La iluminación espiritual

La presencia de Dios en los estados # 2

POR: ANTONIO BLAY

Imagen; La presencia de Dios en los estados # 2; Antonio Blay

LA VIDA COTIDIANA

La Presencia de Dios en lo exterior

Aprendamos a ver esta Presencia de Dios en todo cuanto sucede, en los hechos de cada momento. Pues no hay nada que ocurra sin esta Voluntad todopoderosa de Dios, sin que sea expresión de esta Inteligencia universal que es Dios; estamos asistiendo constantemente a la materialización de la Presencia de Dios. Hemos de reconocer esta Presencia activa de Dios en todo. Pero estamos acostumbrados a reaccionar ante las cosas con esquemas viejos, con categorías ya establecidas, con hábitos; y aprender a mirar más allá de lo que estamos acostumbrados a ver requiere un esfuerzo activo, una voluntad de descubrir, una exigencia de ver la verdad detrás de las apariencias. Por esto es necesaria una práctica.

Si yo vivo la Presencia de Dios en mí y descubro que mi vida es algo que no nace originariamente en mí, sino que soy un canal de la Divinidad; si en los momentos de silencio yo doy acogida en mi conciencia a esta Presencia viviente de Dios en mí, entonces me será posible ensanchar este mismo reconocimiento de Dios actuando en lo exterior.

La ficha que hacemos de los demás

Esto hay que practicarlo en relación con las personas que nosotros tratamos y con quienes convivimos. Ahí veremos cómo la costumbre ha hecho que nosotros creamos que conocemos a una persona porque nos hemos formado una imagen y una idea de ella, y la hemos clasificado de acuerdo a unas características de su conducta o de su expresión. Y este registro es el que usamos en nuestro trato con la persona. O sea, que ya no la miramos a ella, sino que sacamos la ficha que dice: esta persona es amable, tal persona es generosa, ésta es antipática, etc.

La persona no es egoísta, la persona no es amable, no es ignorante, ni inteligente, ni es nada de lo que podamos decir. De hecho, no sabemos lo que es la persona y hemos de tratar de descubrirlo constantemente. Siempre que nosotros nos referimos a datos anteriores (del pasado) que tenemos de la persona, eso impide descubrir algo nuevo de ella. Hemos de afinar nuestra visión, nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestro afecto para tratar de descubrir más y más lo que es el otro.

La persona no es lo que hace. Su hacer es una consecuencia de todas las cosas dinámicas que hay dentro de la persona. Si a mí me identificaran por un simple rasgo, por ejemplo, si yo suelo hablar de un modo, digamos, un poco seco, y entonces me calificaran de persona seca, adusta (o áspera), seguramente yo me lamentaría de la poca visión de los demás, porque yo sé que, aunque a veces pueda hablar de un modo seco, yo soy y vivo interiormente muchas otras cosas que son las que me empujan a hacer y a expresarme. Entonces, cuando se me identifica por algo parcial en mí, eso no es una definición de mí.

En relación con las personas que tratamos y con quienes convivimos, observemos ¿qué noción tenemos de ellas? ¿Nos hemos contentado con registrar sus modos de conducta, de hablar, de reaccionar, en forma de ficha? ¿O tratamos de comprender, penetrar, descubrir a la persona en cada momento?

Nos proyectamos en los demás

Otra cosa que afecta a nuestra relación humana es que nosotros proyectamos sobre las personas nuestros deseos y nuestros temores. Yo, a las personas que amo, les estoy proyectando las cosas buenas que yo deseo; y así espero que la persona buena, la persona amable, se comporte conmigo de acuerdo con la imagen y el deseo que yo tengo. Después ocurre que aquella persona tiene diversas formas de manifestación; unas veces será amable y otras no, y en otras será de otra manera. El caso es que mi deseo, o mi esperanza (o exigencia), no se corresponderá con la realidad.

En la medida en que yo espere algo de la persona, estaré comparando constantemente esto que espero con lo que la Persona realmente hace. Entonces, una vez más, no veré lo que la persona es, sino que estaré viendo lo que no es, lo que no hace, estaré viendo la diferencia con mi imagen idealizada. Miremos si esto es así en nuestra relación familiar y con las personas que decimos que aceptamos y que amamos.

Yo he de poder comprender a las personas por sí mismas, no en relación a una idea que yo tenga, no comparativamente con otras personas, sino por sí mismas. Si yo me obligo a ver a la persona con una mirada renovada, sin echar mano de mis nociones antiguas sobre ella, yo podré descubrir cosas nuevas. En primer lugar, porque siempre han existido en la persona otras cosas que las que yo he visto, y en segundo lugar, porque todos estamos cambiando constantemente. Nuestra mente es la que se ha formado una imagen estática de la persona y esta imagen la ha inmovilizado en un clisé Pero las personas no son nunca estáticas sino que son un fluir continuo de vida.

La vida es positividad

Las personas son la confluencia de varias corrientes de cualidades vivas. Todas las personas son básicamente positivas, están hechas de cualidades positivas; cada persona es una suma, variable en cada momento, de realidades positivas. Lo que yo llamo negativo es el resultado de compararlo con otras cosas. Al aprender a mirar a las personas en directo, sin referencia ni comparación alguna, yo descubriré que la persona es un río de vida, de vida positiva; que es un haz de cualidades, de inteligencia, de energía, de amor. En grados distintos, a niveles distintos, en formas muy distintas, pero la persona básicamente solo es eso. Lo que la hace vivir es esa energía profunda; toda su inteligencia es inteligencia; y toda su vida interior está buscando su afirmación, está buscando una satisfacción, una plenitud, exactamente como yo, y el otro, y el otro.

Esto es lo básico, lo que nos hace vivir. Es nuestra naturaleza profunda, es Dios que está expresando sus cualidades intrínsecas a través de cada cosa y de cada persona. No hay nadie que tenga ningún defecto. Defecto quiere decir deficiencia de algo. Y ¿de qué puede ser la deficiencia? Simplemente de algo positivo. Pero observemos: la persona, toda ella, está hecha de algo positivo; es lo positivo. Es cuando yo comparo esto positivo (lo positivo que se expresa) con otra forma de expresión que yo valoro como más positiva, cuando a esta diferencia la llamo negativa. O sea, que mi valoración de la persona se hace por esta diferencia, por este contraste, por lo que no es, no por lo que es.

Esto es muy importante porque pone barreras entre las personas e invalida gran parte de nuestra relación. La misma Fuente que me anima a mí, la misma Luz que ilumina mi mente, mi espíritu, mi ser, es exactamente la misma que anima al otro. Todo es expresión de una Fuente única. Es por esto por lo que se dice que Dios es el Padre y que nosotros todos somos hermanos; hermanos no en un sentido sentimental, sino porque todos somos expresión de la misma Fuente, porque estamos vinculados al mismo origen, porque estamos enraizados en el mismo suelo.

Multiplicidad

Si yo me abro más y más a la evidencia permanente de la Realidad en mí, que es Dios, iré descubriendo paralelamente esa Presencia dinámica de Dios en el otro, y en el otro, expresándose en formas distintas y dando lugar a un muestrario increíble de formas de expresión, a contrastes, a aparentes contraposiciones; y son precisamente esas diferencias, contrastes y contraposiciones las que permiten el movimiento, la acción, la reacción, la creación. Si todos fuésemos iguales, uniformes, no existiría el movimiento, no sería posible la relación, pues para relacionarnos con alguien, para poder actuar en relación a alguien, es preciso que éste sea diferente de mí. Es la diferencia lo que hace posible el movimiento, la comunicación, la transformación, el crecimiento.

Así resulta que necesitamos ser diferentes pero por otra parte somos una sola cosa en Dios. Cuando nos olvidamos de esa sola cosa que somos en Dios, entonces surgen separaciones cada vez más fuertes y marcadas, porque cada uno se siente solo y enfrentado a los demás, y necesita protegerse, defenderse, asegurarse; esto es lo que crea separatividad, oposición, lucha.

Pero en la medida en que se olvidan las diferencias, entonces se va al extremo opuesto y se tiende a idealizar ciegamente a la otra persona; por el hecho de ser expresión de la divinidad ya tiene en sí todas las cualidades en el grado en que las estoy imaginando o idealizando. Entonces yo no vivo la realidad de sus formas concretas de expresión; por vivir exclusivamente el aspecto unidad, yo me estoy, diríamos, incapacitando para manejar las relaciones a un nivel concreto, para una inter-relación enriquecedora. O sea que los dos extremos resultan erróneos tomados aisladamente.

La verdad del otro y la correcta relación la encontraré cuanto más yo esté en el Centro, pues a través de mi centro yo me acerco al centro del otro, a través de mi autenticidad me acerco a la autenticidad del otro.

Lo que decimos no es ninguna utopía. Lo utópico es pretender que los demás sean de una forma determinada. Se trata de vivir abierto a Dios en mí, y esto produce una conciencia de unidad, de universalidad, que hace que yo comprenda que el otro no es distinto de mí, que no existimos realmente separados, que la humanidad forma un organismo viviente, un cuerpo múltiple de un Alma, de una Voluntad, de una Inteligencia Superior.

Solo a través de los demás yo completo mi conciencia de ser, de existir. Pero, por otro lado, yo he de vivir muy concretamente las diferencias; pero éstas no me han de servir para dividir, las diferencias las he de ver como expresiones diferentes de la misma cosa. Gracias a la unidad, cuando me abro a la conciencia de unidad, vivo la noción de realidad, de simplicidad, de autenticidad. Pero gracias a la multiplicidad yo enriquezco los modos existenciales de mi conciencia, veo otras facetas y amplío mis modos de expresión y de comprensión, y ensancho mi conciencia manifestada en la medida que intercambio y me abro a los demás.

Si yo quiero descubrir a mi Dios dentro de mí y aparte de los demás, estoy descubriendo a Dios a través de un agujerito. Es cuando, paralelamente al descubrimiento de Dios en mí, intento descubrir la realidad, la vida auténtica del otro, cuando entonces este agujerito, esta pequeña zona de conciencia se va ensanchando hasta formar un campo extenso, campo que todo él es medio, camino, para esta conciencia de Dios.

El Amor

La Conciencia de Dios no solo es algo que está Arriba en relación a nuestra conciencia personal, sino que es algo que lo incluye todo. Todo Es en la Conciencia de Dios. Cuando yo me abro al Todo y a cada cosa particular, estoy ensanchando mi capacidad de descubrir ese Todo en manifestación.

De este reconocimiento de la Unidad surge el Amor. Y el amor no es tanto un deseo de dar algo, sino que es el descubrimiento de que ya se posee lo Esencial; que la Vida detrás de las apariencias es ya una Plenitud, y esta conciencia de plenitud, esto es realmente el Amor. El Amor es la Conciencia interna de la Unidad.

Este Amor es el estado subjetivo del Ser Absoluto, y es el que se expresa luego en lo existencial en forma de afecto, en forma de servicio y de voluntad al bien. Si nosotros vivimos más y más esta conciencia profunda de Ser en la Unidad, en lo único que es en todo lo que es, el Amor será una Realidad viviente en nosotros. Este amor no dependerá para nada de los demás, solo del Ser que lo es todo, porque ese Amor es el estado esencial del Ser.

Pero al mismo tiempo (que esta conciencia de Ser) nosotros existimos fenoménicamente, somos una expresión dinámica una encarnación viviente de este Ser; así, este Amor Felicidad se estará expresando a través de nuestra acción. Enraizados en esta conciencia de Ser, nuestra vida será una expresión del Amor, de la Inteligencia y de la Voluntad divinas. Entonces veremos que todo el mundo -lo sepa o no, lo quiera o no- está haciendo lo mismo. Todo el mundo es expresión de esta felicidad, de esta inteligencia y de esta voluntad divinas, lo sepa o no; y ahí está la gran diferencia entre la persona feliz y la persona desgraciada: la diferencia está en que uno lo sabe y el otro no.

Esta noción de Dios es simplemente un problema de reconocimiento. Yo ya estoy siendo conducido por Dios (porque ni una hoja de un árbol cae sin Su voluntad), solo que creo que soy conducido por mí mismo, por mis ideas, mis deseos, mi talento, etc., y esta afirmación en lo individual la pago luego con esta guerra frente a todo lo demás, con sentirme aislado de todo el resto. Pero cuando yo reconozco que la verdadera Realidad que intuyo es este mismo Dios que se expresa en mí, y me abro y me entrego totalmente, este reconocimiento transforma toda mi conciencia; dejo de ser yo quien lucha o quien se defiende, y dejo paso a que sea Dios quien cumpla Su voluntad a través de mí, porque entonces mi afirmación no está en ser de un modo, sino que está en ser en el Ser. No está en conseguir que me amen sino en abrirme al Amor; no en descubrir unas verdades o realizar unas elaboraciones mentales, sino en reposar en la Luz que ilumina a lodo ser humano.

Y así vivimos el misterio por el que las cosas tienen una Identidad única, y a la vez esa Identidad única se expresa a través de la multiplicidad en constantes procesos de renovación, de cambio, de reafirmación. Es lo múltiple dentro del Uno. Es el Uno a través de lo múltiple. Es la Plenitud que se está renovando, es el Ser que se está re-creando.

Naturalidad

¿Quiere decir esto que ante las personas hemos de tener una actitud idealizada, mística? No; simplemente, ante las personas nuestra actitud debe ser natural, sencilla. Pero ante nosotros mismos hemos de estar muy despiertos y presentes, y totalmente receptivos ante la Presencia de Dios en nosotros. Y permaneciendo receptivos hemos de expresarnos con naturalidad, con espontaneidad. Esta espontaneidad puede conducirme en ocasiones a defender un punto de vista, a ejercer una acción o una presión, a luchar si es preciso; pero no porque yo estoy defendiendo algo -mi idea personal, mi gusto personal o mi miedo personal-, sino porque Dios se expresa en mí a través de mi modo de ser. Yo no defiendo nada mío sino que dejo que Dios se exprese de un modo múltiple: a través de una expresión gozosa, o de una expresión combativa, a veces de una manera más fría, más controlada, o más eufórica, o alegre; del modo que sea. No soy yo quien elige el modo; una vez me entrego a esta Presencia, dejo que ella dirija mi vida.

Es natural que yo todavía no haya conseguido esta entrega absoluta, que esté interfiriendo en esta acción de Dios en mí; es natural y no tiene importancia. Sobre todo, no nos recriminemos, no estemos pendientes de si lo hacemos bien o mal, dejemos de preocuparnos por nosotros habiendo algo mucho más grande en que interesarnos, pues cada vez que pensamos en nosotros -aunque sea con la idea del bien y de mejorar- estamos haciéndolo mal. Cuando más pronto nos olvidemos de nuestra perfección, de nuestro bien, para abrirnos al Bien, a la Perfección, más pronto habremos eliminado todos los problemas y funcionaremos mejor.

Por lo tanto, no nos preocupemos de nuestros altibajos; siempre que nos preocupamos por nosotros, regresamos, descendemos. Dios es lo único que vale la pena de ser pensado y vivido en todo momento. Y en Dios vivirlo todo; desde este punto alto -por encima de la cabeza y atrás-, centrándonos ahí, vivirlo todo, lo que vivo en mi nombre y todas las circunstancias que me rodean. Eso no es vivir en las nubes, es aprender a unir el cielo y la tierra porque ésa es nuestra misión.

La consigna es vivir en esta conciencia amplia, vivir este misticismo experimental lo más elevado posible, y a la vez mantener una total sencillez y un gran sentido de realismo ante toda situación. Lo único que cambia es el centro de gravedad; antes yo me apoyaba en la conciencia de mí, en mis derechos, mis deseos, mis voluntades. Ahora he descubierto que el verdadero centro de mí es lo que llamo Dios; y al trasladar este centro de gravedad de la noción de mí a la noción de Dios, entonces quedo todo yo disponible para vivir con simplicidad todas las cosas de la vida diaria.

Nadie debería notar que estoy viviendo esto; mi sencillez y mi naturalidad deben ser totales, porque si creo que debo hacer algo especial al vivir esto, entonces ya estoy interponiendo algo. Cuando yo hago algo para conservar o aumentar un estado o sensación, ya estoy interfiriendo. La sencillez es la marca de fábrica de la espiritualidad real.

Cuando aprendemos a no preocuparnos por nosotros y a descubrir la plenitud, la realidad, la felicidad, en esta Presencia constante, en el Ser, entonces nos convertiremos en mensajeros del gozo, de la alegría, del buen humor, y también en estímulo para el esfuerzo. Ya no estaremos buscando la satisfacción a través de los demás ni pendientes de sus opiniones, ya no seremos esclavos de los otros, y por eso podremos ser naturales, auténticos. Podré expresar amor porque no habrá temor, podré expresar verdad porque no habré de ocultar nada de mí, podré expresar fuerza porque no estaré reteniendo para mí las energías.


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