El barbero ateo
Cuento zen con moraleja
Tremendo cuento del barbero ateo. Da un claro concepto de lo que es Dios y como es que la percepción de la palabra Dios fue tergiversada por la religión.
Cuento zen para ateos
Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba, y como es costumbre entablo una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas, de pronto tocaron el tema de Dios...
El barbero dijo:
Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
Pero ¿por qué dice usted eso? Pregunto el cliente.
Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe, o dígame, acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños abandonados, si Dios existiera no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad, yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.
El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo, al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado. Entonces entro de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.
¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.
¿Cómo que no existen? Pregunto el barbero. Si aquí estoy yo y soy barbero.
¡No! Dijo el cliente, no existen porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.
Ah, los barberos si existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.
¡Exacto! Dijo el cliente...
Ese es el punto, Dios si existe y existe en el interior de cada ser, lo que pasa es que las personas tienen una percepción errada de lo que realmente es Dios, y por eso no van hacia él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.
MORALEJA
Dios no puede ser reducido a una imagen: ese es uno de los cimientos de la experiencia espiritual; no diré nada de la filosofía espiritual, porque no hay nada parecido a una filosofía espiritual. Es una experiencia, no una especulación. Es una visión.
La visión espiritual dice: Dios no puede ser reducido a una imagen, a una metáfora, a un símbolo o signo, a pesar de que la mente humana ha estado tratando durante siglos de reducir a Dios a algo que el hombre pueda adorar, que pueda manejar, que pueda encarar. Ese ha sido uno de los deseos más viejos de la mente humana: colocar a Dios en una categoría humana de modo que Dios pueda ser organizado, manipulado, de modo que Dios pueda estar en tus manos.
Para la experiencia espiritual esto es el error más grande de las religiones. El esfuerzo mismo de reducir a Dios a una imagen es falsear la realidad.
En primer lugar, ¿por qué queremos reducir a Dios a un ídolo? La misma grandiosidad de la existencia nos desconcierta. La misma inmensidad nos hace sentir que nos estamos cayendo en un abismo.
Por miedo el hombre crea un Dios, un Dios pequeño, pequeño como el hombre. Por miedo el hombre crea a Dios a su propia imagen y luego se siente a gusto. Con la enormidad de la existencia, para sentirte a gusto tendrás que desaparecer. O bien desapareces en el infinito de la existencia o creas a un Dios manejable. Creas un templo en tu casa, reduces a Dios a una imagen; entonces puedes olvidar la enormidad, la grandiosidad, la inmensidad.
Debido al eterno silencio de la existencia, el hombre quiere hacer una canción para cantarla. La canción podría ser de los Vedas o del Corán; no importa. El sonido es consolador, el silencio da miedo. La imagen parece humana, parte del mundo. El Dios sin imágenes es sobrehumano, está más allá de nosotros. A menos que vayamos más allá de nosotros mismos, no podremos encontrar el verdadero Dios.
Para evitar ese encuentro, para evitar la trascendencia, creamos un Dios pequeño a nuestro gusto. Comenzamos a tener diálogos con nuestro Dios creado, hecho por el hombre, manufacturado por la mente humana. Adoramos, rezamos, hacemos rituales y somos felices. Es una especie de sueño, no es una entrada a la realidad. Tus templos son barreras para Dios, no puertas. Pretenden ser puertas, pero no lo son. Tus ideales, tus imágenes, tus filosofías, tus continuos esfuerzos para llenar el vacío de la existencia con palabras, filosofías, sistemas, no hacen otra cosa que crear una falsa seguridad a tu alrededor.
Dios es inseguridad. Estar con Dios es estar en constante peligro. Ir hacia Dios es ir hacia lo desconocido y lo incognoscible. Asusta, da miedo. Uno empieza a perderse, y sientes la necesidad de aferrarte. No quieres mirar hacia la inmensidad. Entonces esos pequeños dioses creados por ti o por tus sacerdotes, que nacen de tu astucia, de tu destreza y habilidad, son de gran ayuda. Son falsos porque tú los has creado.
El verdadero Dios es el que te ha creado, el Dios falso es el que tú has creado. Esa es una de las intuiciones fundamentales del sufismo: el templo tiene que estar vacío, vacío de todo lo que ha sido hecho por el hombre. La oración tiene que ser en silencio, carente de todo lo que el hombre ha creado con palabras. La oración solo puede ser un diálogo -sin palabras, en silencio- con el infinito. Solo puede ser una desaparición de tu parte. Solo puedes disolverte, fundirte, derretirte. Entonces eres trasplantado, llevado, transportado. Entonces los vientos te llevan más allá del desierto, más allá del erial de la mente.
Pero para estar listo se necesita un gran coraje. Y el hombre siempre se contenta con marionetas. Todos tus ídolos son marionetas; toma consciencia de este hecho. Y el hombre es muy astuto: puede levantar grandes filosofías alrededor de sus falsedades. Puede defender, discutir, racionalizar. Puede crear tales nubes de lógica que quizá te pierdas en ellas. Así es como se pierde la humanidad. Algunos están perdidos en las nubes del cristianismo, otros en las del islam, otros en las del hinduismo. Pero si profundizas, te darás cuenta de que todas estas personas están especulando, haciendo juegos lógicos, filosofando, dando rodeos y más rodeos. Pero la verdad no se refleja en ellas.
La verdad solo se refleja en una consciencia meditativa, no en una especulativa: jamás. En el momento que piensas, has de tomar el camino equivocado. La verdad es reflejada solo cuando estás en un estado de no pensamiento, cuando no se mueve nada en tu interior. Cuando no hay ni siquiera un movimiento en el lago interno de tu consciencia, entonces la verdad se refleja en ti, y esa verdad no tiene imagen. La verdad no tiene forma, ni nombre. Todos los nombres son nuestros esfuerzos por comunicarnos, con el silencio eterno, pero todos esos esfuerzos fracasan.
Lo espiritual no tienen nombres para Dios. El verdadero nombre está vacío. Lo que no es dicho, lo que no es provocado, se deja. Ese es el auténtico nombre: el que no puede pronunciarse, el que no puede mentarse. Pronunciarlo sería profanarlo. ¿Cómo puede pronunciarse el nombre esencial? Y una vez pronunciado, ¿cómo puede seguir siendo esencial?
Lao Tzu dice: «No conozco su nombre, nadie lo conoce, por eso le llamaré Tao». Hay que llamarlo de alguna forma, pero ningún nombre es el verdadero. Cuando todos los nombres desaparecen de tu mente y estás ahí solo observando, siendo, sin hacer nada, tienes el primer vislumbre, la primera penetración del infinito en el infinito. Quedas preñado. La primera penetración del cielo en la tierra, y tu semilla se rompe, y empiezas a crecer. Y ese crecimiento es una especie de suceder; no haces nada, simplemente lo permites. Eso es lo primero que tienes que recordar.
Pero incluso los musulmanes, que han estado en contra de cualquier tipo de adoración a ídolos, han levantado sus propios ídolos. Parece que la mente humana no puede evitar la tentación. Ahora Kaaba y la piedra negra se han convertido en el ídolo. Ahora la gente va a la Kaaba para hajj, en peregrinación. La gente pobre reúne dinero durante toda su vida para ir una sola vez a besar la piedra negra. Pero ¿qué es esto? Es lo mismo.
Solo a través del silencio llegarás a conocer aquello que es. Solo a través del estado de no mente entrarás en el auténtico templo.
El auténtico templo no está afuera, eres tú. Si puedes entrar en tu propio ser estarás penetrando en la misma existencia. No hace falta ir a ningún sitio, no hace falta dar ni un solo paso, y no necesitas crear un Dios, porque todo lo que crees será falso.