerpo, vuestra sangre se volverá tan pura como la sangre de nuestra Madre Terrenal y como la espuma del río jugueteando a la luz del sol. Y vuestro aliento se volverá tan puro como el aliento de las flores perfumadas; vuestra carne tan pura como la carne de los frutos que enrojecen sobre las ramas de los árboles; la luz de vuestro ojo tan clara y luminosa como el brillo del sol que resplandece en el ciclo azul. Y entonces os servirán todos los ángeles de la Madre Terrenal. Y vuestra respiración, vuestra sangre y vuestra carne serán una con la respiración, la sangre y la carne de la Madre Terrenal, para que vuestro espíritu se haga también uno con el espíritu del Padre Celestial. Pues en verdad nadie puede llegar al Padre Celestial sino a través de la Madre Terrenal. Del mismo modo que un niño recién nacido no puede entender la enseñanza de su padre mientras su madre no te haya primero amamantado, bañado, cuidado, dormido y alimentado. Mientras el niño es pequeño, su lugar está junto a su madre y a ella debe obedecer. Cuando el niño ya ha crecido, su padre le lleva a trabajar al campo a su lado, y el niño regresa junto a su madre solamente cuando llega la hora de la comida y de la cena. Y entonces el padre le enseña para que se adiestre en los trabajos de su padre. Y cuando el padre ve que su hijo entiende su enseñanza y hace bien su trabajo, le da todas las posesiones para que éstas pertenezcan a su amado hijo y para que éste continúe la obra de su padre. En verdad os digo que feliz es el hijo que acepta el consejo de su madre y lo sigue. Y cien veces más feliz es el hijo que acepta y sigue también el consejo de su padre, pues ya se os dijo: Honra a tu padre y a tu madre. Pero yo os digo, Hijos del Hombre: Honrad a vuestra Madre Terrenal y guardad todas Sus leyes, para que sean largos vuestros días en esta tierra, y honrad a vuestro Padre Celestial para que sea vuestra en los cielos la vida eterna. Pues el Padre Celestial es un centenar de veces más grande que todos los padres por sangre y descendencia. Y mayor es la Madre Terrenal que todas las madres por el cuerpo. Y más querido es el Hijo del Hombre a los ojos de su Padre Celestial y de su Madre Terrenal que lo son los niños a los ojos de sus padres por sangre y por descendencia y de sus madres por el cuerpo. Y más sabias son la Palabra y la Ley de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal que las palabras y la voluntad de todos los padres por sangre y por descendencia, y de todas las madres por el cuerpo. Y también de más valor es la herencia de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, el reino eterno de la vida eterna y celestial, que todas las herencias de vuestros padres por sangre y por descendencia, y de vuestras madres por el cuerpo.

Y vuestros verdaderos hermanos son todos aquellos que hacen la voluntad de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, y no vuestros hermanos de sangre. En verdad os digo que vuestros verdaderos hermanos en la voluntad del Padre Celestial y de la Madre Terrenal os amarán un millar de veces más que vuestros hermanos de sangre. Pues desde los días de Caín y Abel, cuando los hermanos de sangre transgredieron la voluntad de Dios, no existe una verdadera fraternidad por la sangre, Y los hermanos actúan entre sí como extraños, Por ello os digo, amad a vuestros verdaderos hermanos en la voluntad de Dios un millar de veces más que a vuestros hermanos de sangre.

Pues vuestro Padre Celestial es amor.

Pues vuestra Madre Terrenal es amor.

Pues el Hijo del Hombre es amor.

EL EVANGELIO DE LA PAZ 2

Por el amor el Padre Celestial y la Madre Terrenal y el Hijo del Hombre se hacen uno. Pues el espíritu del Hijo del Hombre fue creado del espíritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo de la Madre Terrenal. Haceos, por tanto, perfectos como perfectos son el espíritu de vuestro Padre Celestial y el cuerpo de vuestra Madre Terrenal. Y amad así a vuestro Padre Celestial, igual que Él ama vuestro espíritu. Y amad así a vuestra Madre Terrenal, igual que Ella ama vuestro cuerpo. Y amad así a vuestros verdaderos hermanos, igual que vuestro Padre Celestial y vuestra, Madre Terrenal les aman. Y entonces os dará vuestro Padre Celestial su santo espíritu, y vuestra Madre Terrenal os dará su cuerpo santo. Y entonces los Hijos de los Hombres se darán amor unos a otros como verdaderos hermanos, el amor que recibieron de su Padre Celestial y de su Madre Terrenal; y todos se convertirán en consoladores unos de otros. Y desaparecerá entonces de la tierra todo mal y toda tristeza, y habrá amor y alegría sobre la tierra. Y será entonces la tierra como los cielos, y vendrá el reino de Dios, Y entonces vendrá el Hijo del Hombre en toda su gloria, para heredar el reino de Dios. Y entonces los Hijos de los Hombres dividirán su divina herencia, el reino de Dios. Pues los Hijos del Hombre viven en el Padre Celestial y en la Madre Terrenal, y el Padre Celestial y la Madre Terrenal viven en ellos. Y entonces con el reino de Dios llegará el fin de los tiempos, Pues el amor del Padre celestial da vida eterna a todo lo que está en el reino de Dios. Pues el Amor es eterno. El Amor es más fuerte que la Muerte.

Aunque yo hable con las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, mis palabras son como el sonido del latón o como el tintineo de un platillo. Aunque diga lo que ha de venir y conozca todos los secretos y toda la sabiduría; y aunque tenga una fe tan fuerte como la tormenta que mueve las montañas de su sitio, si no tengo amor no soy nada. Y aunque dé todos mis bienes para alimentar al pobre y le ofrezca todo el fuego que he recibido de mi Padre, si no tengo amor no hallaré en ello provecho alguno, El amor es paciente y el amor es amable, El amor no es envidioso, no hace el mal, no conoce el orgullo; no es rudo ni egoísta. Es ecuánime, no cree en la malicia; no se regocija en la injusticia, sino que se deleita en la justicia. El amor lo defiende todo, el amor lo cree todo, el amor lo espera todo, y el amor lo soporta todo; nunca se agota; pero en cuanto a las lenguas, cesarán, y en cuanto al conocimiento, se desvanecerá. Pues poseemos en parte la verdad y en parte el error, mas cuando venga la plenitud de la perfección, lo parcial será aniquilado. Cuando el hombre era niño hablaba como un niño, entendía como un niño, pensaba como un niño; pero cuando se hizo hombre abandonó las cosas de los niños. Porque nosotros vemos ahora a través de un cristal y a través de dichos oscuros. Ahora conocemos parcialmente, mas cuando hayamos acudido ante el rostro de Dios, ya no conoceremos en parte, pues nosotros mismos seremos enseñados por él. Y ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de ellas es el amor.

Y ahora os hablo en la lengua viva del Dios Vivo, por medio del santo espíritu de nuestro Padre Celestial. No hay aún ninguno de entre vosotros que pueda entender todo cuanto os digo. Quien os comenta las escrituras os habla en una lengua muerta de hombres muertos, a través de su cuerpo enfermo y mortal. Por lo tanto a él le pueden entender todos los hombres, pues todos los hombres están enfermos y todos están en la muerte. Nadie ve la luz de la vida El ciego guía a los ciegos en el oscuro sendero de los pecados, las enfermedades y los sufrimientos, y al final se precipitan todos en la fosa de la muerte.

Yo os he sido enviado por el Padre para que haga brillar la luz de la vida entre vosotros. La luz se ilumina a sí misma y a la oscuridad, mas la oscuridad se conoce solo a sí misma y no conoce la luz. Aún tengo que deciros muchas cosas, mas aun no podéis comprenderlas. Pues vuestros ojos están acostumbrados a la oscuridad, y la plena Luz del Padre Celestial os cegaría. Por eso no podéis entender aún cuanto os hablo acerca del Padre Celestial, quien me envió a vosotros. Seguid pues primero solo las leyes de vuestra Madre Terrenal, de quien ya os he contado. Y cuando sus ángeles hayan lavado y renovado vuestros cuerpos y fortalecido vuestros ojos, seréis capaces de soportar la luz de nuestro Padre Celestial. Cuando seáis capaces de contemplar el brillo del sol del mediodía con los ojos fijos, podréis entonces mirar la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, la cual es un millar de veces más brillante que el brillo de un millar de soles. Mas ¿cómo miraríais la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, si no podéis soportar siquiera la luz del sol radiante? Creedme, el sol es como la llama de una vela comparado con el sol de la verdad del Padre Celestial. No tengáis, por tanto, sino fe y esperanza y amor. En verdad os digo que no descaréis vuestra recompensa, Si creéis en mis palabras creéis n quien me envió, que es el señor de todos y para quien todas las cosas son posibles. Pues lo que resulta imposible con los hombres, es posible con Dios. Si creéis en los ángeles de la Madre Terrenal y cumplís sus leyes, vuestra fe os sostendrá y nunca conoceréis la enfermedad. Tened esperanza también en el amor de vuestro padre celestial, pues quien confía en él no será nunca defraudado ni tampoco conocerá a la muerte.

Amaos los unos a los otros, pues Dios es amor, y así sabrán los ángeles que vais por sus caminos Y entonces acudirán todos los ángeles ante vuestro rostro y os servirán. Y Satán partirá de vuestro cuerpo con todos sus pecados, enfermedades e inmundicias. Id, renunciad a vuestros pecados; arrepentíos vosotros mismos; y bautizaos vosotros mismos; para que nazcáis de nuevo y no pequéis más..

Entonces Jesús se levantó. Pero todos los demás permanecieron sentados, pues cada hombre sentía el poder de sus palabras. Y entonces apareció la luna llena entre las nubes desgarradas y envolvió a Jesús en su resplandor. De su cabello ascendían destellos, y permaneció erguido entre ellos en la luz de la luna, como si flotase en el aire. Y nadie se movió, ni tampoco se oyó la voz de nadie. Y nadie supo cuánto tiempo había pasado, pues el tiempo parecía parado.

Entonces Jesús tendió sus manos hacia ellos y dijo: La paz sea con vosotros.

Y de este modo, partió como la brisa que mece las hojas de los árboles.

Y aún durante un buen rato permaneció la compañía sentada sin moverse, y luego fueron saliendo del silencio, uno tras otro, como tras un largo sueño. Pero nadie deseaba irse, como si las palabras de quien les había dejado aún sonasen en sus oídos. Y permanecieron sentados como si escuchasen alguna música maravillosa.

Pero al fin uno dijo, como si estuviera algo atemorizado: ¡Qué bien se está aquí! Otro dijo: ¡Ojalá esta noche no acabara nunca! Y otros: ¡Ojalá pudiera estar entre nosotros para siempre! De verdad que es el mensajero de Dios, pues puso la esperanza en nuestros corazones. Y nadie deseaba irse a su casa, diciendo: Yo no voy a casa, donde todo es oscuro y triste. ¿Por qué hemos de ir a casa donde nadie nos quiere?

Y de este modo hablaron, pues casi todos ellos eran pobres, cojos, ciegos, lisiados, vagabundos, gentes sin hogar despreciadas en su desdicha, que solo habían nacido para ser motivo de lástima en las casas donde durante apenas unos días encontrasen refugio incluso algunos que tenían tanto casa como familia dijeron: También nosotros nos quedaremos con vosotros. Pues todos sentían que las palabras de Quien se había ido unían a la pequeña compañía con hilos invisibles. Y todos sentían que habían nacido de nuevo. Veían ante sí un mundo luminoso, incluso cuando la luna se ocultó en las nubes. Y en los corazones de todos se abrieron flores maravillosas, de una belleza maravillosa: las flores de la alegría.

Y cuando los brillantes rayos del sol aparecieron sobre el horizonte, todos sintieron que aquel era el sol del reino de Dios que venía. Y con semblantes alegres se adelantaron a encontrar a los ángeles de Dios.

Y muchos sucios y enfermos siguieron las palabras de Jesús y buscaron las orillas de las corrientes murmurantes. Se descalzaron y desvistieron, ayunaron y entregaron sus cuerpos a los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol. Y los ángeles de la Madre Terrenal les abrazaron y poseyeron sus cuerpos por dentro y por fuera. Y todos ellos vieron cómo todos los males, pecados e inmundicias les abandonaban rápidamente.

Y el aliento de algunos se volvió tan fétido como el olor que sueltan los intestinos, y a algunos les fluían babas y de sus partes internas surgió un vómito maloliente y sucio. Todas estas inmundicias salieron por sus bocas. En algunos por la nariz, y en otros por los ojos y los oídos. Y a muchos les vino por todo su cuerpo un sudor apestoso y abominable por toda su piel. Y en muchos de sus miembros se abrieron forúnculos grandes y calientes, de los que salían inmundicias malolientes, y de sus cuerpos fluía orina en abundancia; y en muchos su orina no estaba sino seca y se volvía tan espesa corno la miel de las abejas; la de los otros era casi roja y dura casi como la arena de los ríos. Muchos lanzaban fétidos pedos de sus intestinos, semejantes al aliento de los demonios. Y su hedor se hizo tan grande que nadie podía soportarlo.

Y cuando se bautizaron a sí mismos, el ángel del agua penetró en sus cuerpos, y de ellos salieron todas las abominaciones e inmundicias de sus antiguos pecados, y semejante a un río que descendiese de una montaña, salieron a borbotones de sus cuerpos gran cantidad de abominaciones duras y blandas. Y la tierra donde cayeron sus aguas quedó contaminada, y tan grande era el hedor que nadie podía permanecer en aquel lugar. Y los demonios abandonaron sus intestinos en forma de numerosos gusanos que se retorcían en el lodo de sus inmundicias internas. Y después que el ángel del agua les hubo expulsado de los intestinos de los Hijos de los Hombres, se retorcieron en el suelo con ira impotente. Y entonces descendió sobre ellos el poder del ángel de la luz del sol, y allí perecieron en sus desesperadas convulsiones, pisoteados bajo los pies del ángel de la luz del sol. Y todos se estremecieron aterrorizados al mirar todas aquellas abominaciones de Satán, de quienes les habían salvado los ángeles. Y dieron gracias a Dios por haberles enviado sus ángeles para liberarles.

Y había algunos atormentados por grandes dolores que no parecían querer abandonarles; y no sabiendo qué hacer, decidieron enviar alguno de ellos a Jesús, pues deseaban mucho tenerle entre ellos.

Y cuando dos hubieron ido en su busca, vieron al mismo Jesús acercándose por la orilla del río. Y sus corazones se llenaron de esperanza y de alegría cuando oyeron su saludo: La paz sea con vosotros. Y muchas eran las preguntas que deseaban hacerle, mas en su sorpresa no podían empezar, pues nada acudía a sus mentes. Les dijo entonces Jesús: He venido porque me necesitáis. Y uno gritó: Maestro, te necesitamos de verdad. Ven y líbranos de nuestros sufrimientos.

Y Jesús les habló en parábolas: Sois como el hijo pródigo, quien durante muchos años comió y bebió, y pasó sus días con sus amigos en el desenfreno y la lascivia. Y cada semana, sin que su padre lo supiese, contraía nuevas deudas, malgastando cuanto tenía en pocos días. Y los prestamistas siempre le prestaban, pues su padre poseía grandes riquezas y siempre pagaba pacientemente las deudas de su hijo. Y en vano amonestaba a su hijo con buenas palabras, porque nunca escuchaba las advertencias de su padre, quien le suplicaba en vano que renunciase a sus vicios sin fin, y que fuera a sus campos a vigilar el trabajo de sus sirvientes. Y el hijo le prometía siempre todo si pagaba sus antiguas deudas, mas al día siguiente empezaba de nuevo.

Y durante más de siete años el hijo continuó en su vida licenciosa. Pero, al fin, su padre perdió la paciencia y no pagó más a los prestamistas las deudas de su hijo. Si sigo pagándolas siempre –dijo– no acabarán los pecados de mi hijo. Entonces, los prestamistas, que se vieron engañados, en su cólera se llevaron al hijo corno esclavo, para que con su trabajo diario les pagase el dinero que habían tornado prestado. Y entonces se acabó el comer, el beber y todos los excesos diarios. De la mañana a la noche mojaba los campos con el sudor de su frente, y con el trabajo desacostumbrado todos sus miembros le dolían. Y vivía de pan seco, no teniendo más que sus propias lágrimas para humedecerlo. Al tercer día había sufrido tanto por el calor y el cansancio, que le dijo a su dueño: No puedo trabajar más porque me duelen todos mis miembros. ¿Por cuánto tiempo más me atormentarás? Hasta el día en que por el trabajo de tus manos me hayas pagado todas tus deudas, y cuando hayan pasado siete años, serás libre. Y el hijo desesperado respondió llorando: ¡Pero si no puedo soportarlo ni siquiera durante siete días! Apiadaos de mí, pues todos mis miembros me duelen y me abrasan. Y el malvado acreedor le gritó: ¡Sigue con tu trabajo! Si pudiste dedicar tus días y tus noches al desenfreno durante siete años, tendrás que trabajar ahora durante siete años. No te perdonaré hasta que me hayas pagado todas tus deudas hasta el último dracma. Y el hijo regresó desesperado a los campos, con sus miembros atormentados por el dolor, para seguir con su trabajo. Ya difícilmente podía tenerse en pie debido al cansancio y a los dolores, cuando llegó el séptimo día, el día del Sabath, en el cual nadie trabaja en el campo. Reunió el hijo entonces el resto de sus fuerzas y se arrastró hasta la casa de su padre. Y echándose a los pies de su padre, le dijo: Padre, créeme por última vez y perdóname todas mis ofensas contra ti. Te juro que nunca más volveré a vivir desenfrenadamente y te obedeceré en todo. Libérame de las manos de mi opresor. Padre, mírame y contempla mis miembros enfermos y no endurezcas tu corazón. Entonces brotaron lágrimas de los ojos del padre, que tomando a su hijo en brazos dijo: Alegrémonos, porque hoy se me ha dado una gran alegría, pues he recuperado a mi amado hijo que estaba perdido. Le vistió con sus mejores ropas, y durante todo el día hicieron fiesta. Y a la mañana siguiente dio a su hijo una bolsa de plata para que pagase a sus acreedores cuanto les debía. Y cuando su hijo regresó, le dijo: Ya ves, hijo mío, lo fácil que es con una vida desenfrenada contraer deudas por siete años, pero es difícil pagarlas con el trabajo de siete años. Padre, es verdaderamente duro pagarlas incluso durante solo siete días. Y el padre le advirtió, diciéndole: Solo por esta vez se te ha permitido pagar tus deudas en siete días en lugar de en siete años, el resto te está perdonado. Pero cuida de no contraer más deudas en el tiempo venidero. Pues en verdad te digo que nadie más que tu padre perdona tus deudas por ser su hijo. Porque de haber sido con cualquier otro, habrías tenido que trabajar duramente durante siete años, como está ordenado en nuestras leyes. Padre, a partir de ahora seré tu hijo amante y obediente, y nunca más contraeré deudas, pues sé que pagarlas es duro.

Y fue al campo de su padre y todos los días vigilaba el trabajo de los labradores de su padre. Y nunca les hizo trabajar demasiado duro, pues recordaba su propio trabajo pesado. Y pasaron los años y las posesiones de su padre aumentaron más y más bajo su mano, pues su tarea contaba con la bendición de su padre. Y lentamente devolvió a su padre diez veces más de cuanto había derrochado durante aquellos siete años. Y cuando el padre vio que el hijo trataba bien a sus sirvientes y todas sus posesiones, le dijo: Hijo mío, veo que mis posesiones están en buenas manos. Te doy todo mi ganado, mi casa, mis tierras y mis tesoros. Que todo esto sea tu herencia; continúa aumentándola para que goce en ti. Y cuando el hijo hubo recibido la herencia de su padre, perdonó las deudas a todos sus deudores que no podían pagarle; pues no olvidó que su deuda había sido también perdonada cuando no podía pagarla. Y Dios le bendijo con una vida larga, con muchos hijos y con muchas riquezas, pues era amable con todos sus sirvientes y con todo su ganado.

Jesús se volvió entonces al pueblo enfermo y dijo: Os hablo en parábolas para que entendáis mejor la palabra de Dios. Los siete años de comer y beber y de vida desenfrenada son los pecados del pasado. El malvado acreedor es Satán. Las deudas son las enfermedades. El trabajo duro son los dolores. El hijo pródigo sois vosotros mismos. El pago de las deudas es la expulsión de vosotros de los demonios y de las enfermedades y la curación de vuestro cuerpo. La bolsa de plata recibida del padre es el poder libertador de los ángeles. El padre es Dios. Las posesiones del padre son el cielo y la tierra. Los sirvientes del padre son los ángeles. El campo del padre es el mundo, que se convierte en el reino de los cielos si los Hijos de Hombre trabajan en él junto a los ángeles del Padre Celestial. Pues yo os digo que es mejor que el hijo obedezca a su padre y vigile a los sirvientes de su padre en el campo, a que se convierta en deudor del malvado acreedor, y fatigarse y sudar en la servidumbre para restituir todas sus deudas. De igual modo, es mejor que los Hijos del Hombre obedezcan también las leyes de su Padre Celestial y que trabajen con sus ángeles en su reino, a convertirse en deudores de Satán, el señor de la muerte, de todos los pecados y todas las enfermedades, a sufrir con dolores y sudor hasta haber reparado todos sus pecados. En verdad os digo, que grandes y muchos son vuestros pecados. Durante muchos años habéis cedido a las tentaciones de Satán. Habéis sido glotones, bebedores y putaneros, y vuestras antiguas deudas se han multiplicado. Y ahora debéis repararlas, y el pago es duro y difícil. No os impacientéis por tanto ya al tercer día, como el hijo pródigo, sino esperad pacientemente al séptimo día, que está santificado por Dios, y entonces acudid con corazón humilde y obediente ante el rostro de vuestro Padre Celestial, para que os perdone vuestros pecados y todas vuestras antiguas deudas. En verdad os digo que vuestro Padre Celestial os ama infinitamente, pues también él os permite pagar en siete días las deudas de siete años. Quienes le deban los pecados y enfermedades de siete años, pero le paguen honestamente y perseveren hasta el séptimo día, a ellos perdonará nuestro Padre Celestial las deudas de los siete años completos.

¿Y si hemos pecado durante siete veces siete años?, preguntó un hombre enfermo que sufría horriblemente. Incluso en ese caso el Padre Celestial os perdona todas vuestras deudas en siete veces siete días.

Felices son aquellos que perseveran hasta el fin, pues los demonios de Satán escriben todas vuestras malas acciones en un libro, el libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu. En verdad os digo que no hay una sola acción pecaminosa, hasta desde el principio del mundo, que no sea escrita ante nuestro Padre Celestial. Pues podéis escapar a las leyes hechas por los reyes, pero a las leyes de vuestro Dios, a esas no puede escapar ninguno de los Hijos del Hombre. Y cuando acudís ante el rostro de Dios, los demonios de Satán hacen de testigos en contra vuestra por medio de vuestros actos, y Dios ve vuestros pecados escritos en el libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu, y su corazón está triste. Mas si os arrepentís de vuestros pecados y buscáis a los ángeles de Dios por medio del ayuno y de la oración, entonces, por cada día que seguís ayunando y orando, los ángeles de Dios borran un año de vuestras malas acciones del libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu. Y cuando la última página ha sido también borrada y limpiada de todos vuestros pecados, os encontráis ante la faz de Dios, y Dios se alegra en su corazón y os perdona todos vuestros pecados. Os libera de las garras de Satán y del sufrimiento; os hace entrar en su casa y ordena a todos sus sirvientes, y a todos sus ángeles, que os sirvan. Os da larga vida, y nunca más conocéis la enfermedad. Y si en adelante, en lugar de pecar, pasáis vuestros días haciendo buenas acciones, entonces escribirán los ángeles de Dios todas vuestras buenas acciones en el libro de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu. En verdad os digo que ninguna acción buena queda sin ser escrita ante Dios, y así ocurre desde el principio del mundo. Pues de vuestros reyes y de vuestros gobernadores podéis esperar en vano vuestra recompensa, mas nunca han de esperar vuestras acciones buenas su premio de Dios.

Y cuando acudís ante el rostro de Dios, sus ángeles atestiguan a vuestro favor por medio de vuestras buenas acciones. Y Dios ve vuestras buenas acciones escritas en vuestros cuerpos y en vuestros espíritus, y se alegra en su corazón. Bendice vuestro cuerpo y vuestro espíritu, y todas vuestras acciones, y os da en herencia su reino terrenal y celestial, para que en él tengáis la vida eterna. Feliz es aquel que puede entrar en el reino de Dios, pues nunca conocerá la muerte.


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