La iluminación espiritual

Cuando la justicia es ciega

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Cuando la justicia es ciega; Patrocinio Navarro

La Justicia es ciega

De niño me llamaba la atención la figura femenina que representa a la Justicia con los ojos vendados. ¿Tal vez estaba herida? Entonces se me explicó que la Justicia es ciega. ¿Cómo? pregunté asombrado. Aquello me parecía aún peor. Me contestaron con ese tipo de risa con que los mayores explican a los niños cosas elementales, que la Justicia no hace distinciones entre quienes ha de juzgar, y así puede ser justa. Bien mirado, era lo propio. Esa explicación me convenció y tranquilizó por un tiempo.

Menos aún costó a los mayores hacerme entender –porque de niños poseemos un sentido innato de lo que es justo- que la balanza que exhibe significa a cada uno lo mismo que al otro. Y por último quedaba la espada, pero eso los niños saben de sobra para qué sirve. (Es más, con el tiempo, iría viendo que eso era lo que más a menudo se esgrimía en nombre de la Justicia).

A menudo tuve que ver con mis propios ojos cómo jefes de Estado convertidos en genocidas no eran nunca juzgados, sino aclamados, o eludían las leyes con astucia arropados por ejércitos de abogados y jueces corruptos, mientras se condenaba con suma facilidad a desproporcionadas condenas -incluida la muerte- a gentes de baja procedencia social que de haber tenido los recursos necesarios hubieran dispuesto de aquellos mismos ejércitos de abogados y hasta hubieran sido aclamados por los mismos que exigían su condena.

Veía a lo largo de mi vida cómo cínicos tributos engañaban con absoluta desfachatez llevando a la bancarrota a sus empresas o a sus ciudadanos, mientras los testigos de esos delitos eran asesinados-asesinados o asesinados-desaparecidos por el simple hecho de decir la verdad desenmascarándoles ante la opinión pública sin que la Justicia moviese un dedo a su favor.

Veía cómo naciones poderosas invadían a países pobres y los esclavizaban sin que la balanza de la Justicia interviniese. Pero era fácil que los ciudadanos tuviésemos que amortizar de nuestros impuestos las deudas de un banco privado en quiebra, o que ricos estafadores se libraran del sufrimiento de la cárcel después de dejar unos cuantos millones en uno de los platillos de la Justicia.

Ahora, cuando me encuentro ante la estatua solemne comprendo que la venda significa precisamente que la venerable Dama no quiere ver la cara de los justos ante los desmanes que se cometen en su nombre contra los derechos humanos y hasta contra las leyes divinas, como sucede con las guerras llamadas "justas", o aún peor consideradas "santas".

La justicia de los hombres, con su lentitud, sus errores, sus favoritismos, su inmoralidad en tantas ocasiones, se basa en el Derecho. Pero el Derecho representa una sola clase de ley: la ley del Ego. Sus artículos vulnerables, frágiles, de quita y pon, permiten variadas interpretaciones. Eso permite que existan jueces que juzguen con manga ancha o estrecha según qué juez y qué asuntos y a quiénes, y que existan esos ejércitos de abogados que viven justamente de los entresijos y trampas que les permiten las ambigüedades de las leyes.

Así descubrí con absoluta nitidez que la distancia entre Derecho y Justicia es la misma que existe entre Barbarie y Civilización, y que todavía estamos muy lejos de esta última.


RELACIONADOS

«Cuando la justicia es ciega»