La iluminación espiritual

La falsa humildad

Cuento Zen (208)

A un Maestro Sufí le faltaba algo esencial en su camino: LA HUMILDAD. Esa la aprendió de un niño en el siguiente cuento.

En sus recorridos una vez llego a una pequeña ciudad. Había una celebración local y las personas llevaban flores, frutas y ofrendas a la mezquita. Los niños y niñas llevaban velas encendidas. Vio a un niño que llevaba una vela encendida. Él con su familia también iba a la mezquita a colocar allí la vela.

Orgullosamente y bromeando le dijo: Niño, llevas una vela encendida ¿Tú mismo la encendiste? Sí señor, le contestó. El Sufí preguntó desde su vanidad: me puedes decir ¿de dónde vino la luz?

El niño miró al Sufí con sus ojos grandes, sonrió, y de un soplo apagó la vela. Le dijo entonces: Ahora has visto que la luz se fue. ¿A dónde fue? Dímelo tu sabiondo.

El EGO del Maestro fue sacudido. Todo su conocimiento fue sacudido. En ese momento sintió su propia estupidez. Desde entonces abandono toda su soberbia.

MORALEJA

La falsa humildad es simplemente el ego reprimido, aparentando ser humilde pero deseando ser el mejor. La verdadera humildad no tiene nada que ver con el ego; es la ausencia del ego. No pretende ser superior a nadie. Es la pura y simple comprensión de que no hay nadie que sea superior, ni nadie que sea inferior; las personas son simplemente ellas mismas, incomparablemente únicas. No puedes compararlas como superior o inferior.

De ahí que el auténtico hombre humilde sea muy difícil de comprender, porque no será humilde de la manera que tú lo entiendes. Has conocido montones de personas humildes, pero todos eran egoístas y tú no eres lo suficientemente perspicaz para ver que eso es su ego reprimido.

Una vez vino a mi casa una misionera cristiana, una mujer joven y preciosa. Me regaló la Sagrada Biblia y algunos otros panfletos, ella parecía muy humilde. Le dije: «Saque toda esta basura de aquí. Esta sagrada Biblia es una de las más sacrílegas escrituras del mundo»; e inmediatamente ella explotó. Olvidó toda su humildad. Le dije: «Puede dejar la Biblia. Solo ha sido una treta para mostrarle quién es usted. Usted no es humilde; de otra forma no se hubiera sentido herida».

Solo el ego se siente siempre herido. No se puede herir a un hombre humilde.

La verdadera humildad es simplemente la ausencia del ego. Es abandonar toda la personalidad y la decoración que has acumulado a tu alrededor, y ser como un niño que no sabe quién es, que no sabe nada acerca del mundo. Sus ojos son claros; puede ver el verde de los árboles con más sensibilidad que tú. Tus ojos están llenos del polvo que tú llamas conocimiento. ¿Y por qué has acumulado este polvo que te está dejando ciego?: porque en el mundo, el conocimiento le da una tremenda energía a tu ego. Tú sabes y los demás no.

El hombre humilde no sabe nada. Ha completado el círculo de regreso a la inocencia de su infancia: está lleno de asombro; ve misterios en todas partes; recoge piedras y conchas de la playa, y se siente tan feliz como si hubiera encontrado diamantes, esmeraldas y rubíes.