La iluminación espiritual

El aborto en la piel de otros

EL DOLOR DEL ABORTO

No es este un tema fácil de tratar porque las posiciones están aquí muy enfrentadas. Así que al hablar de él es preciso hacerlo sobre el filo de una cortante navaja. ¿Es legítimo abortar? ¿Es legal? ¿Qué consecuencias tiene para las personas que intervienen directa o indirectamente, por activa o pasiva en ese acto? Las respuestas varían, ya que tiene por uno y otro lado agresivos defensores y detractores a menudo más hipócritas, insensibles o desinformados que otra cosa. Los llamados políticos tienen a bien defender el derecho de los Estados a permitir el aborto o negarlo, y para ello se basan en códigos de leyes cambiantes según qué partido ande en el Poder. Si es conservador querrá limitar al máximo o suprimir el derecho de una mujer a abortar. Si es liberal o de izquierdas, será más tolerante y lo permitirá en condiciones tales o cuales. El resultado es que la mujer que desea abortar está en manos de los políticos que deciden sobre ella. Pero no están solos, porque las Iglesias que se llaman cristianas muestran un gran empeño en repudiar tal acto en todas las circunstancias, considerándolo crimen y mostrándose defensoras a ultranza del derecho a la vida. Ahora bien, todos ellos, liberales, conservadores, clérigos, promueven guerras o las aprueban; admiten revoluciones armadas o las aprueban; muchos admiten la pena de muerte como castigo a ciertos delitos, y promulgan leyes o permiten actos que traen como como consecuencia la muerte por hambre y enfermedad de 30 millones de sus semejantes tan solo en el último año. El número de millones de víctimas mortales que por acción o emisión del conjunto de fuerzas sociales señaladas son incalculables desde que existen. Así que carecen de legitimidad para intervenir en esta cuestión del aborto. Esto no quiere decir que no tenga fundamento legítimo el posicionarse, pero un fundamento alejado de los argumentos falaces que exhiben sus defensores laicos o por los que condenan hipócritamente los religiosos.

Habría que estar en la piel de una mujer embarazada o que haya sido madre para sentir en toda su profundidad el llevar una vida dentro de sí, pero los jueces y los curas son hombres y no pueden nunca estar a la altura de comprender lo que significa para una mujer un embarazo, y lo doloroso que a menudo le resulta abortar tras sentir día a día que una vida crece en el interior y que hará emerger al mundo un alma encarnada. ¿Para qué? ¿Quién vino y con qué objeto nace?

El cristianismo originario nos enseña que las almas venimos a encarnar una y otra vez hasta que conseguimos salir de la rueda de la reencarnación al purificarnos en su mayor parte mediante el cumplimiento de las leyes divinas, el perdonar, el pedir perdón y el no volver a las andadas. Y esta sería al mismo tiempo la respuesta del por qué y del para qué encarnamos, pues estamos en la tierra para volver a ser divinos, ya que un vez lo fuimos. Lo que no hemos dejado de ser es hijos de Dios, pero somos a todos los efectos el hijo pródigo de la parábola de Jesús, ya que hemos ido dilapidando nuestra energía espiritual a través de modos de pensar, sentir y actuar contrarios a las leyes divinas y a las leyes de la Naturaleza. Eso nos ha supuesto cargarnos en mayor o menor medida a cada uno de nosotros, los rebeldes procedentes de la Caída. Y el modo de aliviar nuestra carga es doble: o purificarla mediante el pedir perdón y perdonar, o el expiar sus consecuencias por medio del sufrimiento hasta que reconozcamos nuestras deudas, lo cual nos puede llevar varias existencias. Y aquí entramos de lleno en el tema de la reencarnación.

Cualquier persona sabe que en una sola existencia no es fácil en absoluto ser perfectos. Pero si no lo somos no podremos entrar en el Reino de los Cielos, que es nuestra estación término. Por ello nacer es un oportunidad de oro que nos permitirá limpiar más rápidamente nuestra carga o Karma, y de ahí que el aborto sea un crimen, pues impide la vida cualquiera que sea su nivel de desarrollo, a un alma que quiere nacer. Y esta es la razón básica del por qué el cristianismo, no el de las Iglesias, sino el originario se opone al aborto por la misma razón que los primeros cristianos se negaban a servir al ejército, rechazar en sus comunidades a los cazadores o eran vegetarianos.

Algunos pueden decir que después de todo es la mujer la que debería tener, y no el Estado o la Iglesia, la última palabra. Eso es justo, pues tenemos todos el libre albedrío, y las consecuencias de los actos de alguien que viola una ley espiritual como la que hablamos es dramática, pues por la ley de causa y efecto todo lo que uno hace vuelve antes o después contra él, y entre tanto sufre sus consecuencias en esta o en otra existencia hasta que repara el daño. Es por eso que el aborto afecta no solo a la persona que aborta, sino al médico que la atiende, al personal auxiliar, al legislador que emite la ley que lo permite y a toda persona relacionada que asiente moralmente.