La iluminación espiritual

En lo espiritual no existen los atajos

POR: OSHO

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NO SEAS VÍCTIMA DEL ATAJO

La serenidad debe crecer, no ser forzada.

El zen se basa en mo chao, un reflejo sereno. Hay que tenerlo bien claro. Porque serenidad no significa una quietud forzada. Puedes forzar a tu mente para que esté quieta, pero eso no te será de gran ayuda. Eso es lo que hacen muchas personas que creen ser meditadoras. Fuerzan la mente con violencia. Son agresivas con su propia mente. Si no dejas de ser agresivo, llegarás a un punto en que la mente cederá, de puro cansancio. Pero solo en la superficie; en los vericuetos más profundos de tu inconsciente continuará la agitación. Será una serenidad falsa. La serenidad forzada es falsa, no es real. No, no lo lograrás a base de fuerza de voluntad; no puede ser mediante el esfuerzo. Solo llega gracias al entendimiento, no por fuerza de voluntad, aunque la tentación sea grande. La tentación siempre está ahí, porque hacer algo mediante la voluntad parece más fácil. Hacer algo mediante la violencia parece más fácil; pero hacer la misma cosa mediante el amor y el entendimiento parece muy, muy difícil, y da la impresión de que se tardará mil años en llegar. Así que siempre tratamos de encontrar un atajo.

Y en el crecimiento espiritual no existen los atajos; nunca han existido y nunca existirán. No seas víctima del atajo. La serenidad debe crecer, no ser forzada. Debe provenir de tu núcleo más íntimo, a través del entendimiento. Así que comprende qué es lo que te ha hecho el lenguaje. Intenta comprender lo que el lenguaje ha destruido en ti. Intenta comprender que tu conocer no es tu saber, fíjate bien. Obsérvalo, fíjate en situaciones distintas, y verás cómo te aparta de la realidad.

Te topas con una flor y en el momento en que la ves y dejas de observar, el lenguaje salta inmediatamente en tu mente y dice: Una hermosa rosa, y ya has destruido algo. Ahora ya no es ni hermosa ni rosa… porque ha aparecido una palabra. No permitas que la palabra interfiera con todas y cada una de tus experiencias. De vez en cuando déjate estar ahí con la rosa y no digas: Una rosa. No es necesario. La rosa no tiene nombre, somos nosotros quienes se lo damos. Y el nombre no es una cosa real, así que si te apegas al nombre pasarás por alto lo real. El nombre te pasará ante los ojos y proyectarás algo: todas las rosas pasadas. Cuando dices: Es una rosa, la estás clasificando. Y las rosas no pueden clasificarse, porque son tan únicas e individuales que no es posible clasificarlas. No le otorgues una clase, no la encasilles, no la encajones. Disfruta su belleza, su color, su danza. Estate ahí. No digas nada. Observa. Permanece en mo chao, en un reflejo sereno y silente. Solo refleja. Deja que la rosa se refleje en ti; tú eres un espejo.

Si puedes convertirte en espejo, te habrás convertido en meditador. La meditación no es más que la pericia de reflejar. Y ahora, en tu interior no se mueve ni una palabra, y por ello no hay lugar para la distracción.

Las palabras se asocian entre sí, se vinculan. Una palabra lleva a la otra, y esa a otra más, y no te das cuenta y e has ido lejísimos. En el momento en que dices: Ésta es una hermosa rosa, inmediatamente te acuerdas de esa novia a la que le gustaban las rosas. Luego recuerdas lo que pasó con ella, te acuerdas del amorío fantástico, de la luna de miel, y luego de la miseria que sigue de manera natural, el divorcio, y todo lo demás. ¿Y la flor? Te habías olvidado completamente de ella. El lenguaje, la palabra, te distrajo y te fuiste de viaje.

Una palabra lleva a otra; existe un vínculo continuo. Todas las palabras están vinculadas, entrelazadas. La asociación es grande. Sólo tienes que utilizar una y esperar a ver la de cosas que empiezan a dar vueltas. Di perro –una palabra corriente- y espera un segundo. Recordarás un perro de la infancia, que solía aterrarte, el perro del vecino, y que tenías mucho miedo al regresar del colegio, y que tu corazón empezaba a latir acelerado, lleno de miedo. Ese perro sigue siendo mucho perro. Y de ahí pasas a acordarte del vecino, y así sin parar. Una cosa lleva a mil y una más, y no tiene fin.

Si, en el principio fue el Verbo, la palabra. La frase bíblica tiene toda la razón. Todo empieza con una palabra. El mundo empieza con la palabra; cuando dejas caer esa palabra desaparece el mundo. Entonces eres en Dios. El hijo pródigo ha regresado, ha despertado.

Así que no fuerces el silencio en ti. Por eso insisto en no forzar, sino en más bien danzar, cantar. Permite que tu actividad sea satisfecha. Permite que tu mente vaya de aquí para allá, que se canse por sí misma. Salta y respira, y baila, y corre, y nada, y cuando sientas que tu cuerpo-mente está cansado, entonces siéntate en silencio y observa.

Poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas. Existe una palabra en particular para decirlo… Los budistas lo llaman chitta-kshana, un momento de consciencia. Estos chitta-kshana, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a fluir en ti. Llegan como intervalos. Una palabra ha desaparecido, pero la siguiente todavía no ha surgido. Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo, un portillo. Y puedes ver la realidad con mucha claridad, luminosamente. Puedes volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por completo. El mundo vuelve a ser psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas.


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