La iluminación espiritual

¿Quien es en verdad culpable?

EL HOMBRE ES EL RESPONSABLE

Con frecuencia los seres humanos nos sentimos desolados, solos, indefensos. Y con frecuencia sufrimos estrés, depresiones, enfermedades y otras alteraciones emocionales y nos sentimos inclinados a responder agresivamente ante esas circunstancias negativas que alteran nuestra vida. ¿Qué hay detrás de esto?, ¿Quién tiene la culpa?, nos preguntamos a menudo.

¿Por qué a mí? Nos quejamos ante un golpe del destino, y nos rebelamos buscando el origen de nuestras desgracias hasta que creemos dar con él…Y lo conseguimos: el culpable es otro, algún otro conocido al que estamos confiriendo de paso un enorme poder sobre nosotros, ya que hacemos depender de él nuestros estados emocionales. Y el otro, ignorando a su vez el poder que le hemos otorgado, pensará lo mismo de nosotros o de cualquier otra persona.

Rara vez cualquiera está dispuesto a reconocer fácilmente su aportación a aquello que le produce dolor; su, digamos, complicidad con lo mismo que le daña, y difícilmente se presta a reconocer su parte en el problema que le hace sufrir. Nos sentimos inocentes y agraviados.

Dando por supuesta la propia inocencia nos rebelamos, convencidos de que estamos siendo injustamente tratados por alguien o por la vida. Pero ¿es así?... Si fuera así, si cada uno fuese en verdad inocente, el mundo sería un lugar habitado por inocentes felices, lo cual está muy lejos de suceder, ¿no les parece?

Luego, nos auto engañamos... ¿no es cierto?
¿Por qué no permitirnos un minuto de silenciosa sinceridad?

Los conflictos

Quienes tienen la posibilidad de ser conscientes en medio de sus desgracias evitan caer en esa trampas que en lugar de ayudar a solucionar sus conflictos los hacen más hondos, más duraderos y de más difícil solución, convirtiéndolos en crónicos que acaban frecuentemente en enfermedades físicas, lo que beneficia extraordinariamente a los profesionales de la medicina y produce ingentes beneficios en las multinacionales farmacéuticas, pero nunca solucionan los problemas del origen: los de la conciencia que odia, desprecia, teme, y recita a menudo el consabido pobrecito yo como un manta lacrimógeno que lleva a enfermar. Por eso el mundo está lleno de enfermedades y virus de todo tipo y de enfermos y hospitales en número tan creciente como dan a conocer las estadísticas sobre salud mundial.

Si las instituciones de salud fuesen fuentes de salud capaces de sanar de verdad, el mundo, al menos el mundo más rico, estaría formado por individuos sanos, pero ¿quién puede decir que esté totalmente sano, que no sufra algún tipo de alteración psíquica u orgánica? Los pocos. Y aquí habría que preguntarse por qué. Y mientras hallamos la respuesta, la rueda de enfermos gira y gira en los centros médicos, que ahora serán declarados también culpables por no curarnos. Pero ¿lo son en realidad? Sin duda tienen su parte, pero ¿cuál es la nuestra, y qué estamos dispuestos a hacer con ella? Esta sería la cuestión a resolver. Perdonar a los supuestos culpables de nuestros males, ayudaría, pero ¿eliminaría las raíces de nuestros problemas si una a una no las arrancamos de nuestras vidas? Así que si queremos ir al fondo de estos asuntos estamos obligados a indagar en eso y desterrar el mantra lacrimoso si de verdad queremos pertenecer al mundo de los sanos, inocentes, equilibrados y felices al que tanto deseamos pertenecer.

Hay quienes, para eludir su responsabilidad ante sus males apuntan a las causas genéticas con que un supuesto azar maltrata a quienes le parece, provocándoles sufrimientos miles. ¿Tiene la culpa una naturaleza azarosa que reparte los genes humanos como le parece?...Si la naturaleza fuese culpable estarían enfermos los seres que viven en ella alejados de las influencias humanas, lo cual está muy lejos de suceder, pues ya sabemos que los animales y plantas enferman por las alteraciones inducidas por el ser humano en el medio natural. El hombre es el responsable, ahora sí. Por tanto hemos de eximir a la naturaleza de esa responsabilidad, y tal vez reflexionar ahora sobre la influencia que sobre nuestros genes tienen nuestros modos de sentir, pensar y hacer, y tomar conciencia del poder enorme que tenemos para modificarlos y de paso influir en nuestra propia herencia genética en el sentido de la salud o la enfermedad. Así que cada uno tiene – con todas sus consecuencias- los genes que le corresponden, tanto en la vida presente como en otra posterior. Así que el azar tampoco es culpable si nacemos o vivimos con problemas derivados de nuestra configuración genética.

Y por último, pero nunca en último lugar, están aquellos que culpan a Dios de sus desgracias. De nuevo estamos ante la misma actitud de afirmación de la propia inocencia y de culpabilizar a un tercero, al propio Creador, en el que seguramente ellos mismos dicen que no creen y menos aún agradecen sus vidas o sus días de dicha, que algunos tendrán por la misericordia divina. Pero resulta que Dios nos dictó hace mucho las leyes por las que podemos ser felices y evitar nuestras desgracias. Por tanto si uno culpa a Dios de sus males, ¿por qué por qué no Le atribuye el mismo poder sobre la Naturaleza que tan sabiamente funciona siguiendo Sus leyes y la misma capacidad de producirle felicidad que de producirle desgracias, ya que se siente en las manos de Dios, lo cual es cierto?

Quien culpabiliza a Dios – contra el que suele estar resentido- puede preguntarse ahora por qué su propia naturaleza humana sufre, y qué tiene todo eso que ver con cumplir los Mandamientos del amor que son las leyes que Él nos propuso para regir nuestras vidas y ser felices, inocentes, sanos de alma y cuerpo.