No hay causa que merezca más nuestra simpatía que la de los oprimidos, ya sean hombres o animales.
La compasión por los animales es la prueba más noble de la naturaleza humana.
Si llegamos alguna vez a hacer justicia a los animales, tendremos que desechar la anticuada idea del «abismo» que los separa de los hombres, y admitir que un vínculo común de humanidad une a todos los seres vivos en una fraternidad universal.
La verdadera civilización no consiste en multiplicar las necesidades, sino en reducir voluntariamente el consumo.
No es una petición de clemencia para las bestias irracionales cuyo único crimen consiste en no pertenecer a la noble familia del homo sapiens.
No será posible conseguir que se trate con justicia a los animales mientras continuemos considerándolos como seres de un orden diferente al nuestro e ignorando los numerosos puntos de coincidencia que los acercan en la raza humana.
El hombre no tiene derecho a destruir por su capricho o placer lo que no puede crear.
Siguen ignorando muchos de los llamados humanitarios, la inmensa importancia subyacente en el tema de la alimentación los derechos de los animales.
No es una petición de «clemencia» para las «bestias irracionales» cuyo único crimen consiste en no pertenecer a la noble familia del homo sapiens.