La iluminación espiritual

Tríptico para librepensadores

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Tríptico para librepensadores; Patrocinio Navarro

PENSADORES LIBRES

I

ASPIRANTES AL CONOCIMIENTO

¿Es posible conocer todo lo que debemos conocer? ¿Existe un límite superior del conocimiento? ¿Disponemos de los medios para acceder a la Totalidad? Estas preguntas suelen inquietar a una gran parte de seres humanos preocupados por la indagación sobre la realidad que se oculta tras las apariencias.

Si somos creyentes aceptamos gustosos que el límite superior del conocimiento es llegar a conocer a Dios, identificando a Dios con Verdad suprema. Si no lo fuésemos, nos conformaríamos con metas mucho más humildes, tales como ser eruditos en alguna materia o simples y vulgares sabiondos pedantes a los que Larra calificaba en su tiempo como eruditos a la violeta, que en  cuanto se profundiza en lo que dicen saber no se halla más  que la  fachada con que intentan deslumbrar. Deslumbrar para seducir, y seducir para coger energía de los seducidos en forma de honores, pleitesía, admiración y otras formas forma parte de los buscadores superficiales. Estos buscadores, que lo son de energía ajena, son los hijos de la envidia, oportunistas, arribistas, que desean sobresalir para alcanzar brillo social o profesional pero carecen de méritos y sabiduría. Como no quieren reconocer esa limitación, son artistas en el arte del disimulo y la pedantería.

El primer grupo es el de los que aspiran a conocer a Dios. Creen que Dios es omnipresente y por ello se encuentra también en el interior de cada uno, en el fondo de su alma. Es el hálito de vida, la energía vital. El creyente está convencido de que el Ser Supremo y fuente de toda sabiduría no tiene secretos, de lo contrario jamás se propondría intentar acceder a la Verdad suprema. En este grupo se hallan los buscadores espirituales, místicos y profetas. A estos últimos - debido a su limpieza de corazón por haber superado su yo inferior- les es concedido en todos los tiempos, y también en el tiempo actual – caso de Gabriele de Würzburg- escuchar en su interior los mensajes de Dios para poderlos transmitir a sus semejantes.

Defiende el grupo de los creyentes –sea cual sea su definición religiosa o sus filosofía- que el principio del Amor, que es Dios, es el motor que conduce a la Verdad, que es Dios igualmente, por lo que es necesario cumplir las leyes divinas que purifican el alma, producen salud, alegría y elevados estados de conciencia que hacen posible la sabiduría, uno de los siete peldaños de acercamiento a Dios (los otros seis serían, en sentido ascendente, orden, voluntad, -que son anteriores- y seriedad, paciencia o bondad, amor y misericordia). En las religiones orientales se conocen estos centros como chakras, palabra que significa rueda, ya que actúan girando.

En el cristianismo originario (actualmente obstaculizado todo lo posible por las Iglesias mal llamadas cristianas pese a ser la enseñanza genuina de Jesús), se preconiza que llevando a cabo una serie de aprendizajes y prácticas básicas que han sido reveladas a través de Gabriele (definidas como Camino Interno) se asciende desde el primer peldaño, el del Orden, hasta el último- la Misericordia- que vienen a ser simbólicamente como lo más alto de la escala de Jacob. Llegados al cuarto centro, la Seriedad, que es el centro de Cristo en nosotros, Él mismo nos inspira en nuestro interior los pasos siguientes para seguir hasta la meta suprema de toda alma encarnada, el último centro de conciencia- que nos conduce a la unión con Dios, y a poder contemplarle directamente. Esta es cima de todo hijo de Dios. Al fin y al cabo, es natural poder contemplar el rostro del propio Padre. En ese estado de conciencia suprema somos parte consciente de la verdad eterna como hijos de Dios y herederos del infinito.

LA INTELLINGENZTIA

El segundo grupo es muy diferente al primero en lo que se refiere a la espiritualidad. Aquí encontramos por igual ateos o clérigos con sus religiones. Se halla dividido entre los que afirman que Dios es imposible de conocer porque tiene secretos (caso de las diversas Iglesias, con sus dogmas, representantes y seguidores) y los que niegan que Dios exista. Encuadran ambos grupos a muchos de los llamados intelectuales: teólogos, filósofos, literatos, profesores, científicos, políticos y gentes corrientes de distintas profesiones o actividades. No es que entre estos sea imposible hallar a buscadores espirituales, pero se hallan en minoría dentro de un medio donde prima el intelecto sobre el corazón y el interés personal sobre la conciencia. Hay en gran parte de ellos un gran interés por la abstracción y la especulación, y gustan de elaborar teorías sobre esto y lo otro que nunca les involucran en su ser interno. Y le llaman conocimiento objetivo. Otros, más prácticos, se afanan en cambiar el mundo exterior siempre en beneficio propio o de su grupo de allegados (familias, amigos, grupos de trabajo o de ocio, etc.).Todos ellos valoran grandemente la cultura, la economía, la política y las ciencias relacionadas con el funcionamiento del mundo y suelen tener sus gurús incontestables según el campo en que se desenvuelvan: son los sacerdotes de la diosa Razón, y más específicamente de la Razón Cartesiana, que desde Descartes casi no ha dejado de tener admiradores y devotos, pese a que la ciencia avanzada la ha calificado ya de obsoleta.

Para muchas personas, que han caído en la trampa de considerar la cultura y la ciencia como una especie de religión, los intelectuales y científicos son algo así como oráculos de la verdad. ¿Lo son? Veamos esto más de cerca.

Con el término intelectual se hace referencia a las personas que creen que su intelecto es el instrumento superior y más fiable de acceso al conocimiento, y el razonamiento intelectual cuando se acompaña de los descubrimientos de la ciencia, el método normal de acceder al conocimiento que se busca. Como es natural, la vía elegida lleva a la meta que se pretende, o sea, al conocimiento intelectual, el cual se considera objetivo, real, imparcial, en la medida que se avale por los sentidos y la Ciencia, erigida en juez supremo de la verdad- le dé su visto bueno.

La Ciencia ha ido ascendiendo en importancia a lo largo del tiempo, pero especialmente desde hace dos siglos hasta haberse convertido en una especie de nueva religión: la Religión del Conocimiento Objetivo. Desgraciadamente ha caído, además de servidora de egos, en servidora del Sistema. Y como las otras religiones de intelectuales al servicio del Sistema- como son los clanes sacerdotales- tiene sus dogmas, sus misterios, sus gurús y sus asuntos inconfesables.

A través del llamado método científico se produce una especie de circuito cerrado intelecto-ciencia-intelecto con el que sin embargo se aspira a conocer no solo el universo tal como es, sino cómo y por qué causa se inició.

Utilizando neuronas o aparatos muy costosos, según corresponda, coinciden los intelectuales de todo tipo en la creencia de que nada es digno de confianza sin haber penetrado por las ventanas de los sentidos y sometido al tribunal de la razón cartesiana en primer lugar. Se rinde culto a los sentidos y a la diosa Razón como fuentes fiables de verdad. Así dicen solo creo en lo que veo, y los más escépticos aún aconsejan: de lo que veas, la mitad te creas.

II

CUANDO EL INTELECTO NOS AÍSLA DEL INFINITO

No está mal como prevención el ser críticos con lo que vemos, y usar correctamente nuestros órganos sensoriales, que nos sirven como antenas, pero no debemos sobrevalorarlos, pues nuestros sentidos humanos son limitados si se comparan con los de un animal como un felino, o un caballo, por ejemplo, lo cual ya nos muestra un severo muro que nos impide acceder a la misma realidad física que esos animales, y por tanto nos impide conocer el mundo exterior con la riqueza de matices que ellos lo conocen. Una limitación. Las otras nacen de estados emocionales alterados, o prejuicios de diversa índole que distorsionan los datos de los sentidos o su interpretación racional, con lo que es imposible en todos estos casos proclamar verdades objetivas, imparciales o racionales. Sin embargo, esto se hace a cada segundo en casi todas partes y por casi todos nosotros.

No está mal tampoco como prevención ante tantos dislates de la razón el recurrir a la ciencia como preventivo y corrector de excentricidades enfermizas. Pero ¿qué ocurre si recurrimos a la Ciencia pensando que ahí sí que existe la fiabilidad objetiva? Pues algo semejante, a lo que nos sucede con la excesiva confianza en los sentidos, pues la ciencia cambia de tanto en tanto sus supuestas verdades incuestionables, lo que las convierte en provisionales. Además se ocupa siempre de investigar unos campos eludiendo cuidadosamente otros que pudieran comprometer sus conclusiones y por ello es especialista en hacerse unas preguntas eludiendo igual de cuidadosamente otras, no guiada en todo caso por la búsqueda de la verdad, sino de la utilidad, y la posible rentabilidad de sus averiguaciones, la fama personal de los investigadores, la búsqueda de privilegios, subvenciones etc. O sea: Lo humano, demasiado humano que decía Nietzsche. El científico romántico ha sido exterminado por la industrialización, la búsqueda de beneficios de las multinacionales a las que sirve, y las nuevas tecnologías.

Bien- podríamos objetar- los científicos pueden fallar como personas, tener intereses particulares, etc. pero ¿acaso no disponen de máquinas y aparatos de precisión con los que poder observar la realidad y obtener conocimientos fiables?

Y podríamos contestar con otra pregunta. ¿Y si a las anteriores limitaciones, las personales, se pudiese añadir todavía la de que los propios instrumentos científicos son igualmente limitados en su capacidad de penetrar el mundo material, y mucho más los mundos sutiles? Aquí sí nos hallaríamos ante un serio techo en la búsqueda de datos fiables. Porque resulta que no solo los instrumentos son imperfectos en sí mismos para acceder a según qué niveles profundos de lo que se pretende observar, sino que Heinsenberg, además, demostró científicamente lo siguiente: a una escala inferior al átomo, o sea, a niveles donde la materia deja de ser tangible, el observador y el instrumento con que este observa modifican aquello que se quiere observar. Este es el famoso Principio de Incertidumbre, o de Interminación, que viene a añadir nuevos límites a la capacidad de la ciencia para ver más allá de un cierto nivel de la realidad material.

Sin embargo, muchos científicos famosos y respetados catedráticos aspiran a conocer el Universo, fijar sus límites, descubrir su origen, y hasta descartan un posible Creador basándose en esos instrumentos limitados llamados sentidos, intelecto y aparatos de observación. Y eso, a pesar de que muchos de esos investigadores están en contacto con energías cuya procedencia desconocen en última instancia, pero que no admiten pueda tener un origen espiritual, puesto que toda energía es en sí misma espiritual y debería ser una pregunta científica el preguntarse por su origen. Como no lo hacen, se conforman con el Azar, un Azar cósmico impresionante capaz de crear universos y criaturas con leyes precisas y ordenar todo eso por de un modo aleatorio, pero de tal modo que puedan resultar coherentes sus leyes. O sea: el absurdo llevado al límite no ya de la razón, sino de la cordura. Podrían considerar la existencia de una inteligencia universal, sin embargo prefieren quedarse con la suya y recurrir a una casualidad cósmica de tamaño del infinito para llenar los huecos de su ignorancia.

Y si ahora volvemos a mirar hacia los intelectuales en general, vemos que al techo de la ciencia y de sus sentidos aún habría que añadir el de su ideología, sus conocimientos, sus experiencias, y su ego. Con toda esa opacidad se limita grandemente la visión el intelectual materialista, así como se afecta su capacidad de ser objetivo y de erigirse en portavoz de la verdad, pues ni él mismo la conoce. Si acaso conoce su propia verdad si es capaz de penetrar en su subconsciente y averiguar qué esconde. Pero el subconsciente no suele interesar al intelectual porque no es científicamente correcto, ya que escapa a la razón, al método científico y a cualquier aparato de medida. Y no acaban ahí para él sus enigmáticos contenidos, donde destacan sus represiones, sus miedos, y sus rostros más impresentables, o sea: las facetas de lo humano, demasiado humano que se quieren esconder a los demás y a uno mismo con disgusto por tener ese baúl secreto repleto de miedos y diversos temas socialmente impresentables.

Como es natural, lo expuesto produce desosiego al racionalista, y entonces huye de sí mismo en busca de refugios seguros que ni los conocimientos, la razón o la ciencia le proporcionarán. Con ese equipaje de huida hacia delante se puede llegar a ser un erudito, un viajero inquieto, a conocer. Pero conocer no es saber. Conocimiento no es sabiduría, porque la sabiduría es ver las cosas tal como son – no como creemos que son - y además llevarlas a la práctica para aprender de ellas. La sabiduría consiste en hacer lo que creemos. Pero el intelectual no pone su vida al servicio de sus ideas, sino sus ideas al servicio de su vida. Y algunas son hasta rentables, proporcionan dinero, fama y otras gangas de este mundo.

El puente existente entre los llamados científicos y los intelectuales está construido, pues, con demasiadas limitaciones como para ser tomado en serio lo que dicen más allá de lo que pueden abarcar con tan pobres medios. Especialmente cuando hablan de asuntos del alma o de asuntos de Dios, temas contra los que se suelen posicionar porque no se pueden demostrar en sus laboratorios o mediante las leyes de la lógica cartesiana. En consecuencia, sus opiniones sobre todo lo que está fuera de su alcance no son más que eso, opiniones, especulaciones, juegos intelectuales al fin, que no serían de mayor importancia si no fuesen convertidos en oráculos y fuentes de negocios y manipulaciones de diversas categorías (como la cultural, la ideológica o la religiosa) por el sistema materialista de los mercachifles al que todos ellos sirven y del que se sirven. A través de su industria cultural, de sus medios de comunicación, escuelas, iglesias y universidades, el Sistema presenta a sus intelectuales (creyentes o ateos, con sotana o sin ella) como cimas de la verdad, y les premia y ensalza, les construye monumentos y da nombre a plazas públicas. En una palabra: le interesan. Y los endiosa para que sirvan de ejemplo. Pero son dioses con pies de barro en el más amplio sentido.

¿Para qué sirven entonces?, cabría preguntarse. Como guías, no, desde luego. Y menos como profetas. Sin embargo pretenden ser lo primero y desprecian a los verdaderos guías y a los verdaderos profetas porque según ellos no están bien informados, son subjetivos, o sus fuentes no son fiables. Observen cómo proyectan sus propias miserias.

III

LAS RAZONES DEL INTELECTO Y LAS DEL CORAZÓN

Hay un dicho popular que afirma: el corazón tiene razones que la razón no comprende. Y es que existen dos clases de razones: las del corazón y las del intelecto. Intelecto y alma tienen sus propios campos, sus propios lenguajes, sus propias metas y sus propias necesidades. En consecuencia, sus propias verdades. Las del corazón se expresan en forma de sentimientos espirituales de diversa índole: estéticos, amorosos, místicos. Todos ellos proceden del alma, o como se quiera llamar a nuestro soporte vital. La sensibilidad del alma, que es la que informa, va a determinar la cualidad (según sean pensamientos positivos o negativos) de lo que pensamos y sentimos.

Hablar de sentimientos en estos tiempos del racionalismo materialista aplicado a la tecnología y al consumo parece siempre cosa de niños, adolescentes, poetas, o iluminados. Y por el eco que tienen en los medios no parecen ser los más representativos de nuestro mundo. Sin embargo, ¿quién puede evitar tener sentimientos sin verse obligado a actuar con ellos o contra ellos? Más aún: al observar las conductas de nuestra especie a la que consideramos racional, ¿no somos conscientes de que precisamente somos más viscerales que racionales, más sentimentales que cerebrales? De lo contrario, ¿podríamos tener el tipo de sociedades que tenemos, regidas por la codicia, la maldad, y toda suerte de miserias morales procedentes de los sentimientos de almas dominantes enfermas y mantenidas por semejantes y sus imitadores? De tener sana la razón que tanto endiosamos, ¿acaso estaríamos dando lugar a ver casi impasibles cómo se envenena el aire que respiramos, el agua que bebemos o los alimentos que comemos? No obstante nos consideramos una especie inteligente, intelectualmente superior a las demás, sin querer ver que ninguna de ellas atenta jamás contra sus medios de vida ni destroza su casa como hacemos nosotros, los civilizados e inteligentes humanos con nuestra casa planetaria La Tierra.

Los sentimientos negativos como el orgullo, la envidia y la codicia, nos arrastran a toda clase de conductas negativas, también entre nosotros mismos, que se traducen en enemistades, enfrentamientos, explotación, esclavismo, guerras, indiferencia, individualismo y otras lacras humanas. No obstante, como conjunto humano seguimos levantando estatuas, y alabando a los llamados héroes que ganan batallas matando más que otros. No son los únicos héroes de pacotilla, pues están los de la ciencia, y así se viene premiando a los inventores de armas de destrucción masiva, la clonación, los alimentos transgénicos o los trasplantes de órganos. Muchos de ellos no quieren creer en Dios porque pretenden ser ellos mismos y solucionar lo que consideran deficiencias de la Creación divina. Con el intelecto, naturalmente, pues si usara el corazón o al menos una razón sana cualquiera de esos héroes serían incapaces de seguir por ese camino.

En vista de tantas miserias y ante la enorme amenaza que se cierne sobre nosotros a causa precisamente de nuestra mala cabeza y peor corazón, podríamos comenzar al menos a preguntarnos si no es hora de cuestionarnos los medios, métodos y actos que nos han conducido hasta el presente y comenzar a valorar las razones del alma - como la bondad, el altruismo, el amor, la cooperación, la compasión y semejantes - por encima de las razones del intelecto que miren hasta dónde nos están llevando por estar conducidas por los sentimientos negativos de odio, extrañamiento y destrucción. Muchos de esos sentimientos están escondidos a menudo en el baúl secreto del subconsciente, y para descubrirlos y sanar nuestras vidas alguna vez tendremos que atrevernos a levantar la tapa, ver lo que hay y tomar medidas. No con el intelecto, sino con el corazón.

Este es el tipo de razonamiento que despierta en muchos la conciencia de que es preciso cambiar de rumbo en sus vidas, y los convierte en buscadores espirituales. El camino que cada uno elija, por muy diverso que sea, finalmente habrá de conducirnos a la meta suprema, que no puede ser otra que el regresar a nuestro Hogar espiritual de procedencia-como seres espirituales que somos,- donde se halla nuestra verdad, la verdad de nuestro origen y de nuestra alma que no es otra que la Verdad de Dios en nosotros como hijos suyos y herederos del Infinito al que pertenecemos, según las enseñanzas del cristianismo originario que constituye la base espiritual de este escrito.


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