La iluminación espiritual

Anécdotas de Alejandro Dumas

ANÉCDOTAS DE ALEJANDRO DUMAS

Las anécdotas mas destacadas de Alejandro Dumas

Recopilación de anécdotas del escritor francés Alejandro Dumas, y algunas matices y curiosidades que no todo el mundo sabe y que merece la pena descubrir:


Su abuelo Alexandre Antoine, vendió a su hijo, al padre de este escritor, como esclavo para poder regresar de Haití a Francia y recuperar la fortuna que había heredado. Al conseguirla, eso sí, logró liberar a su vástago.


Se considera que su padre, el conocido como Conde Negro que fue una figura poderosa durante la Revolución Francesa, y las aventuras que vivió fueron los que inspiraron a Dumas para realizar sus novelas.


Dicho progenitor Alexandre Antoine falleció cuando nuestro protagonista solo tenía 4 años, por lo que dejó a la familia con pocos recursos y eso propició que el niño pudiera recibir una mínima formación escolar, lo que hizo que durante toda su vida fuera autodidacta. Es más pronto comenzó a trabajar para llevar dinero a casa, ejerciendo de vendedor de tabaco, pasante para un notario, mensajero...


Antes de casarse con la actriz Ida Ferrer, ya tenía dos hijos de relaciones diferentes: Alejandro, fruto de su pasión con la costurera Marie- Catherine Lebay, y Marie- Alexandrine, con la también actriz Belle Krebsamer.


Consiguió amasar una enorme fortuna, sin embargo, lo suyo no era el ahorro. Y es que, a la necesidad de mantener a sus numerosas amantes y a sus hijos, vivía en el lujo, realizaba numerosas fiestas e incluso llegó a construirse un castillo al que dio en llamar Monte- Cristo.


En varias de sus novelas contó con el respaldo de ciertos colaboradores, que se encargaban de establecerles contextos y directrices. El más conocido de todos esos ayudantes fue Auguste Maquet, quien le llegó a denunciar por haber abusado de su trabajo.


Una de las características que le definían era su generosidad, tanto es así que ha trascendido que abría las puertas de su casa y celebraba masivos almuerzos a los que acudía numerosa gente, a la que, en algunos casos, ni siquiera conocía.


Entre las más notables curiosidades de su bibliografía está el hecho de que incluso llegó a realizar una recopilación de recetas de cocina que se publicó póstumamente con el título de Gran Diccionario de Cocina (1873).


Hay obras que se le han atribuido a Alejandro Dumas pero que jamás salieron de su pluma. La más notable es La mano del muerto, la que vendría a ser continuación de El conde de Montecristo y que, en realidad, salió de la mente de un escritor portugués llamado Alfredo Hogan.


La ceremonia en la que se sepultaron sus restos en el Panteón de París no sucedió hasta el año 2002, por orden del entonces presidente Jacques Chirac, y fue retransmitida por televisión.


Se cuenta que en una ocasión en que se encontraron los Dumas (padre e hijo, también escritor) se les oyó mantener esta conversación:

- ¿Has leído mi última novela, hijo? – preguntó Alejandro Dumas padre.

- No padre, ¿y tú? – replicó el hijo.


En relación a este tema también se cuenta que cierta ocasión hablando sobre el tema, el hijo le reprochó al padre el que usase tal cantidad de colaboradores, a lo que Alejandro Dumas respondió, inteligentemente:

- Ya ves hijo, yo hago todas mis grandes obras en colaboración, por ejemplo tú.


Otra anécdota, tal vez apócrifa, de la pareja ocurrió durante unas vacaciones que pretendían pasar juntos. Al llegar a su destino vacacional comprobaron que habían olvidado las llaves de los baúles en que guardaban todas sus ropas y demás pertenencias.

- ¡Vaya par de idiotas que estamos hechos! – se lamentó Alejandro Dumas padre.

- No es necesario que nos incluyas a los dos en este lamentable olvido – puntualizó el hijo.

- Tienes razón. ¡Qué idiota eres, mira que olvidarte las llaves! – respondió el padre.


Sus conocidos decían de Alejandro Dumas que era muy vanidoso y cuidaba mucho su físico y aspecto externo.

- ¿Cómo logra envejecer tan bien? – le pregunto, en cierta ocasión, una admiradora.

- Por que dedico a ese menester todo mi tiempo, señorita – respondió irónica y sinceramente Alejandro Dumas.


En cierta ocasión en que fue invitado a una pequeña finca de los alrededores de París, la propietaria le comentó, con falsa modestia:

- El estanque es muy pequeño pero en él se ahogó el pasado año un amigo mío.

- Pues sería un adulador- replicó impasible Dumas.


En el estreno de La dama de las camelias, la actriz de origen belga Marie Doche, que iba a ser la protagonista, le pregunto al autor (Dumas hijo):

- Querido Dumas, ¿qué vestido he de ponerme para representar a una prostituta?

- ¡Oh!- respondió Dumas, sin vacilar- el que usted acostumbra a llevar a diario.


A Dumas padre no le caían muy bien los editores, discutía con ellos con frecuencia. Un día le solicitaron un donativo para el entierro de un editor fallecido.

- ¿Cuánto hay que dar?

- Un luis de oro- respondieron sus amigos.

- Pues ahí van dos luises y enterradme a dos.


Esta anécdota muestra la agudeza en la que respondía Alejandro Dumas.

Con ocasión de una fiesta en uno de los salones literarios de París, a Dumas le fue presentado un hombre tan escaso de entendederas como de educación. Delante de los presentes, este hombre interrogó a Dumas:

- Tengo cierta curiosidad, señor Dumas... ¿es cierto que es usted cuarterón? (hijo de español y mestiza, o española y mestizo).

- En efecto, lo soy- contestó Dumas, quien nunca trató de ocultar sus orígenes.

- ¿Y su señor padre?

- Pues, era mulato- respondió el escritor, algo molesto por la impertinencia, pero también bastante divertido por la falta de tacto de su interlocutor.

- ¿Y su abuelo, señor Dumas?

- Era un negro. De eso no cabe la menor duda

- ¡Ah...! Y, ¿podría saber qué era su bisabuelo?

- ¡Un mono, señor mío, un mono! Porque mi linaje comienza donde termina el de usted.


Se cuenta que Dumas era una persona muy generosa, hasta el punto de que su casa siempre estaba abierta a todo aquel que quisiera acercarse; el almuerzo empezaba a media mañana y acababa cuando el sol empezaba a declinar... y casi siempre era un almuerzo muy concurrido.

En cierta ocasión, uno de sus amigos le visitaba durante uno de estos almuerzos masivos, y se le ocurrió pedirle a Alejandro Dumas que le presentara a un caballero que estaba comiendo al lado. Dumas se quedó mirando a dicho caballero, después miró a su amigo y le respondió:

- ¿Cómo voy a presentártelo, si no le conozco?


Se comenta que en cierta ocasión en que fue invitado a una pequeña finca de los alrededores de París, la propietaria le comentó, con falsa modestia:

- El estanque es muy pequeño pero en él se ahogó el pasado año un amigo mío.

- Pues sería un adulador- replicó impasible Dumas.


La anécdota cuando se casó con la actriz Ida Ferrer en 1840. Aquella boda no fue por amor sino por la dote que aportaba Ida y con la que podría saldar las múltiples deudas que el escritor tenía.

Vivían en la misma casa pero separados, Ida en la planta baja y Dumas en el primer piso.

Una noche muy fría de invierno, volviendo tarde a su casa, Dumas pensó que tal vez en el apartamento de Ida habría fuego en la chimenea y llamó. La esposa le abrió en camisón, el fuego de la chimenea seguía encendido y Dumas se sentó. Las prisas de su mujer, para que se fuera, hicieron sospechar que algo pasaba. Echó un vistazo por la estancia y encontró en el balcón a su amigo Roger de Beauvoir, que temblaba de frío. Dumas le dijo a su amigo, con la mayor tranquilidad del mundo:

- Oye, Roger, has turbado la paz de mi familia. Quiero perdonarte. Seamos magnánimos como lo eran los antiguos romanos, que cuando querían hacer las paces se reconciliaban en la plaza pública.

Y cogiéndole la mano la colocó entre las piernas de su mujer añadiendo:

- Ésta será nuestra plaza pública.


El amor puro y la sospecha no pueden vivir juntos: en la puerta donde este entra, el otro hace su salida.

Alejandro Dumas