La iluminación espiritual

El sol místico de medianoche

La estrella legendaria de Belén

Del cristiano místico Max Heindel

El Sol ha venido siendo adorado exotéricamente como el dador de la vida desde tiempo inmemorial, debido a que la multitud fue incapaz de mirar más allá del símbolo material de esta gran verdad espiritual. Pero además de aquéllos que adoraron la órbita celestial que es vista con el ojo físico, ha habido siempre y aún todavía es una pequeña, pero creciente minoría, un sacerdocio consagrado por convencimientos más que por ritos, quienes vieron y ven las verdades espirituales eternas entre las formas temporales y pasajeras; quienes envolvieron estas verdades en atavíos cambiantes de ceremonial, con arreglo a las épocas y a los pueblos a quienes fueron dadas originalmente. Para ello la estrella legendaria de Belén brilla cada año como un Sol Místico de Medianoche, el cual penetra en nuestro planeta durante el solsticio de invierno y entonces comienza a irradiar desde el centro de nuestro globo Vida, Luz y Amor, los tres atributos divinos. Estos rayos de esplendor y fuerza espiritual llenan nuestro globo con una luz suprema que circunda a cada uno de los seres de la Tierra desde el más pequeño al más grande, sin ninguna exclusión.

Pero no todos pueden participar de esta maravillosa dádiva en el mismo grado; algunos consiguen más y otros menos y algunos, ¡ay! parece que no tienen participación en la gran oferta de amor que nuestro Padre ha preparado para nosotros en Su Hijo Unigénito, debido a que éstos no han desarrollado aún el magneto espiritual, el Niño Cristo interno, que únicamente nos puede guiar a nosotros hacia el Sendero, la Verdad y la Vida.

¿De qué aprovechará que el Sol brille si yo no tengo ojos para verlo?
¿Cómo podré yo conocer que Cristo es mío, salvo que Cristo esté dentro de mí?
Esa voz callada dentro de mi corazón es una realidad del pacto entre Cristo y yo;
Esta voz imparte a la fe la fuerza de un hecho.

Ésta es una experiencia mística que, sin duda, ha sido experimentada por muchos de nuestros estudiantes, porque es tan cierto, literalmente hablando, como que la noche sigue al día y el invierno al verano. A menos que nosotros tengamos a Cristo dentro de nosotros mismos, a menos que el maravilloso pacto de sangre de la fraternidad haya sido consumado, nosotros no podemos tener parte en el Salvador, y por lo menos en lo que a nosotros concierne no importará que las campanas de Navidad suenen una y otra vez; pero cuando el Cristo ha sido formado dentro de nosotros mismos, cuando la Inmaculada Concepción ha sido una realidad en nuestros propios corazones, cuando nosotros hemos asistido al nacimiento del Niño Cristo y le hemos ofrecido nuestros regalos, dedicando la naturaleza inferior al servicio de nuestro Yo Superior, entonces y solo entonces la fiesta de Navidad es una fiesta a la que nosotros asistimos un año y otro año. Y cuanto más ardientemente nosotros laboremos en la viña del Señor, tanto más clara y distintamente oiremos aquella voz callada y muda que dentro de nuestros corazones nos ofrece la invitación: Venid a mí todos aquéllos que estáis agobiados con vuestra carga, que yo os daré descanso. Tomad mi yugo, porque mi yugo es blando y mi carga ligera. Entonces nosotros oiremos una nueva nota en las campanas de Navidad, tal como nunca antes la hemos oído, porque en todos los días del año no hay día tan alegre como el día en que el Cristo nace de nuevo en la Tierra, trayendo con Él regalos y dádivas al hijo del hombre -dádivas que significan la continuación de la vida física- porque si no fuera por esta influencia vitalizante y enérgica del Espíritu de Cristo, la Tierra permanecería fría y desolada; no habría en ella un nuevo canto de primavera, ni tampoco los admirables coristas del bosque para alegrar nuestros corazones al aproximarse el verano, sino que el helado cepo de los polos mantendría a la Tierra encadenada y muda para siempre, haciendo imposible para nosotros el continuar nuestra evolución material que es absolutamente necesaria para enseñarnos el uso del poder del pensamiento en debida forma.

El Espíritu de Navidad es, pues, una realidad viviente para todos aquéllos que han desarrollado en su interior el Cristo. La generalidad de los hombres lo sienten únicamente alrededor de los días santos, pero el místico iluminado lo ve y lo siente meses antes y meses después del punto culminante de Nochebuena.