La iluminación espiritual

¿Quien creo a Dios?

¿Quién hizo a Dios?

El ateísta Bertrand Russel escribió en su libro Why I am Not a Christian (Por qué no soy un cristiano), que si es verdad que todas las cosas necesitan de una causa, entonces Dios debe necesitar también una causa...

El concluyó de esto, que si Dios necesitaba una causa, entonces Dios no era Dios (y si Dios no es Dios, entonces obviamente Dios no existe). Esta fue básicamente una manera ligeramente más sofisticada de la infantil pregunta, ¿Quién hizo a Dios? Aun un niño sabe que las cosas no vienen de la nada, así que si Dios es algo, entonces ÉL también debe tener una causa, ¿correcto?.

La pregunta es astuta, porque se basa en la falsa suposición de que Dios viene de alguna parte y entonces pregunta, dónde puede ser eso. La respuesta es que esta pregunta ni siquiera tiene sentido. Es como preguntar ¿A qué huele el azul? El azul no está en la categoría de las cosas que tienen olor, así que la pregunta en sí misma es defectuosa. De la misma manera, Dios no está en la categoría de las cosas que son creadas, o llegan a existir, o son causadas. Dios no tiene causa ni procedencia de creación – Él simplemente existe.

¿Cómo sabemos esto? Bien, sabemos que de la nada, nada procede. Así que si alguna vez hubo un tiempo en que no existía absolutamente nada, entonces nada hubiera podido existir. Pero las cosas existen. Por lo tanto, puesto que nunca pudo haber habido absolutamente nada, algo tuvo que haber existido siempre. Esa cosa que ha existido siempre es a quien llamamos Dios.

Los 10 mandamientos según Bertrand Russell

Bertrand Russell fue un gran matemático y uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Luchó a lo largo de toda su vida en contra de las supersticiones milenarias, pero no enfrentándose directamente a ellas, sino divulgando la razón a través de sus libros, sus ponencias y en cualquier oportunidad que se encontrara por el camino.

Bertrand Russell

El 16 de diciembre de 1951, aprovechó una colaboración para la New York Times Magazine para divulgar una vez más la razón, mediante un artículo titulado The best answer to fanaticism: Liberalism. Al final de este artículo, Russell exponía un decálogo que, según él, todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos.

Posiblemente el decálogo -al que Russell se refirió como mandamientos- no sea una enseñanza completa en sí, pero enseña los pasos necesarios que toda persona ha de intentar dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de supersticiones y creencias sin fundamento alguno.

  1. No estés absolutamente seguro de nada.
  2. No creas conveniente actuar ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.
  3. Nunca intentes oponerte al raciocino, pues seguramente lo conseguirás.
  4. Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu esposo o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria.
  5. No respetes la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades enfrentadas.
  6. No utilices la fuerza para suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán a ti.
  7. No temas ser extravagante en tus ideas, pues todas la ideas ahora aceptadas fueron en su día extravagantes.
  8. Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la inteligencia como debieras, aquélla significa un acuerdo más profundo que ésta.
  9. Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla.
  10. No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues solo un necio pensará que eso es la felicidad.

Estos diez mandamientos, difícilmente resumibles, nos enseñan a ser escépticos, pero sin cerrarnos a posibles evidencias que desconozcamos; A respetar al resto y permitir que todos expongan su opinión, sin que nadie la intente imponer a la fuerza mediante el miedo o la opresión; A seguir adelante con nuestras opiniones, por muy excéntricas que sean; A ser franco y no ocultar la realidad, aunque esta vaya en contra de nuestro propio beneficio.

Ni la fuerza, ni la autoridad, ni la mentira tienen valor alguno en un mundo donde únicamente ha de triunfar la razón, por encima de todo.