La iluminación espiritual

Jesús aprendió de los grandes Budas

PREPARACIÓN DE JESÚS

La preparación Budista de Jesús para su misión.

Durante más de un siglo se ha sabido que esos documentos estaban allí y han sido vistos. Tanto el manuscrito como la tradición oral sobre el Santo Issa (Issa es el nombre árabe de Jesús) revelan que los diecisiete años que Jesús pasó en Oriente fueron un ensayo final con objeto de prepararse para su misión en Palestina.

Según la traducción del texto budista realizada por Notovitch, Jesús dejó su tierra natal con el propósito de perfeccionarse en la Palabra Divina y estudiar las leyes de los grandes budas. ¡Piensa en ello! ¡Tenía como meta perfeccionarse a sí mismo en la Palabra! Es una frase liberadora. Nos dice que Jesús recorrió un sendero de discipulado bajo la tutela de las grandes luminarias de Oriente: el Señor Maitreya, el Buda Gautama y Sanat Kumara, a quien se le conoce como el Buda Dipamkara.

Jesús representa un modelo de conducta para nosotros. No obstante, el Jesús perteneciente al movimiento de la nueva era, el Jesús que es avatar universal de todas las eras, es mucho más grandioso, mucho más profundo que el Jesús del cristianismo ortodoxo. Ese Jesús buscaba el perfeccionamiento de su corazón y de su mente. Su alma y espíritu me dicen que aunque hubiera nacido como avatar —pues verdaderamente se trataba de la encarnación de Dios— aun así, tuvo que dar los pasos necesarios como ser humano. Y si él tuvo que hacerlo, nosotros también. Tuvo que hacerlo para lograr la integración de su alma con el Verbo en preparación para su bautismo, transfiguración, crucifixión, resurrección y ascensión.

El evangelio según san Lucas ofrece un testimonio de este proceso de crecimiento. Y si pongo tanto énfasis en este asunto es porque el cristianismo ortodoxo de hoy en día afirma que Jesús nació siendo un dios, muy alejado de todos nosotros. Sin embargo, vemos que desarrolló esa llama divina a lo largo de su vida; y alcanzó la culminación de la manifestación de dicha llama cuando comenzó su misión en Palestina.

Para hacernos conscientes de que no se trataba sencillamente de un dios, y que no tenía nada que ver con realizarse o integrarse con Dios, solo tenemos que leer a Lucas: Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.

‘Fortalecerse’ significa que desde el momento de tu concepción, a lo largo de todas las etapas del crecimiento, el espíritu y el alma se están integrando con la mente, el corazón, el cuerpo físico y los chakras. Un bebé no puede contener la plenitud de Dios que sí posee a los treinta y tres años de edad. Y así, vemos que Jesús es nuestro modelo de conducta desde el nacimiento con el propósito de que exterioricemos nuestra cristiandad personal, nuestra manifestación divina personal.

Al escribir acerca de Jesús cuando éste tenía doce años, Lucas se hace eco una vez más de cómo crecía la integración de su alma con el Verbo: Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.

Jesús viajó a Oriente con el fin de estudiar y prepararse para su misión. Este Jesús está mucho más cerca de nuestro corazón. Comprendemos lo arduo del viaje y las difíciles pruebas que atravesaría el alma; que tuvo que enfrentarse con las fuerzas del infierno y de la oscuridad, así como con la luz más intensa, y al mismo tiempo mantener el equilibrio entre ambas. Si él pudo hacerlo, también nosotros podemos hacerlo porque nos dijo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Jesús es un instructor muy pragmático. Nos enseña mediante su ejemplo, y espera que le sigamos.

Jesús se preparó para realizar su misión con la debida diligencia. No supone ninguna blasfemia afirmar que tuvo que trabajar para interiorizar y manifestar la plenitud de su naturaleza crística. Él mismo lo dijo: Me es necesario hacer las obras del que me envió. Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.

Hoy Jesús vuelve a traernos lo que aprendió en Oriente. Puedes aprender a hacer las cosas que él hacía, y ésa es la razón de ser. Por ese motivo encarnaste a finales del siglo XX, porque Dios necesita que manifiestes tu propia perfección crística.

El Hijo de Dios, el Cristo encarnado, sabía todo esto; sabía de las cosas que quería perfeccionar y por ello viajó a Oriente. Pero Jesús, el Hijo del hombre en estado de evolución, debía aprender mediante el dominio sobre los cuerpos inferiores lo que su alma había sabido desde el principio. Y lo mismo sucede contigo. La Presencia Divina está contigo y en tu interior. La luz crística es la llama de tu corazón. Tu alma ha existido durante eones, pero cuando entras en un cuerpo nuevo, debes integrarte con el cuerpo físico, el cerebro y la mente. Debes integrarte con los deseos que vuelves a traer de la mano de tu karma. Tienes que hacer descender desde tu Yo Superior los hábitos de maestría y creatividad provenientes del pasado. Y todo esto tienes que ensamblar.

Por eso debemos asistir a la escuela: para estudiar y aprender una vez más aquello que se encuentra en el banco de datos de nuestro ser. Eso no quiere decir que Dios no sea ya perfecto dentro de nosotros. Significa que hay que hacer encajar una vez más lo que somos nosotros —esa mente y alma externas— en la realidad del ser.

Mientras estuvo en Oriente, Jesús alternó con hindúes, budistas, zoroastristas y paganos. Defendió a los pobres, enseñó a la gente a dejar de adorar a ídolos, y desafió a los falsos sacerdotes que subyugaban al pueblo. A las castas más bajas les decía: Dios el Padre no distingue entre sus hijos; él quiere a todos por igual.

El texto también aduce: Negaba con todas sus fuerzas que el hombre tuviera derecho alguno a aniquilar la dignidad humana de su prójimo.

Ahora bien, éste no era precisamente el tipo de mensajes que la clase sacerdotal quería oír. Durante su viaje por Oriente, la vida de Jesús sufrió amenazas en más de una ocasión porque retaba sin pelos en la lengua a los sacerdotes. De todos modos, cada vez se las arreglaba para escapar.