La iluminación espiritual

El genocidio cultural del mundo

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; El genocidio cultural del mundo; Patrocinio Navarro

Auténticos genocidios culturales

A la vista del mundo que nos toca vivir tal vez es hora de preguntarse qué es lo que tiene de válido la cultura que amuebla nuestras cabezas y a quién sirve, cómo vivimos culturalmente, qué grado de felicidad, seguridad y utilidad proporciona a nuestras vidas todo ese conjunto de conocimientos y modelos a imitar que forman el cuerpo de lo que llamamos cultura o que se nos dice que lo es.

Se nos dice que vivimos en la era del conocimiento. Sin duda existe una gran confusión en este terreno. Para empezar, conocimiento no es lo mismo que sabiduría, que sería un paso posterior: la realización en la propia vida de aquello que uno llega a conocer. Por tanto, el conocimiento solo tiene que ver con la mente intelectual, y es a esta a quien va dirigida la cultura en todas sus formas, incluida la cultura que proporcionan las iglesias. Nunca con las necesidades de conocimiento y experimentación del alma. Esto está bajo sospecha por el Sistema y sus abducidos durmientes, que en su modorra aún se preguntan si es que existe.

Toda esa cultura externa vacía de experiencias espirituales que se enseña en escuelas, colegios, iglesias y universidades no solo es limitante por dirigirse únicamente al intelecto, sino porque sirvió históricamente –y en eso no ha cambiado- para dividir a la sociedad en grados de conocimiento asociados a grados de poder social de las diversas capas o clases sociales. Así, existe un conocimiento elemental dirigido a los trabajadores, y un conocimiento superior para los que tienen un papel social de privilegio: políticos, ingenieros, médicos, profesores universitarios, arquitectos, clérigos, etc.

El abismo que separa esos niveles culturales corresponde con el abismo social de tal manera que hasta es difícil encontrar un maestro de enseñanza primaria con una preparación cultural media-alta o superior. Y no es casualidad: su misión es enseñar a los más pobres superficialmente y conformar sus mentes de un modo socialmente aceptable para el Sistema que paga. Por eso, se incluyen tan pocos intelectuales y espíritus contestatarios en los programas de formación de los profesores. Pocos de ellos conocen los pensamientos de los que se oponen al orden de cosas existentes. Si los maestros por los que pasa casi todo un pueblo son conformistas, miel sobre hojuelas para el poder. Por desgracia, la mayoría lo son. La consecuencia social es bien evidente, y aquí conviene distinguir dos evidencias importantes.

La primera evidencia es que necesariamente poco tienen que ver entre sí las necesidades culturales de los diversos grupos étnicos del mundo, una infinidad en diversas naciones y continentes. ¿Y qué es eso de las necesidades culturales? ¿En base a qué presupuestos habríamos de considerar necesarios uno u otro tipo de cultura? Sin duda que a las necesidades reales de la vida de las gentes. O sea: de lo que tiene que ver con su mundo interior y con su relación vital con el mundo circundante: natural, social. Piénsese en la cultura india, musulmana, o gitana; en la cultura europea o norteamericana; en la cultura de cualquier pueblo indígena, en las enormes diferencias culturales entre estos pueblos. Esas diferencias culturales tienen mucho que ver con la imagen del mundo que cada uno de ellos se ha ido formando desde sus ideas religiosas, sus necesidades existenciales inmediatas y sus tradiciones. Ahora, todo eso está cambiando vertiginosamente, porque el triunfo ciego de las leyes del mercado sobre las leyes de la vida está produciendo auténticos genocidios culturales. La cultura de hamburguesa y Coca-Cola, por hablar de un modo gráfico, simboliza la colonización cultural del mundo. No están demasiado lejos otros productos relacionados con los medios de comunicación y todo su bombardeo hacia el pensamiento único que es tanto una filosofía del Sistema como una pedagogía de comerciante insaciable con el mismo fin: unificar mentes para unificar el poder y unificar el poder para unificar los mercados. Y viceversa: del poder sobre los mercados al poder sobre las conciencias. El poder sobre las conciencias es la aspiración máxima del Sistema para su rotundo triunfo sobre todos nosotros. ¿Lo está consiguiendo?...

A juzgar por el elevado índice de pasividad social conseguida ante tanto desmán como el Sistema capitalista triunfante produce en todos los campos desde el desempleo empleo al deterioro del medio ambiente; desde la injusticia global al genocidio cultural y la domesticación del pensamiento, o desde la colonización salvaje al exterminio físico del continente Africano (gran fuente de materias primas, ¡Oh, casualidad!), podemos afirmar que en este nuestro mundo el Capitalismo mundial vive su edad de oro. Enfrente tiene a pocos inconformistas de todo tipo y anti sistema comparados con los que tiene al lado, que son ejércitos de estrategas de control mental y financiero que nunca duermen y cuyos objetivos son estos de controlar a ingentes millones de dormidos para que no despierten, amparados por ingentes cantidades de soldados armados hasta las cejas, -por si acaso- con el atrezzo de glamurosos ejércitos de diplomáticos comiendo la sopa boba del poder para servir de enlace entre los diversos vampiros del poder mundial. Y junto a ellos, todos esos otros vampiros de las iglesias institucionales que estos días, por cierto, celebran una cumbre para ver qué hacen entre todos para complacer a quienes sirven, que nunca es a Dios, desde luego.

La segunda evidencia es que las enormes diferencias culturales existentes originalmente entre los pueblos y por imposición de las leyes del mercado de consumo capitalista todos estamos siendo homologados a nivel mundial por esto que podría llamarse Cultura de la globalización, que por un lado desprecia las particularidades originales de los pueblos y por otro lado las falsea y convierte en baratija de reclamo una pretendida originalidad de cualquier producto cultural transformado para ser vendido, incluso, a los mismos de quienes procede la idea original. A esto puede llamarse adulteración de la cultura popular para la industria del turismo y afines. Así es posible vender imitaciones de todo tipo de objetos exóticos procedentes de lugares del mundo muy distantes, a través de las grandes superficiales comerciales. Esta filosofía de la producción y venta inspirada en ideas autóctonas pretende combatir la monotonía del consumidor, cada vez más aburrido de la Mismidad global y deseoso de nuevas sensaciones. Y en esto de las nuevas sensaciones entra, por supuesto, el consumo cultural: especialmente en forma de películas, videojuegos, música ligera, Best-Seller y, en mucha menor medida, cultura de calidad, siempre escasa y más cara. Como el pez que se muerde la cola, esto contribuye a consolidar las diferencias socio-culturales. No es casual que la televisión programe cosas idiotas la mayor parte del tiempo y deje para horas donde no hay espectadores ciertos tipos de programas que pueden tener un mayor contenido cultural, psicológico, moral, etc.

CComo consecuencia de la presión a la baja ejercida contra la inteligencia, importantes editoriales, librerías y salas de cine se ven obligadas a atarse al carro del consumismo o a cerrar sus puertas desde hace más de dos décadas.

La cultura homologada que venden las grandes superficies y afines siempre representa algo transitorio, siempre un producto vacío y nunca una obra, a diferencia de las culturas tradicionales con su mezcla de precisa subsistencia vital y de interés convivencial emparentada muy a menudo con una peculiar manera de entender su relación con las leyes naturales y las sagradas. Esto está siendo destruido para ser sustituido por productos sin alma y sin otro destino que un consumo multitudinario, caprichoso y ciego, para cubrir el vacío interior de tantas gentes que necesitan compensar ese su vacío interior yendo de compras o comprando compulsivamente.

Este es el panorama socio-cultural-comercial del mundo en que vivimos. Abróchense los cinturones: todavía están a tiempo si quieren aterrizar en su propio mundo, si es que quieren eso.


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