La iluminación espiritual

Hasta la muerte es algo pasajero

EL RÍO DE LA VIDA

Para los que creemos en la reencarnación, hasta la muerte es algo pasajero,
un desnudarse del tiempo y del espacio, pero nada más.

Dice Cristo: Como el árbol cae, así quedará, o La muerte no te dará nada; tampoco te quitará nada. Entre tanto somos pasajeros del tiempo. En este mundo tenemos una gran preocupación por el transcurrir del tiempo. Es lo mismo que estar preocupados por el transcurrir de un río si fuésemos peces. Puede que el río nos arrastrara si la corriente fuera demasiado fuerte, pero no dejaríamos de estar en el río ni de ser peces. Y si comparamos el río con la vida, al igual que sucede con un pez nos ocurre a nosotros: no podemos separarnos del río de la vida ni dejar de ser quienes somos.

Algunos dirán: eso que dices está bien como metáfora poética, pero ¿acaso no existe la muerte? Sí. El cese de actividad cerebral y circulatoria. Sí. Se deja de respirar, el corazón se detiene y uno se encuentra metido en una máquina orgánica que ya no funciona y se ve precisado a abandonar lo que no deja de ser lógico. Algunos dejan su cuerpo con mucha pena porque se le toma cariño a la máquina que durante tiempo le ha servido, y no resulta fácil abandonar esa máquina cuando se está demasiado apegado a ella creyendo que el cuerpo es uno mismo en vez de ser algo provisional donde habita uno mismo, que, como todas las máquinas, tiene fecha de caducidad.

Y así como existe el río de la vida que nos lleva consigo como formas espirituales vivas de energía encerradas en el organismo físico través del tiempo, ¿existe acaso su contrario, el río de la muerte? Existen, sí, los muertos, su presencia mineral orgánica sumida en la transformación biológica de la materia, y ¿dónde?... precisamente en el río de la vida. Existe, sí, la materia, envoltura de energía degradada, densa. Y como toda energía, se mueve y actúa en las células que un día-el último de nuestro viaje- inician un proceso de retorno a donde pertenecen: al reino mineral. Y aún cuando un organismo físico se vea privado de la energía vital capaz de sostenerlo en pie, los componentes biológicos de ese organismo no cesan en su actividad, deshaciéndose en busca de la simplicidad hasta integrarse totalmente en la gran máquina orgánica planetaria. Pero ese no es el río de la muerte, pues la energía vida simplemente es y actúa incesantemente poniendo orden en el universo, tanto en el microcosmos como en el macrocosmos.

Otro símil: La materia agua contiene la vida. El agua se descompone en átomos de hidrógeno y oxígeno, pero ¿y la vida presente en el agua, la energía vital del agua que no es capaz de construir ningún laboratorio, ¿a dónde va sino al río de la vida del que forma parte antes y después de ser consumida por alguien, al río inmortal de la vida…?

El componente vivo de la materia, este que piensa, este que siente y habla movido por esa energía a la que convenimos llamar vida, este que lee o que escribe, ¿dónde residía antes de haber tomado forma física como ser humano y acoplarse a la máquina orgánica en la que vive? ¿Se ha preguntado usted alguna vez por su preexistencia antes de ser un bebé? ¿Dónde cree que existía usted como energía vital, indestructible como toda energía? ¿Dónde cree que residirá como energía vital que piensa y siente tras caducar su envase material y ser declarado muerto? El cuerpo se descompone en sus componentes físicos, sí, pero ¿cómo descomponer la vida? Eso es imposible. El río se puede contaminar al igual que podemos contaminar nuestra alma con pensamientos contrarios al amor o la bondad, pero ¿cómo contaminar la vida, que es una cualidad inmaterial? Se puede degradar la existencia personal o el agua del río, pero la vida…

Vemos nacer bebés en una misma familia, incluso gemelos, que reciben los mismos genes, la misma educación de sus familias y medio ambiente cultural, todo, menos una cosa: la historia de su alma. Y resulta que uno es altruista, y el otro egocéntrico. ¿Cómo se explica eso si nacieron a la vez, recibieron los mismos cuidados y el mismo tipo de educación? La ciencia materialista no se lo explica, porque pretende ignorar los capítulos ya escritos en el libro del alma de cada cual, su corriente espiritual personal de la vida, que una y otra vez vuelve a encarnar en cuerpos físicos según ciertas reglas. La ciencia materialista lo ignora, pero la ciencia espiritual sabe la respuesta: es el karma, las cuentas pendientes. ¿Qué cuentas? El debe y el haber con respecto a las leyes de la vida están desequilibrados hacia el lado negativo: son los números rojos del alma.

Pero en el alma no pueden existir cuentas pendientes con las leyes de la vida sin perder la paz, y esas leyes a fin de cuentas no son otras que las leyes de Dios. Todos queremos: la paz, la felicidad, el amor, todo eso que nunca encontramos sino dentro de nosotros mismos y nunca en el mundo material donde solo hallamos sucedáneos de felicidad, de amor y todo lo demás. Es por ello que como criaturas de Dios, hechas a Su imagen y semejanza, nos somos otra cosa que seres de energía inmortal que aspiran a su origen divino: a la paz, la felicidad, al amor, a la justicia, y otras formas elevadas de vida.

El vivir envueltos por un cuerpo material es un regalo de Dios, la oportunidad para liberarnos de los asuntos pendientes en nuestra alma, que es lo que nos llama a venir a este mundo donde todo es pasajero: hasta la propia muerte lo es.

Para decirlo poéticamente, siempre somos el mismo viajero en los trenes que atraviesan el tiempo. Puede que uno cambie de aspecto, de tren y de época, pero siempre viene con el libro de la vida bajo el brazo donde se cuenta el debe y el haber de cada existencia hasta que todas las cuentas estén saldadas. Esto no lo decide nadie por nosotros: es nuestro asunto personal y el sentido de nuestra existencia en cada encarnación en la corriente eterna del río de la vida.