La iluminación espiritual

El vaticano y la guerra justa

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; El vaticano y la guerra justa; Patrocinio Navarro

GUERRA JUSTA

El Papado, que debería ser símbolo y portavoz del pacifismo que predicó Cristo, hace dos milenios que renunció al Maestro de Nazaret y tiene dos lenguas para hablar de la guerra y de la paz según convenga; una habla desde los púlpitos y otra desde la política del clero. El Vaticano, entre tanto, nunca se declara pacifista y defiende lo que llama guerra justa. O sea: al fin y al cabo, el derecho a matar. Derecho que se otorga a sí misma la Iglesia por encima de las leyes de Dios, porque el "No matarás", carece de letra pequeña y posibles interpretaciones.

Lo mismo se puede decir sobre el repudio de Cristo a la Ley del Talión, o la enseñanza del respeto por el enemigo como hijo de Dios. Todos esos deberes cristianos no son importantes para la Institución fuera de las prédicas de los púlpitos. Y se comprende por más que se rechace por farisaica, porque la Iglesia es una organización cuya historia está manchada de sangre por las guerras de religión, la Inquisición, el exterminio sin piedad de los cristianos disidentes, la evangelización forzosa de los pueblos colonizados, y la cooperación con el genocidio indígena que denunciara el padre Las Casas... Y en España, como en otros lugares del mundo donde hubo y hay dictaduras, la vergonzosa y lucrativa colaboración del Papado y sus obispos con dictadores sin conciencia alguna.

En caso de revueltas o revoluciones nacionales o internacionales, el Vaticano en particular suele tener mucho que perder, porque ya sabemos que es uno de los principales terratenientes mundiales y una de las instituciones más ricas e imbricadas con el sistema económico que dirige este mundo. Por eso, cuando personas influyentes o grupos de presión contrarias a este Sistema alcanzan a ser escuchadas, se desata su miedo y pone en marcha sus largos tentáculos mediáticos, políticos, pastorales y educativos. Y es que el miedo es una de las razones que convencen para ir a las guerras; especialmente el miedo a perder lo que se tiene: poder, privilegios, renombre, posesiones, bienestar, y todas las cosas que se nos hicieron deseables; y que la Iglesia posee en grado sumo. El miedo a perder todo eso, conduce a desatar los demonios de las guerras, aun sabiendo lo terribles que siempre son, aun conociendo sus traumas físicos y psíquicos y la pobreza de todas las post-guerras que sufren las poblaciones, pero, oh milagro de Lourdes: tales cosas raramente alcanzan a aquellos que las provocan.

Y si alguna vez toca a la Iglesia perder algo siempre encuentra - oh, nuevo milagro- la forma de resarcirse con creces. En España, por ejemplo, aún se está compensando al clero por la desamortización que sufrió en el siglo 19, no paga impuestos por sus bienes, ingresos y propiedades, y tiene poder notarial para apropiarse de bienes municipales y registrarlos a su nombre, como ha sucedido en España con la mezquita de Córdoba. Así que ¿cómo no va a oponerse esta Institución a los cambios sociales que tiendan a la igualdad? ¿ Cómo no va a tener una actitud beligerante con quienes propongan el reparto social de sus riquezas? Y en caso de una guerra revolucionaria de los de abajo, ¿ a quién apoyarían en nombre de "su" guerra justa? Ya sabemos la respuesta: está escrita en la Historia de todas las revoluciones sociales y en las páginas negras de las dictaduras militares o civiles.

La Iglesia siempre está en el bando de los instigadores. Estos hacen sus cálculos antes de desatar una guerra y luego salen de ella con beneficios acrecentados. Al fin y al cabo, los pueblos corren con los gastos, ponen sus muertos y después, ya se sabe, acuden a la Iglesia a obtener consuelo.


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