La iluminación espiritual

Estados y libertades son compatibles parte i

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Estados y libertades son compatibles parte i; Patrocinio Navarro

EL GRAN PROTECTOR

La primera gran institución que pretende teóricamente dar cohesión al desorden general del mundo es el Estado. Muchos son acérrimos partidarios de su necesidad pero otros reniegan radicalmente de su existencia y quisieran verlo desaparecer. ¿Por qué esta división tan extrema de pareceres?... ¿Qué tendrá la máquina estatal que suscita sentimientos tan fuertes de amor y odio?...

Para sus partidarios el Estado es el defensor de la ley y el orden justo y el garante de que ambas se cumplan. Para sus enemigos, existe precisamente para impedir una verdadera justicia, una ley justa y un verdadero orden social. Aducen que la existencia del Estado supone para sus tutelados una renuncia radical a la soberanía personal en la vida social sobre la que se eleva y crece como un vencedor sobre un pódium. Y el trofeo es la libertad colectiva. Sostienen que cercenada esta, el individuo, libre por naturaleza, queda convertido automáticamente en siervo. A ese calificativo que suena tan mal por las connotaciones históricas y por las obligaciones que acarrea, se le cambia el nombre, y al siervo ya no se le llama siervo, sino ciudadano. A partir de entonces, -sostienen los enemigos del Estado,- el individuo ciudadanizado se ve cargado de obligaciones y tareas que se le imponen como imprescindibles para garantizar Ley y Orden, Bien Común y otros propósitos semejantes. Y a través de estas imposiciones convertidas en Derecho y protegidas por tribunales y fuerzas policiales y militares diversas, cada Estado hace lo posible a diario, afirman sus enemigos, por reducir, homogeneizar, coaccionar y anular lo más posible la voluntad de sus protegidos para que esta sea la misma que la del Estado. Por ello, los ciudadanos son vistos por la mirada crítica como custodiados atrapados y fiscalizados siervos rebautizados.

¿Existen términos medios entre puntos de vista tan opuestos? Pensemos en un observador venido de un mundo donde no existen estados. Al acercarse a este enseguida encontraría un montón de fronteras que separan países custodiados por fuerzas armadas. Para proteger ¿qué? Se pregunta el observador. Observa fábricas de munición protegidas; palacios protegidos; propiedades protegidas; ricos y poderosos protegidos todos ellos con gentes armadas. Observa las cargas policiales contra obreros desprotegidos que desean justicia; los innumerables desempleados desprotegidos que desean trabajos dignos; las tremendas desigualdades sociales de miles de millones de desprotegidos sociales en todo el mundo y las persecuciones contra los librepensadores que se atreven a decir la verdad.

¿Qué debería pensar de este mundo alguien que viniese de otro mundo justo donde la ley y el orden garantizasen eso, justicia y orden entre iguales?

¿Cómo un observador inicialmente no alineado podría evitar pensar sino que esta del Estado está a la cabeza de las instituciones de naturaleza malvada pues que consiente, legaliza y mantiene la desigualdad y utiliza la violencia como elemento corrector cuando los ciudadanos pretenden libertades justas, derechos iguales y distribución justa de las riquezas?

Después de esto, el observador tendría que seguir haciendo eso mismo: seguir observando y no conformarse con lo primero que constató, pues ante la gravedad de los observado tendría que haber causas muy profundas y determinantes que hicieran posible que tan detestable institución fuese tan universalmente aceptada y tan duradera a lo largo de los siglos. Tendría que hacerse preguntas acerca de los mismos ciudadanos, situados ahora en su punto de mira. ¿Y qué vería en ellos? ¿Qué materia prima podría hacer posible tal mansedumbre secular? Sin duda arraigados programas mentales, pero ¿cuáles? Entonces el observador verifica que existen disfunciones en la personalidad de millones de individuos. Unos no desean tomar las riendas de sus vidas y prefieren que otros se las administren y se sienten mejor obedeciendo. Otros creen sentirse seguros y protegidos gobernados por Estados fuertes, porque tienen miedos diversos. Y este es un asunto fundamental. Los hay a millones amantes de la rutina, acomodaticios, pasivos, conformes con el principio de autoridad indiscutida y, por tanto, acríticos con los diversos grados de violencia que esta lleva consigo. Una infinidad de gentes mediocres, en resumen, que les hacen ser perfectamente compatibles con el Estado, cuyo rostro, al criterio del observador, no se construye con nubes, sino precisamente con los rostros anónimos de todas esas gentes. Son estas quienes poseen esas cualidades que para poder existir precisa el Estado de un modo tanto más absoluto cuanto más autoritario, y tanto más autoritario resulta –observa el observador- cuanto más extendidas se hayan esas cualidades negativas de la inseguridad, la apatía, la ausencia de espíritu crítico, etc. entre los ciudadanos.

El observador, ante el comportamiento colectivo concluiría que el Estado es el espejo de los ciudadanos, y también su prolongación natural. Por eso esta Institución, concluyen sus contrarios, se provee de multitud de herramientas y procedimientos para educar, inducir, promocionar, coaccionar o cualquier otro procedimiento que estime adecuado para disponer en todo momento de ciudadanos a medida.

Las buenas conciencias sociales de los defensores acérrimos del Estado se escandalizan cuando oyen criticar a su sagrada institución. Como mucho, pueden polemizar sobre entuertos de partidos, rivalidades sindicales, medidas económicas que pueden perjudicarles o el mal funcionamiento de departamentos de esto o lo otro en esta o en aquella parcela de la Administración. Hasta pueden cuestionar una guerra que decida el gobierno del Estado,( el fusible de la Gran Máquina) pero lo que no están dispuestos a tolerar es que alguien ponga en duda la necesidad de su Gran Protector. ¿Quién garantizaría la libertad individual? (Se preguntan los que han sido desprovistos de ella). ¿Quién se ocuparía del bien común? (Se preguntan aquellos que apenas si llegan a fin de mes y hasta muchos de los que no llegan.) ¿Quién se responsabilizaría del orden y de la justicia? (Se preguntan los que confunden el orden y la justicia con todos esos sucedáneos relacionados con la palabra Derecho). La idea de privarles del Estado a todos ellos es parecida a la de pretender dejarles huérfanos de padre y madre.

El observador sospecha, ante el elevado número de quienes la apoyan, que entre todas las otras Causas, el Estado es la principal de todas, pues capaz de arrastrar a millones durante miles de años- que acudirán en su defensa si lo ven amenazado- y de crear militantes incondicionales, porque lo mismo que sucede con los malos educadores y los dictadores, genera en quienes se encuentran bajo su influencia demasiado tiempo el pánico a ser libres y autónomos, y arraiga el hábito de esperar a que el Estado les diga lo que deben pensar y cuándo, y qué es aquello que deben rechazar y a lo que deben aspirar para ser considerados buenos ciudadanos y como pueblos, pueblos maduro.

Llegado a este punto, puede concluir el observador que si hemos aprendido a ser servirles y sumisos también podemos rebobinar la película de nuestras vidas y tomar conciencia de las razones ocultas en nuestro interior por las cuales hemos vendido tan barata nuestra libertad individual. Entonces tal vez alcancemos a pensar, sentir y obrar –piensa el observador- de acuerdo con las leyes de la conciencia libre y aspiremos a ser señores y no siervos: ni de estados laicos ni de estados religiosos como el Vaticano, y-por extensión- de ningún grupo de Poder, sea cual sea. Tal vez alcancemos a sentir –piensa el observador- que la libertad es una condición sagrada, y –con la verdad,- lo más valioso, y por ello resulta lo más codiciado por quienes- en lugar de aceptarlas- cuentan cuentos sobre el Bien Común, la Ley, el Orden, y todo aquello que les sirve para encadenar a su carro a las gentes desprevenidas y precipitarlas con ellos a sus abismos de miseria.

Y el observador comprendió finalmente las razones por las cuales la libertad y la verdad en estado puro son consideradas enemigos públicos por los estados en todas las épocas de la historia de la humanidad y por qué cada Estado necesita ser servido en lugar de servir, que es la excusa oficial con la que se justifica a lo largo de los siglos.


RELACIONADOS

«Estados y libertades son compatibles parte i»