La iluminación espiritual

La verdad o el amor

VLADIMIR JANKELEVITCH

Imagen; La verdad o el amor; Vladimir Jankelevitch

¿QUÉ ES MÁS IMPORTANTE: EL AMOR O LA VERDAD?

Vladimir Jankélévitch, filósofo y moralista de la Resistencia francesa, explica que la elección entre amor o verdad puede ser menos evidente de lo que parece.

La moral suele tener una reputación dividida, como todo aquello que el ser humano llega a tomarse demasiado en serio. Por un lado, hay quienes le otorgan más importancia de la necesaria y hacen de las reglas morales una prisión para el pensamiento y la conducta, una frontera infranqueable para la libertad y, a fin de cuentas, un dique que intenta contener el impulso natural de la vida. En el otro extremo encontramos a quienes aborrecen la moral, no importa cuál sea, y desde ese radicalismo sueñan con una existencia capaz de desarrollarse sin principios morales ni normas de ningún tipo.

En ambas posiciones se advierte ya la dimensión del problema. El ser humano es, naturalmente, un ser social, que convive siempre con otros, lo cual eventualmente genera conflictos. En esto no es diferente de otros animales. En nuestro caso, sin embargo, como seres conscientes, los problemas derivados de la coexistencia con nuestros semejantes son de otro orden. Quizá peleamos también por alimento y espacio, por cuestiones de mera supervivencia, pero evolutiva y culturalmente aprendimos a resolver dichos conflictos de maneras distintas a matarnos entre nosotros (o al menos, esa es la idea).

La moral nació de la observación y el estudio de dicha convivencia. Su campo es por definición amplio, pues lo mismo apela a la individualidad que a la colectividad, a los comportamientos personales que a las decisiones públicas.

En ese sentido puede decirse, entonces, que la moral es necesaria. Si la moral nos insta a reflexionar sobre nuestros actos, a ponderarlos, a entenderlos en el marco de nuestra subjetividad, nuestra cultura, nuestra historia de vida y el momento histórico en que nos encontramos (porque todo ello está presente en lo que hacemos), entonces actuar moralmente es una forma de actuar conscientemente, haciendo uso del entendimiento y el juicio, y no solo impulsados por nuestros instintos, o en la pasividad de quien permite que circunstancias inconscientes o exteriores lo controlen y tomen el lugar de su propia razón.

La moral se nos presenta, así, como una capacidad en constante desarrollo que nos insta a reflexionar sobre la manera en que actuamos y sobre las mejores formas de hacerlo en el marco de nuestra convivencia con otros.

En esta ocasión comentamos una breve exposición de Vladimir Jankélévitch, filósofo de origen francés que destacó especialmente en la reflexión moral. En buena medida, sus circunstancias personales lo llevaron a dicho ámbito. Hijo de un médico ruso que huyó de la persecución de los pogroms contra los judíos y que tradujo por primera vez textos de Freud al francés, Jankélévitch (1903-1985) encontró pronto su vocación. Fue siempre un filósofo que alimentó la reflexión de su propia existencia, que mantuvo cerca una de otra para hacer de la filosofía un quehacer vital, floreciente.

Jankélévitch vivió clandestinamente en el sur de Francia durante los años de la ocupación nazi, distribuyendo panfletos que incitaban a la resistencia y ocultando refugiados en su casa. A su parecer, eso significaba entonces actuar moralmente: comprometerse con una acción y con una causa, y no solamente recorrer el país dando conferencias, como hizo en ese tiempo Jean-Paul Sartre.

Cuando la ocupación terminó, Jankélévitch recuperó el puesto de profesor que el régimen le había quitado. En 1968 se declaró en cuerpo y alma a favor del movimiento estudiantil y poco después, en 1970, fue junto con Jacques Derrida uno de los principales defensores de la filosofía ante las autoridades de la Sorbona, quienes buscaban retirar la materia del programa del liceo francés.

En varios sentidos, Jankélévitch encarnó la consigna de Friedrich Nietzsche según la cual un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo.

Compartimos un texto a continuación, Jankélévitch expone breve pero sustancialmente una cuestión muy precisa con importantes efectos morales: ¿Qué es más importante, el amor o la verdad? Conforme responde a la pregunta, el filósofo deriva otras cuestiones que igualmente tienen un efecto potencial en nuestro actuar cotidiano. Por ejemplo, si virtudes como la sinceridad o la honestidad necesitan del amor para ejercerse, o si hay momentos en que mentir es preferible a decir la verdad (por increíble que esto parezca). Vean está la transcripción traducida.

Sí: el amor es más verdadero que la verdad. No sé si lo dije, pero me parece muy justo decir que el amor es más importante que la sinceridad, por ejemplo. ¿Qué es la sinceridad sin el amor? Eso no vale para nada. Más vale ser un hipócrita, entonces. El amor da valor a todas las virtudes. Sin amor, la virtud no es más que címbalo que retiñe, como dice las enseñanzas. Es el amor el que las vivifica: sin amor las virtudes no son nada. El amor no es, entonces, extraño a la verdad. Yo diría incluso que se trata de una sobre-verdad, es el fundamento de la verdad. Es sobreverdadero, si es que puede decirse así.
De ahí que la sinceridad por sí misma no valga nada y que aquellos que la predican independientemente del amor se empecinen en ni siquiera mencionarlo (como Kant, que es un teórico del desinterés, o Agustín, con quien Kant estaba enteramente de acuerdo). ¿Qué es esa sinceridad? Es como ser sincero con la Gestapo, por ejemplo. Si yo escondo a alguien de la Resistencia en un armario y alguien de la Gestapo me pregunta si está ahí y yo respondo: Sí, está ahí, porque esa es la verdad, ¿qué soy yo? Soy un canalla. Mi deber más sagrado es mentir. La mentira, entonces, desde ese punto de vista, es más preciosa que la verdad o que la sinceridad, es más importante que una verdad más profunda, más general, que va más allá.
Decir una verdad puntual porque es la verdad, como las personas que dicen verdades brutales, es mentir. Yo pienso que con esas personas, la mentira es un deber.

Para cerrar este comentario agregamos una nota al margen al respecto de la frase Sin amor, la virtud no es más que ‘címbalo que retiñe’. Jankélévitch alude aquí a un fragmento de las enseñanzas cristianas, que en ocasiones ha sido acompañado del subtítulo Del amor verdadero. En esos versículos, se ofrece una bella exposición del amor según la doctrina cristiana, entendido a partir del dogma de que Dios amó tanto al mundo, que envió a su hijo único para salvarlo. Para el cristianismo, esa esa la forma perfecta de amor, que sirve de ejemplo a nuestras propias acciones: un amor total, completamente desinteresado y devoto. Citamos el capítulo in extenso, por considerarlo de relevancia para esta nota.

Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada!
Si no tengo amor, de nada me sirve hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos. De nada me sirve que mi confianza en Dios me haga mover montañas.
Si no tengo amor, de nada me sirve darles a los pobres todo lo que tengo. De nada me sirve dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás.
El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es amable.
El que ama no es envidioso, ni se cree más que nadie.
No es orgulloso.
No es grosero ni egoísta.
No se enoja por cualquier cosa.
No se pasa la vida recordando lo malo que otros le han hecho.
No aplaude a los malvados, sino a los que hablan con la verdad.
El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo.
Solo el amor vive para siempre. Llegará el día en que ya nadie hable de parte de Dios, ni se hable en idiomas extraños, ni sea necesario conocer los planes secretos de Dios. Las profecías, y todo lo que ahora conocemos, es imperfecto. Cuando llegue lo que es perfecto, todo lo demás se acabará.
Alguna vez fui niño. Y mi modo de hablar, mi modo de entender las cosas, y mi manera de pensar eran los de un niño. Pero ahora soy una persona adulta, y todo eso lo he dejado atrás.
Ahora conocemos a Dios de manera no muy clara, como cuando vemos nuestra imagen reflejada en un espejo a oscuras. Pero, cuando todo sea perfecto, veremos a Dios cara a cara. Ahora lo conozco de manera imperfecta; pero cuando todo sea perfecto, podré conocerlo como él me conoce a mí.
Hay tres cosas que son permanentes: la confianza en Dios, la seguridad de que él cumplirá sus promesas, y el amor. De estas tres cosas, la más importante es el amor.

Ofrecemos la versión del pasaje en lenguaje actual. En otras traducciones la palabra amor ha sido traducida por caridad, esta última, ampliamente discutida en la teología cristiana, quien en repetidas ocasiones habla más bien del ágape (αγάπη), la forma de amor más elevada según la filosofía griega, amor altruista y comprensivo (y diferente a la philia, por ejemplo, el amor de la amistad, o de eros, el amor sexual, más bien egoísta y exclusivo).

En tiempos cristianos se entendió, sintetizó y predicó la consigna del mandamiento de Jesús, amaos los unos a los otros como yo los he amado, bajo la forma del ágape, que a su vez fue traducido en latín como caridad y en versiones más recientes o simplificadas del cristianismo, como vemos, ha vuelto a la sencillez del término amor, tan elemental y al mismo tiempo tan significativo.

A fin de cuentas, siguiendo parcialmente a Jankélévitch, podríamos decir que para encontrar la verdad no hacen falta términos muy elevados o complejos, sino simplemente amar la vida de tal modo que nuestras acciones y decisiones nos conduzcan a la verdad.

Frases de Osho para amar sin apego

  1. Si amas una flor, no la recojas. Porque si lo haces morirá y dejará de ser lo que amas. Entonces si amas una flor, déjala ser. El amor no se trata de posesión. El amor se trata de apreciación.
  2. Todo lo que sé es que amar es experimentar el espacio más hermoso dentro de uno mismo.
  3. No pienses que el amor tiene que ser permanente, y eso hará tu vida más bella porque sabrás que hoy están juntos y mañana quizás no.
  4. El amor no puede ser aprendido, no puede cultivarse. El amor cultivado no es amor. No será una rosa real, será una flor de plástico. Cuando aprendes algo, significa que vino de afuera; no es un crecimiento interno. Para que tu amor sea auténtico y real, tiene que haber un crecimiento interno.
  5. Cuando no tienes amor, le pides al otro que te lo dé. Eres un mendigo. Y el otro te está pidiendo que se lo des a él o a ella. Dos mendigos extendiendo sus manos uno al otro y ambos con la esperanza de que el otro tenga amor para dar. Naturalmente, ambos se sienten derrotados y engañados. Esta es la paradoja: aquellos que se enamoran no tienen amor, por eso se enamoran.
  6. La gente comúnmente piensa que el odio es el opuesto al amor. Es absolutamente incorrecto. El opuesto del amor es el miedo.
  7. Ama como algo natural, tal y como respiras. Y cuando ames a alguien, no exijas; si no, desde el principio mismo estarás cerrando las puertas. No tengas ninguna expectativa. Si algo aparece en tu camino, agradécelo. Si nada viene, no es necesario que venga; no lo necesitas.
  8. Cuando dos personas maduras están enamoradas, ocurre una de las más grandes paradojas de la vida, uno de los fenómenos más bellos: están juntos y sin embargo tremendamente solos. Están tan unidos que casi son uno. Pero su unión no destruye su individualidad. De hecho, la realza: se vuelven más individuos. Dos personas maduras enamoradas se ayudan mutuamente a ser más libres.
  9. Para que el amor crezca no hace falta perfección. Una persona amorosa simplemente ama; tal como una persona viva simplemente respira, come y duerme.
  10. El amor es la única religión, el único dios, el único misterio que tiene que ser vivido, entendido. Cuando entiendes el amor, entiendes a todos los místicos del mundo. No es nada difícil. Es tan simple como que tu corazón late, como que respiras. Viene contigo. No lo recibes de la sociedad.

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