La iluminación espiritual

Aceptarse a uno mismo

Cuento Zen (68)

Un samurái, conocido por todos por su nobleza y honestidad, fue a visitar a un monje zen en busca de consejos. No obstante, en cuanto entró en el templo donde el maestro rezaba, se sintió inferior, y concluyó que a pesar de haber pasado toda su vida luchando por la justicia y la paz, no se había ni tan siquiera acercado al estado de gracia del hombre que tenía frente a él.

¿Por qué me estoy sintiendo tan inferior? – le preguntó, no bien el monje hubo acabado de rezar. – Ya me enfrenté muchas veces con la muerte, defendí a los más débiles, sé que no tengo nada de que avergonzarme. Sin embargo, al verlo meditando, he sentido que mi vida no tenía la menor importancia.

Espera. En cuanto haya atendido a todos los que me han buscado hoy, te daré la respuesta.

Durante todo el día el samurái se quedó sentado en el jardín del templo, viendo como las personas entraban y salían en busca de consejos. Vio como el monje atendía a todos con la misma paciencia y la misma sonrisa luminosa en su rostro. Pero su estado de ánimo iba de mal en peor, pues había nacido para actuar, no para esperar. Por la noche, cuando ya todos habían partido, insistió:

¿Ahora podrá usted enseñarme?

El maestro lo invitó a entrar y lo llevó hasta su habitación. La luna llena brillaba en el cielo y todo el ambiente respiraba una profunda tranquilidad.

¿Ves esta luna, qué bonita es? Ella cruzará todo el firmamento y mañana el sol volverá a brillar. Solo que la luz del sol es mucho más fuerte y consigue mostrar los detalles del paisaje que tenemos a nuestra frente; árboles, montañas, nubes. He contemplado a los dos durante años, y nunca escuché a la luna decir ¿Por qué no tengo el mismo brillo que el sol?, ¿es que quizás soy inferior a él?

Claro que no, respondió el samurái, la luna y el sol son dos cosas diferentes, y cada uno tiene su propia belleza. No podemos comparar a los dos.

Entonces, ya sabes la respuesta. Acéptate como eres, somos dos personas diferentes con una misma esencia interior, cada cual luchando a su manera por aquello que cree, y haciendo lo posible para tornar a este mundo mejor; el resto son solo apariencias.

MORALEJA

Esta pura consciencia es universal, de la misma forma que la luz de todas las bombillas es una, pero puede expresarse de manera muy diferente. La bombilla puede ser azul, la bombilla puede ser verde, la bombilla puede ser roja; la forma de la bombilla también puede ser diferente. El cuerpo-mente sigue estando allí, y si el hombre que ha tenido la experiencia quiere expresarla, entonces tiene que usar el cuerpo-mente; no hay ninguna otra forma. Y su cuerpo-mente es único: solo él tiene esa estructura, nadie más.

Entonces ha experimentado lo universal, se ha convertido en lo universal, pero para el mundo, para los demás, él es un individuo único. Su expresión va a ser diferente de la de otros seres realizados. No es que él quiera ser diferente; tiene un mecanismo diferente y solo puede conectar contigo a través de ese mecanismo.

Por ejemplo, un Buda está meditando: se ha desplazado a lo interno. No existe el tiempo. El tiempo cesa; él no es consciente del tiempo. El tiempo se detiene. Si te vas hacia adentro el tiempo se detendrá. Buda, al meditar hace veinticinco siglos, sale del marco del tiempo; tú al meditar hoy, sales del marco del tiempo. Y no habrá diferencia entre tú y Buda, porque todas las diferencias son diferencias en el tiempo.

Tú llevas unas ropas que Buda no pudo llevar; sabes muchas cosas que Buda no pudo saber. Perteneces a un mundo diferente, a una educación distinta, a una cultura distinta y Buda pertenece a un mundo distinto. Pero cuando vas hacia tu interior, sales, sales de la cultura, sales de la sociedad, sales de la educación. Cuando vas hacia tu interior entras en un mundo distinto que no ha sido creado por la sociedad, y entonces eres capaz de moverte.

Jesús dice: «Ama a tus enemigos como te amas a ti mismo». Buda dice: «Sé una luz para ti mismo, no imites a nadie». Podrías pensar que amar a tus enemigos es una cosa muy difícil, y no, no lo es, pero la dificultad real es que ni siquiera puedes amarte a ti mismo, menos vas a poder amar a los demás.

Acéptate a ti mismo tal como eres, de manera incondicional y ese será el comienzo de tu verdadera revolución, el comienzo de tu real transformación.