La iluminación espiritual

¿Comerá usted carne clonada?

DEPREDADOR INCAPAZ

El ritmo diario de desaparición de especies animales es altísimo y de grave pronóstico. La especie hombre avanza en esa dirección cada vez que desaparecen otras formas de vida, pues el ser humano es un depredador incapaz de elaborar su propio alimento, como hacen las plantas mediante la fotosíntesis, mientras a diario destruye su propio hábitat, lo que pone en cuestión su supuesta inteligencia, confundiéndola con intelecto. Por esta cualidad, que apenas si es capaz de controlar, se supone por encima de los animales, olvidándose que hay una sola especie que destruya su propia casa y sus medios de vida: la humana. Tal hecho es sobrada prueba de su doble desventaja con respecto a las demás. Sin embargo, y para seguir siendo consecuente con su estupidez, es difícil encontrar a una persona que no se crea con derechos sobre el mundo animal hasta el punto de despreciar su vida, de pensar que está para servirle, divertirle, o simplemente para llenar su despensa. Esto dice bien también sobre otra cualidad que se atribuye el ser humano y cree que le coloca por encima de cualquier animal: ser civilizado.

Un intento de civilización

Cada vez con mayor frecuencia encontramos actividades y manifestaciones públicas en nuestras ciudades europeas contra la violencia hacia el mundo animal y contra el consumo de cadáveres de animales terrestres o marinos. Dietas, como la vegetariana o la vegana, como alternativas, permiten una alimentación sana, sin tener que encontrar en nuestro plato el cadáver sazonado de un animal que ha sufrido lo indecible desde la estrechez de su establo hasta una muerte de la que es consciente mientras espera su turno en el matadero, y que empañará su carne de miedo y estrés que luego pasará al cuerpo de quien lo coma mezclado con todas las porquerías químicas que la industria proporciona al ganadero para engorde, enfermedades, etc.de los animales que cuida.

Quien visita uno de esos antros donde se fabrica la materia prima de su bistec o de su chuleta no puede evitar una convulsión interior. Quien pasa por esta experiencia difícilmente vuelve a comerse un bistec o una chuleta en su vida.

Ahora el código penal califica como delito el maltrato a los animales de compañía. Esos son síntomas de civilización, pero bien escasos... Extrañamente quedan excluidos los inocentes toros, los inocentes animales que se descuartizan en los laboratorios de las multinacionales, y todas las especies consideradas animal-alimento por mares y continentes. Ellos son tratados como simples objetos de diversión en espectáculos, o en experimentos científicos para satisfacer el ego de los matarifes de blancas batas o, lo que es más común, son matados despiadadamente para satisfacción de los paladares humanos. En esta línea se pretende ahora utilizar la carne de animales clonados, el último grito del mundo animal en el sentido más literal.

¿Carne clonada en las carnicerías?

La Administración Federal de Alimentos y Medicamentos de EEUU, ha autorizado su consumo basado en las conclusiones de dos informes realizados por Larisa Rudenko y John C Matheson. Contra estas conclusiones están en contra las asociaciones de consumidores y el público del mundo en un porcentaje abrumador, porque no se fían de ese tipo de alimento, ni de la conclusión de esos dos. (Hasta que presumiblemente les coman el tarro los sensatos expertos médicos, o veterinarios pagados por el gremio de la carne y convenzan con las previstas campañas publicitarias de que no pasa nada, y que toda la carne es igual de buena, saludable y todo eso, pero esta más cara porque ha sido seleccionada y bla, bla… La opinión pública no tiene valor alguno para los que manejan el mundo, porque son ellos los que se encargan de que exista un estado determinado de opinión y no otra. En este caso, en cuanto el mercado de la clonación esté en condiciones de ser masivo, la opinión pública lo verá tan normal como lo es comer perros en India.

Razones no les faltan a los que se oponen a la clonación: los animales clonados carecen de la energía vital y la salud nerviosa de aquellos que proceden. Recuérdese el caso de la clonación de la oveja Dolly. Todo el mundo sabe que mueren antes que sus padres celulares y no naturales y enferman con más frecuencia. Todo el mundo debería deducir entonces por lógica natural que esa carne es de peor calidad para el consumo que la de su animal de procedencia. Pero tiene un aliciente para el mercado: se produce a niveles industriales, que es lo que interesa. Y para mayor sarcasmo se pretende venderla más cara con la excusa de que es más sana que la de un animal normal (ellos le llaman convencional. Ahora va a resultar que la Naturaleza es convencional, y la clonación la referencia natural).

¿Qué importa si los que están tras este negocio van contra las leyes de la naturaleza, las leyes divinas, o la salud de los consumidores que habrán de tomar un sucedáneo de lo natural con riesgos para la salud? Sin embargo, fíjense en este pequeño detalle: no se pondrá a la venta la carne de oveja hasta que no se hayan experimentado durante tres meses los resultados entre los consumidores, que ahora, de paso, hacen de cobayas... ¿No estaban tan claras las conclusiones de ese informe? ¿O es este otro más de esos informes donde el científico dice lo que conviene que se diga al que paga los informes? El detalle de las ovejas habla por sí solo: el consumidor es ahora la cobaya. Si alguien sufre las consecuencias se sabrá mucho después. ¿Recuerdan el caso de las vacas locas?... La saga no ha terminado todavía, aunque el silencio informativo es más que notable. Qué causalidad.

El mundo de la economía, las finanzas, la biotecnología y las investigaciones científicas ha perdido la noción del límite, de la moral y la decencia profesional y cada uno a su modo, pero todos en comandita se precipitan hacia sus propios abismos en caída libre, y pretenden arrastrarnos. Por el camino elegido ese es su inevitable destino, pero convencen y conducen con ellos presumiblemente a multitudes dormidas que se dejan embaucar y les siguen.

El disparate de la codicia, motor del capitalismo, no es síntoma de civilización; y menos cuando se aplica a la muerte de personas, como pasa a diario con sus guerras, o cuando se trata de la muerte de nuestros inocentes animales. La vida no les pertenece a quienes disponen de ella como propia, y antes o después sufrirán sus consecuencias.

Para los cristianos de cualquier rama, Jesús de Nazaret, que fue vegetariano, enseñó y practicó el derecho a la vida de todos los seres sin distinción alguna. También otros, como Buda, Confucio y Lao Tse, hicieron lo propio y lo enseñaron a sus discípulos. Del mismo modo en todos los tiempos, hasta ahora mismo, han ido en aumento el número de personas que se abstienen de comer cadáveres de animales, tanto del mar como de la tierra.

¿Cuánto tardará en llegar el día en que siguiendo su ejemplo miraremos a estos pequeños hermanos con el amor que merece todo ser que es capaz de experimentar los mismos sentimientos que nosotros: amor, tristeza, angustia, miedo, felicidad?...Miren a los ojos de un animal y después miren los suyos. Solo la vida fluye en ambas miradas. Por un momento, una vida mira otra vida. Déjese reflejar por un instante –si quiere- en la de ese animal y después pregúntese lo que quiera.

Y cuando vea la carne (clonada o no) en la vitrina de la carnicería o aderezada en su mesa, piense, si lo desea, en ese animal vivo. Tal vez llegue a sentir algo diferente.