La iluminación espiritual

Verdad es rápida

LA VELOCIDAD DE LA VERDAD

Lo que tus ojos pueden ver.

Hermano, No des crédito a lo que ven tus ojos… ¡Porque ellos no son aptos para ver la Verdad!. La lentitud del ojo engaña a la mente… pues la Verdad siempre viaja más rápido que el ojo que intenta percibirla. La vista es un asunto de los ojos. La visión de la Verdad es –en cambio- un asunto del corazón.

La vista nos muestra un bloque de piedra; la visión permite al escultor hallar la estatua que se oculta dentro del bloque de piedra. La vista percibe un terreno sin cultivar; la visión devela al sembrador los infinitos tesoros que le entregará la tierra arada y cosechada. La vista contempla los estragos de una Noche que parece infinita; la visión revela el amanecer que tarde o temprano disipará toda Obscuridad.

Por eso, hermano, no te conformes con lo que percibe tu vista. Contempla la visión de la Verdad que se anida en el centro de tu corazón... Entonces –y solo entonces- serás capaz de ver más allá de lo que tus ojos pueden ver.

LA TIENDA DE LA VERDAD

La verdad absoluta.

El hombre caminaba paseando por aquellas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y entonces se detenía algunos instantes en cada escaparate, en cada negocio, en cada plaza. A la vuelta de una esquina se encontró frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco; intrigado se acercó al escaparate y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro, en el interior solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba: Tienda de la verdad.

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían. Entró. Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

  • Perdón, ¿ésta es la tienda de la verdad?
  • Sí, señor, ¿qué tipo de verdad anda buscando: verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?

Así que aquí vendían verdad. Nunca se había imaginado que esto fuera posible, llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.

  • Verdad completa- contestó el hombre sin dudarlo. Estoy tan cansado de mentiras y de falsificaciones, pensó, no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni defraudaciones.
  • ¡Verdad plena!- ratificó.
  • Bien, señor, sígame.

La señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:

  • El señor lo va a atender.

El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.

  • Vengo a comprar la verdad completa.
  • Ajá, perdón, ¿el señor sabe el precio?
  • No, ¿cuál es?, contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por la verdad.
  • Si usted se la lleva, dijo el vendedor, el precio es que nunca más podrá estar en paz.

Un frío corrió por la espalda del hombre, nunca se había imaginado que el precio fuera tan grande.

  • Gra... gracias, disculpe... balbuceó.

Se dio la vuelta y salió del negocio mirando el piso.

Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que todavía necesitaba algunas mentiras donde encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.

  • Quizá más adelante, pensó.