La iluminación espiritual

Terrorismo

Cadenas de karmas

Casi a diario se repite la misma noticia con variantes geográficas o étnicas: estalla una bomba al paso de un convoy, explota un coche bomba, o un vehículo arremete contra una multitud. Hoy se repite en España, como ayer en Francia, Inglaterra, Alemania, Irak, Afganistán, Palestina o Siria. Y la cadena de atentados y el número de asesinatos no cesa de crear eslabones nuevos de sangre en mercados, avenidas, lugares multitudinarios. También -aunque esto es a un nivel espiritual- eslabones y cadenas de karmas, de asuntos pendientes de los que arrepentirse y purificar para liberar la conciencia de los asesinos. Esta es una clase de terrorismo: el fanático religioso de bandas criminales organizadas que utilizan la religión como tapadera para arremeter contra otras versiones de esa misma religión para imponerse sobre ellas. Y digo como tapadera religiosa, porque que los suníes se enfrenten a los chiíes, por poner un ejemplo cotidiano, no es estrictamente un asunto religioso, sino de lucha por el poder político.

Tras el terrorismo con excusa religiosa se hallan los intereses económicos y políticos, y las simpatías respectivas de cada rama religiosa hacia unas u otras naciones del mundo. Esta clase de terrorismo se ceba especialmente con algunos países del medio y lejano oriente, pero se exporta igualmente a occidente, ya sin la máscara religiosa. Aquí se desprende de esa careta y desea mostrar únicamente su poder de dañar a los estados occidentales matando a sus ciudadanos. Estamos hablando del tristemente famoso Daesh, como podíamos hablar de Boko Haram o semejantes.

¿Por qué? ¿Contra quién? ¿Quién gana y quién pierde en este macabro juego?

En el terrorismo del Daesh en Occidente se hallan ocultos el odio, el revanchismo y la sed de venganza por las tropelías y guerras sucias llevadas a cabo por la Internacional Capitalista con sus soldados, bombarderos y drones asesinos desde que EEUU, que invadió Irak con una excusa que nadie cree a estas alturas, abrió la Caja de Pandora que dejó en libertad los demonios del odio en todas las naciones. Y este es el otro terrorismo: el de los Estados. De este se habla menos, y, desde luego, nunca como actos terroristas, sino como defensa de las libertades, la democracia, y todo ese cuento. Tan cuento como el de los musulmanes que se amparan en la religión y el desprecio al infiel. Decir Alá es grande tendría su versión occidental en La democracia es sagrada. Pero unos y otros son unos impostores: Ni aquellos respetan la voluntad de Dios, que es no matar a un semejante, ni estos, que ni respetan esa misma ley ni a la democracia de la que presumen mientras no cesan de imponer a sus ciudadanos recortes de derechos y libertades que conducen progresivamente a estados policiales con la doble excusa de la crisis de la que son responsables- y del terrorismo que contribuyen a fomentar con sus políticas militaristas. Así que ni amor a Dios ni a la democracia que llevan cada una a la paz, a la justicia y a la libertad. Que no nos cuenten cuentos ni unos ni otros.

Invadir países, cambiar gobiernos y asesinar a sus responsables, enfrentar a las poblaciones entre sí sembrando miedo, terror, odio y miseria económica, ametrallar por un supuesto error aldeas enteras, familias que celebran una boda, o niños en una playa, que han sido o son noticia, ¿es menos terrorismo y menos execrable que atacar con un camión en las Ramblas de Barcelona o en cualquier otro lugar a tranquilos transeúntes?

El que esto escribe, jamás va a defender terrorismo alguno, ya se disfrace como religión, como política o con cualquier otro disfraz. El que esto escribe coloca las leyes de Dios por encima de cualquier asunto humano y las leyes de Dios no admiten el cainismo. Al contrario: Ama a tus enemigos, Haz bien al que te daña, Pon la otra mejilla; Trata a los demás como quieres que te traten a ti mismo, No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti mismo. Esta es una postura cristiana con valor universal. Estas conductas son la única vía de salida contra el terrorismo, y no las llamadas políticas antiterroristas que solo aumentan el control sobre nuestra vida cotidiana, y el número de policías y de leyes represivas que recortan libertades con el argumento de protegernos del terror.

Es, pues, el amor el antídoto del terror, e invito a una reflexión personal para saber de qué dosis disponemos para conjurar cualquier crimen, sea de la índole que sea. Esa es, y no otra, nuestra única y potente arma antiterrorista.